Recuerdos / Empresarios (CXXVI)
iguió la locura…
El relato de Conchita de la locura de los niños en la plaza de toros no tiene desperdicio. Veamos si no.
“Inicié al rato un lance con el capote, y la multitud lo acompañó con un olé increíble, repleto de emoción y perfecto en su ritmo. Era, auténticamente, torear en un mundo de fantasía. Sólo así se explican esas ovaciones y esos gritos propios de un domingo por la tarde y que me llevaron a torear quizá como nunca. Cuando me perfilé para matar, la Virgen escuchó mi pequeña oración; el novillo dobló como por encanto, sin dejar la más ligera huella carmesí. Cayeron chaquetas y flores como en las corridas grandes, sólo que las chaquetas eran minúsculas y las flores llovían una a una. Repentinamente, la plaza se emblanqueció con 30 mil pañuelos, que exigían las orejas y el rabo del novillo. Y otra vez vi confirmada mi impresión de irrealidad: los niños exigían los galardones y al momento, la autoridad los concedió. Perdí la cuenta de las vueltas que di al ruedo de la Plaza Santamaría devolviendo prendas pequeñitas y rotas, sin que recordara haber visto ropa alguna que me pareciera tan valiosa. Un griterío inenarrable sacudía la plaza hasta sus mismas entrañas; caían bombones y los tendidos eran un mar de infantiles sonrisas y palmas. Éramos pocos los mayores que presenciábamos aquel espectáculo insólito. Apenas, los que estábamos en el ruedo y en el callejón, unos sacerdotes, profesores y algunas religiosas cuyas anchas y blancas tocas se mecían suavemente en la luz de la bella mañana. Éramos pocos, pero nuestra emoción era tremenda y nadie lo ocultaba. A un señor de blancos cabellos le oí decir: ‘hace muchos años que no lloraba de esta manera’.
“¿Dónde más que en los cuentos de hadas se ha visto que los niños rían y los adultos lloren?
Y ese día, habiendo compartido mi contento con los niños pobres de Bogotá, descubrí que la dicha, al dividirse, se multiplica milagrosamente. Después de unos viajes que hicimos a Medellín, Cali, Manizales y Barranquilla, partimos nuevamente, abandonado la serena Santa Fe de Bogotá y su verde y alta sabana, donde dejé amigos y horas inolvidables.
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Conozco a Manolete y su toreo. Rejoneo en Lisboa, pese a la oposición. Viaje a Sevilla. Juan Belmonte y El Gallo. Lalanda se encarga de mi futuro en España
“Llegamos a Europa, entrando por el precioso puerto de Lisboa, precisamente la víspera de una corrida que toreaba Manolete en la antigua capital lusitana. A esto se debió que pudiéramos conocer, en 48 horas, dos frutos de la guerra: los coches a gasógeno, que recorrían las calles y el toreo estoico del diestro cordobés.
“A este matador lo conocí en el café del Hotel Palace, donde entramos Ruy, Asunción y yo para tomar algo. Menciono el encuentro porque me extrañó la excesiva seriedad del torero, gravedad que sólo comprendí después de conocer, y bien, su tierra, tan diferente del ameno clima tropical de mis Américas.
La actuación de Manuel Rodríguez en el ruedo me impresionó sobremanera. Su toreo era completamente distinto de cuanto había visto como el arte de lidiar toros. Manolete no se cimbreaba, cual palmera al viento, para acompañar al toro; se lo pasaba altaneramente, dejándolo entrar y salir del engaño como si no lo conociera. Manuel Rodríguez no caminaba por el ruedo, haciendo del toreo un baile con la muerte; esperaba la muerte fatalistamente a pie firme, casi digámoslo así, de modo desinteresado. Y a todo esto, mirándolo en la arena, no me parecía ver que lo animara una afición desmedida, mas sí el cumplimiento de un deber sagrado. Era un hombre extraño, de personalidad arraigada. Merecía, indiscutiblemente, las ovaciones de la multitud, pero algo en su toreo me dejó perpleja.
“Estando yo en Portugal, era lógico que toreara en Campo Pequeño, actuación que propuso enseguida la empresa. Mas, para disgusto de Ruy, frente a la hipótesis de mi presentación en Lisboa, surgieron un sinfín de dificultades, levantadas por mis colegas rejoneadores.
Ruy da Camara me había hablado a menudo, a través de los años, de la ilusión que tenía en presentarme, ya como figura, al público de su tierra. Estaba seguro, además, del cariño con que me recibirían sus ex compañeros y amigos.
(Continuará)
(AAB)