e cara a una de las peores desgracias a las que el hombre, como especie, puede verse enfrentado, quienes en México seguimos creyendo en la práctica del análisis y la crítica como fundamentales para entender y abordar los asuntos públicos tenemos motivos para decepcionarnos o, simplemente, para rendirnos y arrojar la toalla. Ni el lenguaje ni los usos del poder constituido permiten el menor vislumbre, por no decir avance, en la comprensión racional de sus propósitos y razonamientos, el sentido de su discurso. Tampoco los quejidos que vienen de la oposición nos permiten suponer que, por lo menos, una alternativa semántica y retórica está en curso. Para qué hablar de la política propiamente dicha.
Asisto al espectáculo de la mañana del miércoles 18 de marzo y me topo con un Presidente que catequiza a sus interlocutores con la propuesta de que la mejor defensa que México tiene ante las amenazas del entorno es la honestidad, a pesar de la abrumadora evidencia de que es y será mucho lo que tengamos que hacer y aprender para evitar que la pandemia se torne holocausto. Para rematar su mensaje, López Obrador habla del detente
y muestra una tarjeta a la usanza de aquellos cristeros quienes, con su escapulario, decían detente bala, detente
porque el Corazón de Jesús está conmigo.
Detente, detente pues, aunque el planeta gire al son de una tragedia terrible. Detente pandemia porque en México no puede ocurrir tal antes de que su Cuarta Transformación culmine en la erección de algún reino de Dios extraído de las enseñanzas evangélicas o afrocaribeñas. Ningún virus pasará, de ello se encargará quien pudo haber derrotado a cuanta mafia se le atravesó y superado todo tipo de complots y manipulaciones gestadas en los sótanos de la maldad política donde anida el enemigo. En contraste con la desmesura, se nos dice que la economía va, por lo pronto, primero y que el show must go on.
Esperemos, sin embargo, que este fideísmo presidencial sea bien acomodado en el Consejo Nacional de Salud que, por fin, fue convocado. Buen primer paso para hacer valer, en beneficio de todos, los compromisos constitucionales del Estado con el derecho a la salud. Y de paso, para poner en primera fila eso de hacer medicina conforme a la evidencia
.
Entre el 17 y el 18 de marzo mueren 475 italianos; la Organización Internacional del Trabajo advierte sobre la posibilidad de que 25 millones de personas pierdan el empleo. La tan temida como rechazada recesión, se abre paso y se superpone a las tendencias negativas del Covid-19. No se tratará esta vez de un parón
debido a los muchos desajustes de oferta que el virus global provoca; habrá una recesión en toda forma, de la que ni siquiera Estados Unidos o el coloso chino podrán librarse del todo. Pandemia y recesión extensa hablan así sin tregua de estados de excepción, se declaren o no.
El mundo está frente a un claro e inminente peligro: la señora Merkel anuncia que ésta será la más grave circunstancia que enfrente su país desde el fin de la Segunda Guerra. Macron, habla de una guerra abierta contra el virus y Pedro Sánchez anuncia un programa de rescates, protección y promoción social y económica basado en fondos públicos y privados, de 300 mil millones de euros. Trump, no podía ser de otra manera, ofrece trillones
de dólares y así pa´lreal.
¿Podemos inscribirnos en este concierto y glosar esta circunstancia apelando a nuestras fortalezas históricas forjadas de cara a la austeridad, pero centralizándolas en la corrupción como el supremo enemigo? ¿Se puede terminar una conferencia de prensa presidencial, unas horas después de realizada una reunión de gabinete ampliado, mostrando estampas de origen cristero con la leyenda detente enemigo que el Corazón de Jesús está conmigo
?
Más allá del laicismo y el respeto que el Presidente y su gobierno le deben, la invocación presidencial de este miércoles parece sobre todo una invitación a hacer de la irracionalidad la forma de hacer y entender la política. De ser el caso, entonces sí que estamos en peligro, más allá del tiempo. El Apóstol nos dice que en el principio era la Palabra
, pero, prosigue el recientemente fallecido George Steiner, No nos da garantía alguna sobre el final
(El abandono de la palabra
).
La perspectiva económica y la coyuntura multidimensional abierta por la pandemia reclaman una política de gran calado; racional y basada en la ciencia y, sin duda, inspirada en la historia y una sensibilidad global primordial dirigida a impulsar y proteger un multilateralismo de extrema urgencia. Así se nos pusieron las cosas y es mucho lo que habrá que caminar para evitar derrumbarnos en abismos de desesperación y negación de la realidad. De donde no puede emanar política alguna, mucho menos una transformadora y con aspiración histórica.