sociándose a episodios nacionales como el 68, la guerra sucia, huelgas universitarias, los halcones o el alzamiento en Chiapas o la Guardia Nacional renace la tentación de hablar de militarización del país. Aquellos lamentables episodios están lejos y deben tenerse siempre presentes. No deben olvidarse, pero no debe faltarse al respeto a su memoria confundiéndolos con el momento actual. Fueron hechos violentos que correspondieron a diferentes motivos y en los que se hizo un uso desmedido de la fuerza pública. Es un pecado histórico.
El momento actual de la participación de las fuerzas armadas en tareas civiles, salvo el discutible caso de la Guardia Nacional, no implica ni la militarización del gobierno federal ni menos la militarización del país. Es una decisión del presidente López Obrador en uso de sus facultades por polémica que sea, pero cuyos precedentes no se quieren recordar. Ni es nueva ni es lo más.
El PRI fue la Columna de Hierro (Jeremías 1-18) indiscutible del sistema político nacional hasta el año 2000. Esa Columna de Hierro tuvo en los máximos años de la dictadura perfecta, nueve presidentes de su Comité Ejecutivo Nacional netamente militares y un marino. Uno fue presidente de la República, tres de ellos titulares de Sedena o de Semar. Hubo militares secretarios de Gobernación, Comunicaciones y Transportes, Salubridad y otro nada menos que jefe del Departamento del Distrito Federal y precandidato presidencial, después de haber sido secretario del Patrimonio Nacional.
También en los años dorados esa Columna de Hierro catapultó innumerables gobernadores, embajadores y legisladores de gran poder. El presidente de la República los colocó en tan altos puestos no por ser científicos de la política, sino por su fuerza, influencia y confianza para ser leales trancas de la puerta presidencial y para maicear a los inquietos bajo la seducción de ¡alcanza para todos, no hagan olas! ¿Eso fue o no poder político? Y nadie habló ni habla en ese caso auténtico de militarización del máximo poder.
Hoy las fuerzas armadas de múltiples países, aún potencias, están experimentando un proceso de transformación ajustándose a amenazas o requerimientos nada bélicos, en el sentido original del término, como son terrorismo, crimen organizado, migraciones masivas o el control de fronteras.
Están en pleno proceso de desnaturalización respecto de su carácter beligerante original y aún dentro de esas fuerzas hay transformaciones. El peso básico de sus cuerpos armados se ha desplazado de los elementos terrestres a los de alta tecnología: satélites, misiles, portaviones, submarinos, aviones increíbles y registran también clara tendencia a colaborar con las fuerzas del orden y en tareas sociales.
En México, con todas las reservas, se está experimentando un caso semejante, aunque menos épico y es precisamente este atributo el que por ausente desconcierta. No es imaginable una acción bélica, ni combatimos terrorismo, pero sí se participa en combate al crimen organizado y común, se auxilia al control (imposible) de fronteras y migraciones masivas y ejemplarmente se actúa en tareas de protección civil.
Haceres reconocidos por la opinión pública, pero que son indeseables para los ejércitos, los que desearían misiones más típicas, homéricas. Esta última apreciación, conocer el ánimo interno de las tropas sobre su propia naturaleza es una tarea que por ser de interés nacional requiere puntualizarse.
El concepto de militarización es delicado, vaporoso y ardiente como instrumento de discusión política. Es materia de fácil inflamación mediática. Puede entenderse como:
1. El simple crecimiento de las fuerzas armadas sobre otros intereses.
2. La militarización mediante su utilización en tareas nada gloriosas para ellos, como el desarrollo.
3. Su uso para combatir las amenazas internas de carácter no militar o para realizar misiones que competen a las fuerzas civiles.
4. Caso agudo sería la existencia de un gobierno militar.
El presidente AMLO es un ser singular, impredecible, original, apostador fuerte. De ese trazo de personalidad se derivan decisiones muy controversiales tanto que algunas ya marcaron su sexenio. La cancelación del NAIM, el trato a las migraciones ilegales, la tortuosa relación con Trump y sí, como es la materia de esta reflexión, el uso de las fuerzas militares en trabajos atípicos. Pero eso no significa militarizar a la nación.
Los muchos desfases tradicionales entre la demanda nacional de bienestar y la insuficiente respuesta de los gobiernos en repetidos momentos los ha llevado a aplicar remedios heterodoxos y en el sexenio que corre son de sorprendente intrepidez con resultados por hoy imprevisibles. Ese es el caso de la decisión hasta caprichosa de emplear a los ejércitos en tareas sorprendentes.
¿Se trata de un mejor empleo de un recurso costoso por naturaleza? Eso estaría en la lógica de desaparecer al Ejército
, deseo expresado por el Presidente en julio pasado. O bien, ¿es otra versión de la Columna de Hierro? El miércoles en su mañanera les llamó pilares contra el liberalismo
. ¿A dónde vamos?