8+9=10 // Unidas en lo esencial: su vida y el derecho de vivirla a su manera // El honor excepcional de ser
o hay duda: el comportamiento femenino del domingo 8 y el lunes 9 de marzo se merece, sin titubeos ni mezquindades, un cerrado y redondo 10.
Las razones para este despropósito aritmético son evidentes: si bien es cierto que por una parte: 8 + 9 suman lo mismo que 9 + 8, o séase: 17, lo que nos corrobora la petulante, pero incontrovertible afirmación del mentado Pitágoras (fácilmente ubicado por medio de su waze en la colonia Narvarte): El orden de los factores, no altera el producto
. Por la otra, si aplicamos un axioma de igual valor: no se vale comparar peras con manzanas
, podemos llegar a una crónica un poco más objetiva de nuestra confusa realidad. Pero peor resulta no intentar razonar. A continuación, vayan algunas opiniones absolutamente objetivas, pero cuidado con quien las contradiga. Detesto, como el Papa, toda opinión contraria cuando hablo ex cátedra, que es como suelo hablar.
Estoy convencido de que la manifestación del domingo 8 fue un éxito sin paralelepípedo. Me ufano en ser doctorado en mítines relámpago en las mesas del Sanborns de los Azulejos, o el de Álvaro Obregón, en un matrimonio en el Club Asturiano, o un bautizo en la Iglesia del Carmen. Por supuesto, en todos los camiones, trolebuses y tranvías (para la actualidad, medios de transporte desconocidos). En las salidas de las fábricas y sus comederos y bebederos. En la manifestación por las mujeres muertas de Ciudad Juárez que filmé acuciosamente hace muchos años y de la que, extrañamente, pocos recuerdos se hicieron en estos días. Y de muchísimas otras en las que fui zarandeado, macaneado gaseado y remitido a diversas delegaciones y aún poco amigables crujías. Mi, digamos, agitado pasado, me permite una opinión no ajena a la experiencia, aunque también un tanto menguada no tanto por la amistad con el doctor Alzheimer, como por el trato con dos italianos de mi afecto y cercanía (el varón barón di Musacchio y su contemporáneo don Franco de´Terorio). Pese a lo cual, insisto: asistí puntualmente a las manifestaciones de Cuauhtémoc Cárdenas, ya ex candidato legalmente perdidoso aunque nunca cabalmente, en defensa del petróleo. ¡Qué cosas tiene la vida Mariana! Allí, con experiencia priísta en abrirse paso a codazos hasta un lugar en primera fila, don Manuel Bartlett, en medio de una llovizna pertinaz, llegó hasta el Zócalo como el más aguerrido de los militantes y el más desbocado de los porristas. Reclamaba un puesto no de batalla, sino de reflectores ¿Qué piensa de todo esto la columneta? Manuel Bartlett, él solito, merece varias columnetas, no lo voy a malbaratar ahora en un párrafo. Ya hablaremos.
Acompañé, (en todos los sentidos) a Andrés Manuel en sus protestas poselectorales. Mi última participación, ya sólo testimonial, fue el aniversario del 2 de octubre, de 2018. Constaté que, como dirían en mi tierra, había menos quórum y, lo más importante: la diferencia entre los móviles que impulsaban a las/los jóvenes reivindicadores de la masacre de 1968 (de la cual tenían una visión más borrosa e inexplicable que de la última versión de Star Wars), y el dolor, la rabia, el rencor y el odio, totalmente a flor de piel de quienes, unos cuántos días antes habían convivido, compartido con las ahora desaparecidas proyectos, sueños y esperanzas, truncos ya no sólo en su agravio personal, sino en daño irreparable para todos nosotros, el país que terminamos de construir.
Afortunadamente mis análisis prospectivos sobre el comportamiento de la manifestación femenil del día 8 fueron tan equívocos como espero lo sean mis presagios sobre el Covid-19. Pero como sigo de necio pensando que mis hipótesis algo tenían de racionalidad, insistiré en tratar de encontrar razones sobre el comportamiento de esas 80 mil mujeres reunidas en torno de una causa común, tan distantes en cuestiones fundamentales que rigen sus vidas y las de sus familias, y tan instintivamente solidarias en lo esencial: su vida y el derecho de vivirla a su manera.
Debo también conversar con ustedes algo que me preocupa: ¿Cómo explicar el proceso de hibernación o letargo a que se han sometido las autoridades de la UNAM, tan pronto pasó la crisis de algunos detallitos como secuestros, feminicidios y el rompimiento de acuerdos con los educandos?
¿Basta que el Consejo Universitario se reúna, muy tardíamente como demuestran las fechas, y acuerde algunas estrategias, tal vez geniales, pero ejecutiva y administrativamente virtuales? ¿Y los prohombres, muchos de mi personal respeto, miem-bros de la Junta de Gobierno, decididores inobjeta-bles sobre los máximos directivos de nuestra casa de estudios, se han ocupado o preocupado un ratito sobre la cotidianidad de la institución de la que son suprema autoridad? (Y qué tal, el honor excepcionalde ser: ¿no merece un detallito de preocupación?).
Twitter: @ortiztejeda