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Disquero
El vuelo del gran Macoi
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Periódico La Jornada
Sábado 14 de marzo de 2020, p. a12

El deceso de McCoy Tyner, apenas el 6 de marzo, corre la cortina sobre una era. La manera de hacer del acto musical un rito, una ceremonia, un acontecimiento tribal, se fue con este pianista zurdo que a pesar de haber grabado 74 discos personales al frente de sus propios grupos, además de 20 en colaboración con otros líderes y 29 con su hermano del alma John Coltrane, pasó prácticamente desapercibido para el público y la prensa imbuidos en lo banal, pero no para los músicos y los analistas musicales, pues se trata, consenso aplastante, de uno de los músicos que más han influido a las generaciones que le siguen.

Es el típico caso del músico que al morir concita curiosidad, deseos genuinos por conocerlo o en su caso repasar sus discos más queridos.

A la memoria del zurdo Macoi es este Disquero.

La noticia en los principales periódicos del mundo tuvo un denominador común: ninguna nota prescindió del nombre de su amigo, John Coltrane, a la hora de la muerte.

Todos, también, dijeron que no era demérito, pues el propio Trein, apelativo de melómanos de Coltrane, siempre dijo que McCoy Tyner fue quien le dio alas para volar.

Se reviró el fenómeno mediático de nominar a un muerto por sus derivaciones, disminuyéndolo.

Si a algo apela la música de McCoy Tyner es al uso del hemisferio izquierdo del cerebro.

Lo suyo es la elegancia, las frases poéticas al piano, la reflexión. Y el gozo sobre todo.

Las visitas a Spotify, Deezer y Apple Music se han multiplicado en estos días en pos de la música de McCoy Tyner. Las playlist, las sugerencias, pero sobre todo los álbumes preciados, suenan y resuenan.

Un océano de música.

He allí el oleaje de armonías que viajan de su mano izquierda a la derecha vertiginosas, lentas, suaves, ríspidas, paleta completa de pintor.

Los amantes de la música de piano reconocen en McCoy Tyner a uno de los artesanos más finos.

Su estilo pianístico es fundamentalmente percusivo y armónico. La creación de armonías era lo suyo.

Esas armonías fueron las alas para su hermano del alma John Coltrane. Gracias a que Macoi se encargaba de guiar el auriga, el tren de Cold-Train cabalgaba echando humo, pitando a todo lo que daba.

Fue gracias a McCoy Tyner que John Coltrane logró su obra maestra: A love supreme, fruto de la confluencia de la búsqueda espiritual que compartían, cada quien por separado y por momentos se unían las líneas paralelas en piezas de título obvio: Om, por ejemplo, pues la filiación budista les fue propia y la habría de continuar Alice McLeod, aquella muchacha llena de susto que súbitamente se encontró sentada frente al piano que había dejado vacío Macoi, cansado de la excesiva instrumentación que requería su carnal Cool Train.

Alice McLeod se convirtió en Alice Coltrane y después en Turinyasangitananda, ya como budista declarada y fundadora de un Centro Budista en California. De manera similar, cuando tenía 17 años, se había convertido McCoy Tyner al Islam y se cambió de nombre: Sulieman Saud.

John Coltrane no se cambió el nombre. Profesó espiritualidad desde pequeño, imbuido por la iglesia metodista y sus encuentros con conversos al islamismo, entre ellos Naima, su mujer durante muchos años.

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▲ McCoy Tyner (1938-2020).Foto Wikimedia Commons

La espiritualidad es elemento esencial de la música de Coltrane, quien se sumergió en el estudio de las religiones y de los pensamientos religiosos, pero sobre todo de la filosofía y las enseñanzas budistas.

Lo puso en claro así: ‘‘creo en todas las religiones”, cada vez que le preguntaban. Y así hay quienes se refieren a su ‘‘religión universalista”.

Y ese es el contexto de la música de su hermano del alma, nuestro Macoi.

El ejemplo máximo es su disco, de título revelador: Enlightenment (Iluminación, en el sentido budista), además de, por supuesto, A love supreme, donde sin su participación, lo dijo siempre Coltrane, no hubiera existido tal revelación mística, mágica, musical.

Además del uso magistral de su mano zurda y su diestra, McCoy aportó herramientas formidables para la evolución del jazz. Por ejemplo, la instrumentación insólita: en su alucinante disco titulado Sahara, tocó el koto, instrumento tradicional antiguo japonés, además del arpa y percusiones. En su álbum denominado Trident, pulsó el arpa y la celesta.

Su principal aportación: la sencillez. En su larga y fructífera carrera musical, McCoy Tyner profesó la sencillez, la humildad, la modestia.

Vaya, el que su muerte haya pasado casi desapercibida es una muestra de su eficacia en la discreción.

Se necesita mucho valor, en todos sentidos, para ser un músico como Macoi: casi en la penumbra, a un lado de los reflectores, al servicio de los demás.

Así lo hizo con Coltrane y con todos quienes compartió escenarios y estudios de grabación.

Y en todos los discos de Macoi, siempre él es protagonista, sin aspavientos ni alharacas.

McCoy Tyner coincidió en la línea del tiempo de la historia de la música con luminarias del teclado: Herbie Hancock, Chick Corea, Keith Jarrett, Bill Evans…

Todos ellos brillaron más que él. Los reflectores iban en dirección a aquellos porque Macoi así lo decidía. No rehuía la fama, simplemente él se dedicaba a lo suyo, a hacer música.

Precisamente fue esa la razón por la que dejó a su hermano del alma, porque ya Coltrane estaba concentrado demasiado en sí mismo y comenzaba a perder de vista a los demás. Perdía sencillez.

Y si alguien amaba lo sencillo, lo prístino, lo esencial, lo básico y por tanto lo más significativo, era Macoi.

La sencillez como sinónimo de belleza. ¿Qué hay más sencillo que la música de Bach?

Sencillez en apariencia, porque en ambos, Macoi y el viejo Bach, hay una elaboración cerebral, un pensamiento profundo, una construcción intelectual sumamente sofisticada al servicio de lo sencillo, lozano, diáfano, nítido.

He ahí el arte de Macoi: la poesía.

Porque la poesía es el arte más callado y al mismo tiempo el que grita más fuerte, hiende hondo, atrapa, gime. Hace volar.

Buen vuelo, amado Macoi.

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