omo si Vitrubio hubiese sido llamado para crear un espacio ad hoc que climatizara el espíritu poético y la humanidad cálida, vital y consistente de la poeta Minerva Margarita Villarreal, allí, en la sala de la Biblioteca Universitaria Capilla Alfonsina que lleva su nombre, los asistentes escucharon a otros brillantes poetas refiriéndose a Miguel Covarrubias, poeta que llegaba vigoroso y vibrante a sus 80 años de vida, y a la voz del propio autor de Papelería, Sombra de pantera, El traidor y muchos títulos más. En el homenaje que le rendía la Universidad Autónoma de Nuevo León, con voz clara y precisa y una impecable sintaxis verbal, él hizo un apunte autobiobiográfico vinculado a la literatura de la cual él se declaró un trabajador incansable. Como reconocimiento a su obra, la universidad pública dio a conocer en ese acto un premio a la traducción que llevará su nombre, de la que él ha sido, ciertamente, un incansable ejecutor (precisamente cuando una marca de tecnología digital decreta que aprender idiomas es inútil y costoso; o sea, que viva la ignorancia adobada de transmisores y a la venta con grandes ahorros)... Se acabaron los traidores
inspirados y rigurosos; quedan los traidores
artificiales.
Un par de semanas después, la misma universidad rindió otro cumplido homenaje; en esta ocasión, a la poeta Minerva Margarita Villarreal, fallecida el 20 de noviembre de 2019. La biografía de Minerva Margarita Villarreal es un joyero donde quien lo abre encuentra a la socióloga precursora del movimiento de las mujeres que hoy ha conmovido al mundo. Encontrará, por supuesto, a la poeta deslumbrante que se dijo como mujer enamorada, rebelde, exploradora ferviente de regiones sentimentales, silvestres, desoladas, oníricas, profundamente humanizadas, como si se tratara de ¨un personaje multánime ficticio o tan real como la santa Teresa de Ávila. También a la directora de revistas ( Armas y Letras, Cathedra), a la prolija autora de colaboraciones para publicaciones culturales ( La Jornada entre ellas); a la editora (Hogaza, la fantástica colección El oro de los tigres y otras colecciones editoriales); a la madre que escribía mientras amamantaba o mientras educaba a sus tres hijos; a la esposa que compartió con el poeta José Javier Villarreal –como él pudo leerlos en el acto de homenaje– los vasos comunicantes que suele haber en una pareja de poetas: sueños, amores, dolores, delicias, angustias, logros, contradicciones y mitosis; a la amiga entrañable de numerosos escritores, poetas, académicos, universitarios; a la militante de diversas causas –una de las últimas, miembro del Consejo de Memoria Histórica y Cultural que preside la esposa del Presidente López Obrador. La institucionalidad no le quitó a Minerva Margarita compromiso militante. Así como lo mostró, tanto al frente de la Biblioteca Universitaria Capilla Alfonsina, como miembro reciente de la Academia Mexicana de la Lengua. Más adentrados en su biografía, no se dejará escapar un hecho dramático: el cáncer, que finalmente acabó con su vida valiosa, fue tratado por ella a la par de su atuendo con el que parecía esperar la llamada a escena.
En ese acto hubo aproximaciones reseñables al conjunto de gemas biográficas de Minerva Margarita. Beatriz Gutiérrez Müller elaboró una suerte de diálogo con la poeta; el historiador Javier García-Diego hizo saber del porqué ella fue seleccionada para formar parte de la Academia; el escritor Gonzalo Celorio amplió esa información; el rector Rogelio Garza Rivera se extendió en todo aquello que dejó como huella fértil la poeta de Higueras, Nuevo León a la UANL.
Otro homenaje en el Centro Cultural Universitario-Colegio Civil de la UANL se le rinde a la educadora e investigadora Sandra Arenal. Una mujer que viene de una familia donde hay mezclas étnicas (Oaxaca, Francia, España), políticas, artísticas (en su genealogía se puede hallar a la escultora Electa Arenal y al pintor David Alfaro Siqueiros; a su lado la figura del militante de la izquierda, Edelmiro Maldonado). Sandra fue heredera de una ideología en cuyo seno ella se nutrió de savia popular, democrática, socialista. Un día, con ese bagaje, llegó a la Oficina de Investigación y Difusión del Movimiento Obrero, uno de los espacios por donde pasaron los movimientos de los trabajadores en la década de los ochenta del ya lejano siglo XX. Allí Sandra, como quienes formábamos el pequeño grupo de comunistas y no comunistas, pero compañeros identificados con la izquierda. Allí nos dedicamos a investigar diversos aspectos del mundo del trabajo y de la producción. Sandra, en su actividad apícola, abordó los temas de los obreros de la Fundidora de Monterrey, de las mujeres en el trabajo (y que hoy es imprescindible seguir investigando), del número creciente de los niños empujados a trabajar por el capitalismo que vino a revivir las condiciones de pobreza y miseria que inspiraron a los escritores del primer liberalismo (Dickens, Víctor Hugo, Zolá, entre otros) e hicieron posible el surgimiento de los grandes teóricos de ese sistema de producción: Marx, Engels, Rosa Luxemburgo, Alejandra Kollontai. No hay tiempo para jugar es un libro que debiera volver a verse con urgencia. También con un cáncer encima, Sandra no dejó de ofrecernos su sonrisa fresca y sus opiniones enérgicas sobre cuestiones que también debieran formar parte de las mujeres que hoy luchan por emanciparse de plúmbeas tradiciones y hábitos irracionales en el seno familiar, centros laborales, doctrinarios, deportivos, partidarios, y ese largo etcétera que las somete a lo que ya debiera ser un pasado ruin.
En una sociedad donde la industria, la empresa en específico, los negocios, la tecnología dominan la mentalidad y los intercambios sociales de toda índole, la escritura es una brisa que permite oxigenarnos. La escritura, las escrituras de quienes comparten un destino común: el trabajo arduo, tesonero, indeclinable del lenguaje y sus deroteros, que muestran un horizonte donde lo invisible se visibiliza y da pie a la promesa de una dimensión más humana.