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Ver día anteriorLunes 9 de marzo de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nosotros ya no somos los mismos

La caravana de la dignidad minera // Las mujeres que hicieron historia desde su hogar

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eguramente ese día fue sábado o domingo si no, ¿cómo hubieran podido Clarita Escobedo y Rebeca Valdez amigas cercanísimas de mi madre (y ella misma, por supuesto), haber realizado una inimaginable caminata de la Plaza de Armas de Saltillo hasta ese montoncito de casitas y jacales campesinos, ya desde entonces conocido como Rancho de Peña, para acompañar y despedir a los mineros y sus familias del mineral de Rosita, Coahuila, quienes daban inicio a su loca, heroica y olvidada caravana de la dignidad minera que partía desde su insignificante terruño hasta la inalcanzable capital del país, del que les decían formaban parte, aunque en la realidad ellos no eran sino un enclave de una poderosísima trasnacional que nos había expropiado el territorio y el subsuelo, y con ello, esclavizado a todos los habitantes mexicanos que vivían menos de la mitad de su vida sobre la tierra, pues el resto la morían en el subsuelo.

Pues estos crédulos mexicanos emprendieron una caminata de más de mil 500 kilómetros confiados en que bastaba que el Presidente los oyera para que hiciera justicia. Se confundieron de hombre: el Presidente ya no era Lázaro Cárdenas, sino el mejor amigo de los yanquis: Miguel Alemán. La Revolución, en el gobierno, iba de salida. Yo en ese entonces casi nada entendía, y ahora, apenas recuerdo cosas vagas: un alegato sobre cuáles zapatos debían llevar las tres mujeres, dado el frío intenso de los finales de enero, pero además lo lejísimos que estaba el lugar hasta el que se habían propuesto llegar. Luego, cómo llevar unos morrales de ixtle que acostumbraban cargar comestibles para los días de campo.

Por fin, después de mucho sacar, meter y discutir, quitaron mi sábana, la llenaron como piñata y tomándola de las esquinas emprendimos camino rumbo a la Plaza de Armas, que estaba a unas cuatro cuadras de mi casa. Desde varias calles antes ya encontrábamos grupos de personas del todo extrañas para mí: el color, la indumentaria que lograba verles debajo de sus frazadas. Hacía muchísimo frío, pero yo percibía que esa gente lo sentía más que yo. (Mucho tiempo después, cuando recorrí varias veces mi entidad nativa de cabo a rabo, entendí y aprendí en carne propia: las temperaturas que privan en Monclova, Frontera, Castaños y luego la región minera: Rosita, Cloete y Palau, harían entender a Lucifer que lo suyo era apenas la Riviera Maya.

Mi madre comenzó a preguntar por no sé quién. Se saludaron, y luego entre Elvira y Rebeca, una era la dueña del salón de belleza del barrio y la otra, secretaria de un juzgado y víctima de un petulante comandante de tránsito que, por inteligente, lambiscón y suertudo, quién lo creyera, llegó a gobernador del estado, vaciaron todos los cachivaches: desde latas de sardina (portola, recuerdo, fideos, consomés de pollo, gelatinas, trozos de manteca, mi chicharrón preferido, carne seca y cajetas de membrillo y perón). Luego, doña Carmen, mi madre, llamó a un escuincle de mi rodada y le pidió: quítate un zapato. El chico vaciló, pero se lo quitó. Ahora tú, me dijo, lo hice. ¿Cómo te queda? Le preguntó a quien mencionó llamarse Benito Javier. Apretadón, respondió. ¿Cuántos hermanos tienes? Insistió doña Carmen. Cuatro, le dijo, pero como son menores se quedan con mi abuela. Siguió el probadero y por fin coincidimos. “Pues ya está: dale estos a tu hermano, quédate con los negros para ti y me llevo estos tenis (que entonces jamás se usaban). Después de tan complicado cambalache, lo único que logré decir fue: mamá, los que le diste eran los del uniforme.

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▲ El presidente Miguel Alemán encaró durante su gestión múltiples movimientos de trabajadores.

Este breve relato mil veces platicado cada vez que visito la región, la heroica región minera de mi tierra, me sigue conmoviendo. Pero no como al principio, sino cada vez más. Ahora siento, hasta hacerme vibrar, el pedacito de historia que en mis inicios viví. A reserva de presentar una visión más viva y completa de lo que fue ese acontecimiento tan trascendente, pese a su fracaso, en la lucha permanente entre el esfuerzo de miles, millones de seres humanos y la homicida detentación de los beneficios de su trabajo por los Parásitos (Óscar 2020) en un reconocimiento a los sacrificios, penalidades, sangre sudor y lágrimas de las precursoras de las batallas que estos días, ya no mis abuelas , sino mis hijas están librando. Acepten por favor dos hermosos acontecimientos.

El presidente del comité de huelga, Francisco Solís, se encontraba en el entonces Distrito Federal cuando la asamblea sindical votó la huelga, y la caravana decidió partir a la capital. Ante la emergencia, el compañero Solís comentó que de inmediato regresaba a Rosita para informar cuál era el estado de la negociación con las autoridades y medir las consecuencias de la caravana y sus exigencias. No sé qué le contestaron los más briosos y radicales compañeros, pero doña Consuelo Bonales, con quien tenía muchos años de casado y varios hijos, le reviró: “Pancho, ¿vienes a dirigir la caravana o intentas regresarla? Sí es esto último, aquí nos separamos, porque la caravana ni se detiene ni se regresa. Y yo, con ella, voy pa‘delante”. Solamente quienes no conocían a doña Consuelo tuvieron dudas. Pancho Solís encabezó, hasta el final, la caravana. Por razones de espacio, guardo para posteriores columnetas otros testimonios y algunas opiniones filiales que son para mí renovación y compromiso.

Por lo de hoy, por lo de mañana, por que debe venir. Agradecido, pero mejor aún, comprometido.

Twitter: @ortiztejeda