as brujas. No sé qué pasará ese día, pero lo que más me interesa es qué pasará después. Sólo espero que no sea una anécdota, sino el principio de algo que contribuya a la lucha histórica de las mujeres en este país”, dice, por teléfono, Arussi Unda, vocera de Brujas del Mar, movimiento que ha agitado como un tsunami las redes sociales ( El País, viernes 6 de marzo).
De izquierda, pero más. Las bases ideológicas del movimiento, añade Arussi, vienen de la izquierda, pero el feminismo contemporáneo permea todo eso. Va más allá. Hay muchas corrientes y no obedecen a una sola inclinación política.
Algunas demandas. Enlista Unda: el acceso a los derechos humanos para las mujeres; la legalización del aborto seguro y gratuito; un sistema de salud integral; una fiscalía especializada para la investigación de la violencia de género; un sistema de justicia penal acusatorio, que no dependa sólo de que la mujer denuncie y que no se eche atrás cuando ellas perdonan al agresor, porque todo el mundo sabe por qué lo hacen: por miedo.
Un sentimiento recorre el país desde las megalópolis hasta los pueblos más pequeños en el medio rural mexicano. Comienza como una sensación de desamparo –quién nos defenderá–, continúa con una constatación dolorosa –no se puede confiar en el gobierno (el que sea: federal, estatal o municipal)–, se convierte en desesperanza –un país sembrado de cadáveres e impunidad–, deviene en rabia, hasta que empieza a despuntar en redes de apoyo y solidaridad.
Reconocerse. Primero está identificarse en el agravio ajeno. Después, solidarizarse. Las redes sociales han jugado un papel clave. Entre la madre que perdió a su hija y no sabe si vive o está muerta, o si la llevaron a un prostíbulo, y nosotros, está el puente para firmar una protesta o exigir una investigación. Entre las estudiantes que creen no tener futuro y nosotros está el espacio público para leyes, políticas y acciones.
Organizar. Después está organizarse para enfrentar el agravio y la impunidad. Las redes de activistas sociales, los pequeños grupos que proliferan en las entrañas de nuestro país; son todos testimonios de que sí importa organizarse, que sí hacen una diferencia.
La sociedad no existe. El postulado más radical del neoliberalismo se resume en la famosa frase de la Thatcher respecto a que la sociedad no existe. El propósito era claro: desarticular desde abajo, pulverizar las instancias de gobierno y concentrar el poder fuera del Estado en algunos poderes fácticos.
El subsuelo social. Si los 70 y 80 atestiguaron la emergencia de las fuerzas sociales organizadas en coordinadoras tanto en el campo como en la ciudad, los últimos 15 años han visto proliferar una gran variedad de grupos organizados a partir de causas específicas y agendas transversales.
Derechos humanos. La propia dinámica de los grupos ciudadanos, centrada en el amplio espectro de los derechos humanos, ha tenido tres consecuencias: una profunda labor pedagógica en torno a lo que implica ser ciudadanos y ciudadanas; una constante y tensa relación con los poderes públicos, pero con resultados tangibles, y una forma de activismo ciudadano que combina movilizaciones, negociaciones y propuestas programáticas.
La gran tensión. El dilema central de toda movilización reside entre mantener la tensión creativa de los movilizados y la construcción, mediante la deliberación con los poderes, de arreglos institucionales que rompan agravios e injusticias.¿Cómo evitar la infiltración de provocadores que buscan la agudización del conflicto? ¿O los oportunistas que busca sacar provecho de una causa que nunca apoyaron? ¿Cómo construir las instituciones que garanticen la organicidad de la movilización?
Estoy seguro que el 8 y 9 de marzo será una cúspide en las movilizaciones feministas y un eslabón más en el largo proceso de transformación cultural de una sociedad patriarcal.
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