Sábado 7 de marzo de 2020, p. 5
El pianista zurdo McCoy Tyner, uno de los últimos gigantes del jazz, falleció este viernes a los 81 años. Su importancia viaja en paralelo a la de John Coltrane, su amigo del alma, su gemelo. Ambos construyeron los andamios invisibles por los que prácticamente todas las generaciones siguientes ascendieron.
Su nombre ya estaba colocado junto a los de Miles Davis, Bill Evans, Chick Corea, Charles Mingus… en la pléyade que logró cambios radicales en el pensamiento musical del orbe.
Los nombres, pero sobre todo la obra de los integrantes de ese Olimpo, para poner un ejemplo de su relevancia, resonaron con Klee, Mondrian, Kandinski, los pintores que pusieron música en sus óleos. Esa consonancia de las artes, si bien no coincidió en la línea del tiempo, consolidó una manera de registrar los misterios de la existencia. De esa ralea es la música de McCoy Tyner.
Para muchos, Macoi (McCoy) no resuena en su calendario ni figura en su almanaque, debido a dos factores: el primero, que su trabajo con John Coltrane ha tenido los reflectores puestos en el tren de Coltréin; el segun-do, el tremendo sentido de humildad de Tyner, concentrado en el resultado sonoro a tal punto que en 1965 decidió abandonar a su carnal Coltrane porque éste, en juicio de Tyner, ya se había engolosinado y sus dotaciones instrumentales pantagruélicas no permitían ya el discurso sonoro, la hondura de reflexión a la que siempre se atuvo Tyner.
Su discografía como solista y al frente de su Trío es impresionante y aportadora. Un ejemplo: incorporó instrumentaciones insólitas, pocas veces vistas en el jazz y ese ímpetu, las instrumentaciones raras
, es la base del jazz de vanguardia actual.
Tyner tocó, además del piano, con el que pasa a la historia, el koto, la celesta, las percusiones, la flauta… y hacía sonar, de entrada, siempre su piano de manera diferente, como si fuera otro instrumento, una orquesta sinfónica completa.
Coltrane y Tyner compartieron la búsqueda espiritual. Es por eso que el álbum A Love Supreme, creación atribuida a Coltrane pero obra de ambos, es una de las grandes maravillas de la historia del arte: una música de máxima profundidad de concepto, elaboración y buen gusto, resuelta con aparente sencillez.
Coltrane definió la relevancia musical de su hermano del alma: Macoi se encarga de todo, las armonías, la conducción del grupo –valoraba Tréin– y eso me dotaba de alas. Así podía yo volar.
Volaron juntos.
Hoy más que nunca.