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¿La fiesta en paz?

El regusto por algunas cifras más o menos sesgadas

A

los taurinos, es decir, a los que viven directamente del negocio taurino y, en un sentido más amplio, a los que consideran que es hacerle daño a la fiesta cuestionar, examinar y señalar las notables desviaciones que exhibe hace décadas, les encantan las cifras, los números, sobre todo aquellos referidos a circunstancias medibles, a cantidades consideradas a priori datos duros, aparentemente inapelables por comprobables.

En el informe de TauroPlaza México, la empresa que hace cuatro años gestiona el coso de Insurgentes, dado a conocer apenas concluyó la desairada temporada grande 2019-2020, abundan los números, sobre todo aquellos que confirman lo acertado de su manejo, empezando por sus actuales toreros consentidos: Joselito Adame, el máximo triunfador, con cuatro corridas y siete orejas, y el español Antonio Ferrera, también con cuatro tardes, cuatro orejas y un indulto.

Y las revelaciones –primero te relego pero luego te redescubro– José Mauricio y El Zapata, y dos indultos más, incluido el de Siglo y Medio, de Piedras Negras, que provocó el rasgamiento de vestiduras de los defensores del toro de la ilusión. Y este par de perlas del complacido informe: “…la afluencia de público tuvo sus vaivenes, y fueron mejores las entradas en la segunda mitad del ciclo”, que constó de 18 festejos, pero la empresa dice que la mitad fueron las primeras 12 corridas. Cosas de la aritmética, y que seis tardes las entradas alcanzaron la mitad del aforo.

Prueba contundente de que la fiesta de toros en México no padece ningún proceso de sudamericanización como los colonizados e incorregibles países taurinos del Cono Sur, es que en el desairado serial –de 18 carteles, 12 hicieron un cuarto de entrada o menos– actuaron 18 toreros mexicanos y sólo 10 matadores extranjeros, ocho españoles, un francés y un peruano, quien inoportunamente se indispuso, quizá por incumplimientos, quizás harto de las mansadas que le escogen sus maternalistas veedores. El informe no dice que entre esos 10 coletas importados se colaron dos espantamoscas –Perera y El Fandi–, un detallista –Morante– y un enorme torero, ciego de un ojo, que ante un deslucido encierro de Xajay dejó reiteradas muestras de su pundonor pero ya no volvió: Paco Ureña.

El antojadizo formato de anunciar 12 carteles –¿para en algo parecernos a Madrid?– impide darle más dinamismo e interés a la temporada, que a gritos demanda la añeja fórmula de repetir al o a los triunfadores al siguiente domingo, de donde pueden salir uno o varios toreros realmente interesantes para el grueso del público. Si a ello añadimos las ganaderías de siempre y la antipublicidad y antimercadotecnia practicadas…

Por su defensora parte, Tauromaquia Mexicana, organización no lucrativa, que protege una de las manifestaciones culturales más importantes de México, sostiene que esta tradición posee “una importancia ambiental y ecológica poco reconocida, ya que en México se destinan 170 mil hectáreas a la crianza del ganado bravo (un territorio equivalente al Área Natural Protegida de Los Tuxtlas), lo que resguarda a centenares de especies con quienes comparte hábitat. La actividad genera un flujo económico de 6 mil 900 millones de pesos al año, creadora de más de 80 mil empleos directos y 146 mil indirectos y representa más de 800 millones en materia de impuestos y es una de las principales raíces culturales e históricas de nuestro país, con más de 490 años de presencia ininterrumpida en territorio nacional. En 2018, en México fueron organizados 2 mil 350 actividades taurinas en 541 plazas de toros, a las que asistieron 4.9 millones de espectadores.