n México el machismo es transversal. Cruza y está presente en todas las áreas de la sociedad, en unas más que en otras, pero el privilegio estructural de los varones disminuye y oprime a las mujeres y les crea un entorno adverso.
La explosión de hartazgo de las mujeres en el país debiera entenderse como una poderosa llamada de atención a las condiciones hostiles que millones de ellas padecen cotidianamente. Desde la niñez experimentan conductas lesivas a su integridad, perpetradas por hombres que tienen, tenemos, respaldo estructural/cultural que disminuye o banaliza el clamor que las margina, invisibiliza, violenta y, en el clímax del maltrato, las mata inmisericordemente.
El machismo no es exclusivo de determinado nivel de ingreso, mayor o menor escolaridad, cierta militancia política, alguna preferencia ideológica, identificación religiosa o ausencia de ella, sino que atraviesa todas las categorías anteriores y otras no enlistadas. La supremacía machista está impregnada en el entramado de nuestra sociedad. Analizar cómo se llegó a esto es central para hacerle frente de manera integral. Porque la plaga cuasi apocalíptica vivida todos los días por las mujeres solamente irá menguando si se le hace retroceder desde todos los frentes.
Sin duda, una de las trincheras desde la cual es imprescinduible dar la lid es la relacionada con el ámbito educativo/cultural. ¿De qué forma son socializados niños y niñas en las familias, distintas etapas escolares, las instituciones públicas y privadas, el sistema valorativo transmitido en los mass media y las redes sociales? Es indudable, me parece, que el tejido social está horadado por la herencia de gobiernos que depredaron las instituciones del Estado mexicano. La depredación se fue trasminando a la sociedad, aunque no de manera uniforme, pero sí en grados que dañaron la convivencia social y con mayores repercusiones negativas para los más débiles.
Si bien paulatinamente es ineludible la creación de un nuevo piso cultural, conformado por valores de autocontención que reconocen y respetan los derechos de las mujeres, la batalla educativa/cultural no es suficiente en situaciones de emergencia como las que están denunciando vigorosamente las incontenibles manifestaciones de las mujeres por todo el país. El sistema judicial mexicano es incapaz de garantizar impartición de justicia. Los exorbitantes porcentajes de impunidad de los agresores son poderoso disuasivo para que las mujeres violentadas eviten presentar denuncias contra sus agresores. ¿De qué sirve aumentar las penas por violencia de género y feminicidio si en la inmensa mayoría de casos los atacantes quedarán impunes? Son estrujantes los testimonios de quienes venciendo el miedo acuden al Ministerio Público a levantar una denuncia y, en lugar de encontrar funcionarios que den seguimiento al caso, son culpabilizadas o ven cómo a la carpeta de investigación nunca se le agrega investigación alguna.
La desolación que viven las mujeres violentadas es atroz. Se les exhorta a denunciar a sus agresores, pero ¿qué espacios se le brindan para ser físicamente protegidas de la venganza de quien las somete al infierno cotidiano? Deben multiplicarse centros de refugio financiados por el Estado, en los cuales laboren personas capacitadas en atender y acompañar a quienes están en proceso de recuperación física/emocional, y así se sientan apoyadas institucionalmente para caminar el calvario que les representa confrontar de manera penal a quienes las agredieron constantemente. Para multiplicar los citados centros es de gran contribución la experiencia de quienes desde la sociedad civil han creado proyectos para acompañar a mujeres maltratadas. Es un grave error disminuir tal experiencia y no tenerla en cuenta como un poderoso aliado en estos tiempos que demandan acciones para ponerle diques a la violencia machista.
Las acciones de las mujeres, las realizadas y las que han anunciado a ser efectuadas, para evidenciar el machismo transversal y estructural, están sacudiendo conciencias. La energía con que realizan el sacudimiento es un reto al sistema que las ha cosificado e instrumentalizado. Minimizar sus movilizaciones, o explicarlas como resultado de manipulaciones, es, además de ofensivo, evidencia de miopía social e insensibilidad. Ellas, las que todos los días deben cuidarse, mirar de reojo con temor, nos cuestionan y ya no están dispuestas a esperar verborragias complacientes pero carentes de pasos programáticos para enfrentar el flagelo de la violencia, simbólica y física, que sistemáticamente se perpetra contra ellas.
La transición política, educativa y cultural del país estará trunca si no somos capaces de garantizar los derechos de las mujeres más allá de las leyes. Normativa sin posibilidad de cumplimiento es voluntarismo, pero no justicia. Las voces de las mujeres nos apuntan a todos, porque quien esté libre de machismo, que arroje la primera piedra.