a trituradora de la opinión especializada en violencia y parte de la general tienen amplias razones para inconformarse con la evolución negativa que ella acusa. Las cosas no van bien. Con esta expresión no se pretende sumarse a lo anterior. Los hechos son una verdad categórica, lamentablemente.
En los extremos de la opinión se encuentran: el dolor de las víctimas, la simple y justa queja generalizada, propuestas de decálogos de acción o la recomendación de que se llame a un grupo de la Organización de las Naciones Unidas, que venga y arregle todo. Suelen poner ejemplos de cómo en otros países se resolvieron sus agobios de violencia.
Mencionan al Perú de Sendero Luminoso, organización terrorista marxista/maoísta. Después de 30 años de violencia se arrestó al cabecilla Abimael Guzmán y se inició su fragmentación; nada que ver. Se menciona el caso de los kaibiles de Guatemala, organización paramilitar antiguerrilla comunista
de inspiración estadunidense. Tras 20 años de violencia genocida finalmente, actuando contra actitudes del ejército, una decisión presidencial inició su fin; nada que ver.
Se ha mencionado como remoto símil con los Mara Salvatrucha salvadoreños, violentísimas bandas criminales de ese origen que se han internacionalizado desde fines de la guerra de El Salvador en 1992. Los gobiernos no han podido someterlos hasta ahora, aun creando una Guardia Nacional con efectivos de 35 mil personas para una población de menos de 6 millones de personas. El asesinato, el secuestro y la extorsión son sus formas; sus alianzas con el narcotráfico internacional, otro sustento.
Ha surgido también, lúcida y controversial, la idea de que el problema, lejos de ser superficial y eventualmente transitable, es un asunto arraigado en el fondo de nuestra violenta idiosincrasia. Existen también quienes piensan que México es un país caótico, desarticulado y con ello tienen miedo de que la violencia sea el destino a vivir.
Un problema de orden sociológico que la Cuarta Transformación ha vislumbrado apenas en la superficie y atendido con programas sociales que, respetables en su concepción, están lejos de cumplir con las expectativas atribuidas.
Con los programas sociales de la Cuarta Transformación quizá pronto haya jóvenes mejores, pero ellos no son los genéricamente responsables de la violencia. Quizá no sea aventurado decir que la verdad subyacente es que estamos en un atolladero que nadie entiende.
Las batallas de Vicente Fox, de Felipe Calderón y hasta el acartonamiento de Peña Nieto tuvieron en términos conceptuales la misma esencia: una visión de inspiración militar. Recordar que el arrebato oficial desatado por Calderón se rigió por una directiva
formulada por Sedena. La inercia de la realidad ha llevado a la actual administración a mantenerse, aunque con mayor discreción, en la misma línea.
Aquellas definiciones esenciales de campaña y posteriores sobre el tema violencia fueron imaginativas: justicia transicional, nuevas instituciones, amnistías, programas sociales, combate a la corrupción y la impunidad, formación profesional y más, pronto se vio que por encima de sus cualidades había una fuerza de tal dinámica que cualquier previsión de ese orden resultó corta al primer round. Recordando a Clausewitz vale una frase: Ninguna estrategia sobrevive al primer día de acción
No fue un cálculo equivocado, fue irreal y sigue siendo incierto, como lo es la apreciación de parte de todos sobre la verdadera naturaleza de lo que enfrentamos. No la conocemos. La violencia actual en sus formas criminal y social no la conocíamos y no la conocemos.
Entonces cualquier idea fundada en ideas dispersas coactivamente iría, si bien, a un éxito sólo parcial. Confrontamos un fenómeno desconocido con patrones más o menos remozados, pero que corresponden al pasado para el cual tampoco fueron respuesta.
La aproximación de naturaleza sociológica y si se quiere antropológica de la violencia ha quedado para otro día. Las formas conocidas de ella también tienen ese sustento, pero pareció que no era indispensable tal sofisticación. La fórmula aplicada por décadas fue confiarla al cuerpo militar y este respondió de acuerdo a sus cánones y posibilidades. Ahora vemos que no da para más y no tene-mos sustituto.
Una hipótesis sobre qué nos espera por la ruta en que vamos es inescrutable, por ello mismo, altamente preocupante. Toda respuesta a qué debemos hacer resulta sólo una hipótesis dificultosa y comprometedora. Así no damos para más.
El trabajo poco constructivo de las trituradoras poco ayuda a entender una realidad sobre lo que nos ha rebasado. Los espíritus acusatorios cuando a la larga se limitan a ello, son legítimos, sin duda, obligatorios, pero el país necesita algo más de todos.
Desde el horizonte de Washington nos mandan aviso: ¿Quieren que les digamos cuál es su problema y cómo deben resolverlo? Ahí les va William Barr, adelantado de Trump para ponerlos en orden.