La exageración plausible
e necesita un actor con características específicas, empezando por las puramente físicas y biológicas, entre ellas la edad, ya que, en el menor de los casos, debe tener unos 60 años, aunque aparente más. Aquí entran otros requisitos: la apariencia y la movilidad propia de esa apariencia. Podrá argumentarse que esto pueden darlo el maquillaje, el vestuario, los trucos propios de éste y el trabajo actoral, pues no se necesita ser viejo para representar a un hombre de esa edad. Justamente, esa es otra característica, fundamental del personaje del que hablo, porque quien lo encarne tiene que ser necesariamente un gran actor de cualidades especiales. Un buen actor, a secas, no podrá producir los resultados que el dramaturgo imaginó y desea provocar.
Estoy hablando de La Exageración, pieza de David Olguín, que él mismo dirige y que es todo un canto a la actuación, a la categoría superior de el arte de la actuación.
Afortunadamente para él y para todos los que tengamos el placer de contemplarla, Olguín encontró el intérprete ideal para su Exageración... en Mauricio Davison, ese espléndido actor que en algunas ocasiones he calificado de raro
, pero cuyas rarezas
no hacen más que confirmarlo como el auténtico primer artista que es.
No sé si Olguín escribió la obra pensando en él; sin embargo, sin duda, sí lo hizo pensando en rendir homenaje a los grandes, viejos actores (y actrices) que han dedicado su vida –y dejado lo mejor de ella– en los escenarios y que, en muchísimos casos, para nada tienen o tuvieron el reconocimiento que realmente merecían. La lista de nombres en estas circunstancias es, dolorosamente, muy larga. Igualmente, el autor rinde homenaje a tres grandes figuras de nuestro teatro, dos desafortunadamente ya fallecidas y uno que, ¡albricias!, sigue acompañándonos y creando. En el orden que los menciona el autor por boca del actor: Ludwik Margules, Juan José Gurrola y Alejandro Luna.
La Exageración es, entonces, toda una loa al teatro y sus creadores, ya que, como se sabe –y deben saber las nuevas generaciones–, Margules fue el gran director y maestro, ese que, sin aspavientos, auténticamente forjó actores diferentes; Gurrola, el multifacético, arquitecto, actor, director, dramaturgo, su impronta allí está. Luna, el escenógrafo non, el creador y transformador por excelencia. Qué bueno que sigue entre nosotros.
Las nuevas generaciones y las mujeres también están presentes en la joven Mar Aroko, que es la contraparte a Davison; el contraste entre madurez y juventud, entre hombre y mujer, entre la experiencia de mil años y el ímpetu maravilloso que quiere no llegar, sino superar esos mil años y, pretenciosamente como corresponde a todo joven, por supuesto, hacerlo mucho mejor.
Teatro, así, en toda su magnífica expresión es esta Exageración... que con un pretexto fútil –iniciar un ensayo en el que están sólo el viejo actor y la joven asistente del director, porque éste está atrasado–, permite todo el despliegue de facultades actorales de uno y otra en un juego por momentos lastimoso y simpático, en otros; sincero siempre que nos pone ante verdades humanas y artísticas que para nosotros, gente de teatro, son comunes y sabidas, pero que para el público serán una ventana nueva.
Con un trabajo espléndido –uno más– de Mauricio Davison y uno no menor de Mar Aroko, La Exageración, que es por demás plausible, será una experiencia distinta, pienso que aleccionadora para algunos y gratificante para todos. Se está presentando con escenografía e iluminación de Gabriel Pascal, en una corta temporada en el teatro El Milagro de jueves a domingo.