15 de febrero de 2020
• Número 149
• Suplemento Informativo de La Jornada
• Directora General: Carmen Lira Saade
• Director Fundador: Carlos Payán Velver
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La batalla por nuestro derecho a saber
Dirección de Medicina Tradicional y Desarrollo Intercultural
Desde que los primeros humanos se reunían en torno al fuego para comer juntos y contar historias de sus cacerías y recolección de alimentos, la alimentación, además de ser un acto biológico-nutricio, se volvió una actividad fundamentalmente social y cultural, que tomó otras formas colectivas y significados con el desarrollo de la agricultura. En la Dirección de Medicina Tradicional y Desarrollo Intercultural de la Secretaría de Salud comprendemos ese trasfondo cultural/emotivo que nos ayuda a entender que la comida es “evocativa”, y sus sabores y aromas nos pueden “llevar” a experimentar emociones, recordar lugares y gente determinada. Esto tiene un vínculo con la salud, que generalmente se desconoce. “Las personas no comen sólo para alimentar su cuerpo, también su alma” (dicho veracruzano).
En los pasados 35 años experimentamos cambios acelerados en nuestra cultura alimentaria con severas consecuencias. En 2016, la SSA emitió una declaratoria de emergencia epidemiológica, ante el crecimiento alarmante de los casos de diabetes. Recientemente, la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2018 publicó datos que muestran que la obesidad creció de manera significativa de 2012 a 2018. Hoy 8 de cada 10 mexicanos adultos son obesos y 1 de cada 10, diabéticos. Esto evidencia que lo realizado para prevenir este problema no ha dado el resultado esperado.
Por ello es necesario considerar varios elementos importantes que generalmente no se toman en cuenta: la vinculación entre alimentación y cultura; el grado de desinformación que la población tiene con respecto a la alimentación; el entorno obesogénico en el que influyen tanto las costumbres de la familia como el bombardeo de la publicidad comercial, y la adicción a los alimentos, que puede estar conformada por varias a la vez: adicción a la carne, grasas, azúcares y alimentos industrializados específicos. Todo esto genera culpas y afecta la autoestima personal.
Por esta razón, e inspirados en el impacto en la salud de la dieta mediterránea (que se desarrolló desde premisas regionales, históricas y culturales, y no biomédicas), se promueve un modelo de alimentación sustentado en los sabores y saberes de nuestra población mexicana, que prioriza los alimentos de origen mesoamericano (fruto de una enorme biodiversidad), la cultura gastronómica regional y la producción local; combinando los alimentos de manera nutritiva y saludable, de acuerdo con las evidencias científicas.
El nombre de “la Dieta de la Milpa”, se refiere al reconocimiento de la importancia que tienen alimentos que forman parte de nuestra identidad nacional como el maíz, el frijol, el chile y la calabaza (eje sustancial de la milpa), y de otros como el amaranto, los quelites regionales y demás alimentos de origen mesoamericano que se consumen en México, junto con aquellos de origen externo adoptados por la cocina mexicana. Es nacional, pero tiene su especificidad y adaptación a cada región, reconociendo sus productos y saberes. Con ello pretendemos impactar en el estado de nutrición, tanto de personas sanas, como de personas con enfermedades donde la alimentación tiene un papel trascendental.
La Dieta de la Milpa se nutre de la tradición y de la ciencia y tiene como beneficios, el balance de proteínas, grasas, carbohidratos, vitaminas y minerales en las cantidades que requiere el cuerpo, privilegiando el consumo de verduras, cereales como maíz y amaranto, leguminosas y frutas con alto contenido de antioxidantes y fibra, lo cual reduce el riesgo de padecer enfermedades crónico degenerativas y cardiovasculares. Es saludable también para el “planeta”, al reducir de manera importante la proteína animal, sobre todo las “carnes rojas”. Éstas se pueden consumir en poca cantidad y frecuencia acompañadas de muchas verduras. También se recomienda el consumo de huevo, requesón, pescado, aves e insectos, todo en cantidades específicas. Todo ello se explica en nuestra imagen gráfica, que reconoce también la importancia de la lactancia materna.
La metodología que construimos y promovemos, la basamos en herramientas interculturales, tanto en actividades clínicas, como con grupos de personas (sanas, en riesgo o enfermas), en los cuales se fomenta que expresen su problemática familiar-alimenticia y su opinión respecto a los alimentos saludables y dañinos desde su experiencia y cosmovisión; con ello se construye una propuesta de alimentación. Posteriormente se comparten alimentos elaborados por ellos, que parten de los principios definidos en el grupo con base en los elementos de la dieta de la milpa.
Para contrarrestar el efecto de los ambientes obesogénicos (familiares y sociales) y las adicciones a ciertos alimentos, proponemos la conformación de grupos de apoyo, con reuniones frecuentes donde expresen los problemas prácticos para implementar el modelo, resolver dudas, resaltar los logros, construir soluciones de manera colectiva, brindar información, compartir recetas e involucrar a la familia.
En este momento de crisis alimentaria nacional nos interesa aportar desde una mirada diferente, que retoma nuestra historia, la ciencia y la conciencia, considerando a las personas como sujetos, desde su propia diversidad y particularidad emotivo-cultural y no como objeto de nuestras estrategias clínicas y promocionales. •
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