Jueves 13 de febrero de 2020, p. 6
Existe una relación de amor-odio entre la Ciudad de México y sus habitantes, una urbe latente a la espera de ser descubierta tanto en la superficie como en el subsuelo, donde se realizan trabajos arqueológicos de pequeña dimensión aunque de gran información para los investigadores, una metrópoli que se convierte en personaje y cuyo Centro Histórico, designado patrimonio de la humanidad, debe ser protegido y restaurado.
En esas labores de cuidado del centro de la capital ‘‘no podemos bajar la guardia, hay que estar atentos y denunciar cuando algo caiga o deteriore”, consideró la historiadora Ángeles González Gamio, colaboradora de La Jornada, durante la conferencia La ciudad como personaje, que se efectuó en El Colegio Nacional con la presencia del arqueólogo Leonardo López Luján y, de moderador, el escritor Vicente Quirarte, quienes hicieron una videoconferencia con especialistas de la Universidad de La Sorbona, aunque fallas en sonido y video impedían escuchar con claridad qué se decía desde Francia.
Quirarte señaló que en un principio esa conferencia se centraría en la Ciudad de México; sin embargo, decidieron dejar el tema abierto a las urbes en general. ‘‘A lo largo de siete siglos de existencia hemos destruido la Ciudad de México una y otra vez y la hemos vuelto a levantar”, añadió el también ensayista.
González Gamio, quien ha escritor varios libros acerca del Centro de la ciudad y autora desde hace casi 30 años de una crónica semanal en este diario, recordó que en los años 90 se inició el rescate de esa zona una vez que se eliminó el decreto de rentas controladas emitido en la Segunda Guerra Mundial por varios países, aunque en ellos se suprimió al terminar ese conflicto.
En México no, y esa fue la causa de que decenas de dueños de edificios dejaran de dar mantenimiento a casas y comercios, y los rentistas tampoco lo hacían porque no eran suyos; las calles se llenaron de vendedores ambulantes y en los años 80 ‘‘el deterioro era tremendo”, pero en el mundo surgió una conciencia de la importancia de los centros históricos. Esto llevó a la creación de instituciones en la ciudad, se logró la declaratoria de patrimonio de la humanidad, y con Manuel Camacho Solís, entonces regente, se inició el rescate. ‘‘Comenzó a cambiar el rostro del Centro Histórico”.
En el tema de la arqueología, el director del Proyecto Templo Mayor, López Luján, habló de las dificultades de excavar en la urbe. ‘‘Los arqueólogos que trabajamos en esta ciudad tenemos poco en común con los que laboran en el desierto de Sonora o en las selvas de Chiapas.
‘‘Somos arqueólogos urbanos y el ambiente es distinto, pues es complicado escapar en una ciudad, porque tenemos 700 años de ocupación continua. No podemos excavar donde queremos, sino donde podemos.”
Aun así, el trabajo de los arqueólogos urbanos ha propiciado grandes hallazgos que ayudan a un mejor entendimiento de las culturas virreinal y prehispánica, ‘‘aunque por desgracia nuestra perspectiva es limitada. Sabemos muy poco. Hemos escalado recintos sagrados pero falta aún excavar palacios, casas de la gente común y corriente”.
Desde Francia, en un breve momento de entendimiento tecnológico, se habló de la ciudad como personaje y motor de historias.