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Los miserables
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▲ Fotograma de la cinta de Ladj Ly
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na primera precisión conveniente: Los miserables, el primer largometraje de Ladj Ly, realizador nacido en Malí y radicado en Francia, no guarda relación alguna con la novela homónima de Victor Hugo, menos aún con el musical inspirado en ella. Es apenas una referencia anecdótica traída a colación por uno de los personajes de la cinta. El lugar en que se desarrolla su trama policiaca, su relato de abusos de poder y exasperadas respuestas comunitarias, es Montfermeil, un conglomerado urbano en la periferia parisina, con una densa población de origen árabe o africano, donde el autor de Los miserables situó en 1862 parte de su célebre relato. La alusión geográfica se vuelve, sin embargo, planteamiento moral cuando el director cita en los créditos un fragmento de la novela: Recuerden, queridos amigos: no hay hierbas malas ni hombres malos. Sólo malos cultivadores. Una suerte de advertencia sobre el tipo de violencia y caos que entre las poblaciones marginadas suelen propiciar el abuso de poder y la impunidad vuelta sistema. Ese tipo de alerta la lanzará tiempo después el escritor afroamericano James Baldwin en un tono bíblico más contundente: La próxima vez, el fuego.

Recuerde también el lector que hace 25 años la cinta francesa El odio (La haine, Mathieu Kassovitz, 1995), causó sensación al incursionar novedosamente en las barriadas violentas parisinas y capturar la ira y el resentimiento de tres jóvenes al día siguiente de una revuelta callejera. Los miserables, de Ladj Ly, muestra que aquel clima de malestar social, lejos de calmarse, hoy se ha exasperado. En esta ocasión, la cinta sigue de cerca la acción, también en 24 horas, ya no de tres jóvenes inconformes, sino de tres policías que en sus rondines cotidianos se dedican, por diversión, por cálculo o por una fanfarronería vuelta oficio, a provocar a una población a la que consideran conveniente mantener atemorizada. Una escena clave resume esa actitud. En una parada de autobús, el policía blanco Chris (Alexis Manenti) hostiga a tres jóvenes negras, burlándose de su indefensión, asestándoles cargos por posesión de drogas, insinuando amenazas sexuales, y recordándoles que la policía no tiene por qué rendir cuenta alguna de sus actos, excepto cuando estos son filmados, situación que siempre sabe prevenir. O casi siempre.

El populoso territorio que recorre la cámara de Julien Poupard, en vistas aéreas o en tomas zigzagueantes por los pasillos de mercados al aire libre, está plagado de peligros potenciales. Ahí operan bandas de traficantes y también posibles terroristas agazapados en los cafés o en guaridas infranqueables. El barrio semeja un virtual barril de pólvora de mecha muy corta. Como en la cinta Polisse (Maiwenn, 2011), las autoridades policiacas procuran evitar los desbordamientos de su cuerpo en servicio y actuar con cautela, pero las provocaciones reiteradas del temperamental Chris, suerte de vaquero con uniforme de policía, escandalizan incluso a sus colegas, Stéphane (Damien Bonnard) y Gwada (Djebril Zonga), quienes preferirían ajustarse a un reglamento ético. Al final, un error policiaco inexcusable provoca que un niño negro salga lesionado por una bala de salva, lo que desata la indignación de sus amigos y la intensa confusión de los tres policías que descubren que su acción ha sido accidentalmente filmada por el dron de uno de los niños. Lo que sigue es la búsqueda desesperada de ese registro visual incriminatorio.

Lo interesante es que la cinta refiere, con leves variaciones, un suceso real que vivió el propio cineasta, quien en 2011 capturó en video un abuso parecido. Al subir entonces su video a las redes, acompañándolo de un lenguaje violento contra la policía, el infractor tuvo que arrostrar consecuencias judiciales. En 2017 filmó un cortometraje titulado ya Los miserables, y ahora, dos años después, regresa a aquella anécdota para elaborar un guión más complejo en colaboración con Giordano Gederlini y Alexis Manenti, con un punto de partida original. Elige situar la acción en un día muy preciso, el 15 de julio de 2018, final de la Copa Mundial de Futbol en el que Francia enfrentó victoriosamente a Croacia.

La euforia deportiva congregó ese día, en una sola voz, a una Francia multirracial milagrosamente unida. No hubo polarizaciones ni conflictos. Todo era tan ideal y hermoso como desearía ver siempre el paisaje social todo poder conservador. Poco después, sin embargo, esa falsa armonía habría de volverse una pesadilla. Aquel tránsito desde la utopía de una unidad en la desigualdad hasta las realidades menos sonrientes de una revuelta social, es el argumento y parábola de este poderoso primer largometraje del franco-africano Ladj Ly. Los miserables está nominada en la categoría de mejor película internacional para la entrega del Óscar esta noche.

Se exhibe en la Cineteca Nacional y en el circuito independiente y salas comerciales.

Twitter: @CarlosBonfil1