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La libertad de los mineros
M

éxico tiene una actividad minera de más de 500 años. La dinámica e intensidad de este sector no sólo ha sido fundamental para el desarrollo industrial de nuestro país, también ha jugado un papel estratégico para el crecimiento de la economía nacional. No hay industria en México ni en el mundo que no dependa de los metales y estos son extraídos de las entrañas de la tierra por los mineros, son transformados por los trabajadores metalúrgicos y convertidos en productos básicos por los siderúrgicos para un desarrollo sólido de la estructura productiva y la transformación manufacturera de cualquier región.

¿Quiénes son los mineros y qué aportan a México? Son preguntas que muchos se plantean, pero no conocen la respuesta, aunque sí la intuyen. Los trabajadores de este sector tienen un carácter fuerte, desarrollado en la lucha diaria para superar las adversidades, los altos riesgos y los retos que presenta esta actividad. Cuando han sido atacados o violentados sus derechos de inmediato responden e inician un proceso de resistencia, de valor, de unidad y solidaridad que no se encuentra fácilmente en otros sectores de las ramas productivas del país.

Los empresarios mineros, por otra parte, por lo general –salvo excepciones–, son ambiciosos y codiciosos por naturaleza y generalmente no reconocen ni valoran lo que hacen los trabajadores, mucho menos los compensan o pagan sus servicios de manera adecuada, con remuneraciones justas y dignas de acuerdo con su esfuerzo y sacrificios, así como a su contribución al enriquecimiento de los inversionistas.

De ahí que constantemente se generan conflictos que se suman a las pésimas condiciones generales de trabajo y a la explotación frecuente de ellos y sus familias. La contaminación y los desperdicios tóxicos se agregan a la larga lista de violaciones a sus derechos fundamentales y los de las comunidades donde operan. Todo eso se da independientemente de los ataques y métodos de control empresarial que pretenden imponer a los mineros, desconocer su fuerza, pero sobre todo atentar contra su libertad y el derecho que tienen a la libre sindicalización.

Por eso estos trabajadores tienen muchos enemigos que no entienden, ignoran o simplemente se hacen de la vista gorda ante la inseguridad y las pésimas condiciones de trabajo en que los mantienen. Usan a los mineros, les pagan salarios bajos e indignos comparados con su sacrificio y con las riquezas que como productores manejan, y luego los empresarios, en complicidad con políticos y líderes corruptos que son insensibles ante las injusticias y los abusos, pretenden acentuar esos grados de explotación hasta niveles insultantes.

La mentalidad empresarial de hoy se proyecta al pasado, a la época de los señores esclavistas, hacendados y latifundistas de los siglos XVIII y XIX. Ambicionan y ven sólo ganancias, no se fijan en necesidades humanas. A pesar de lo anterior, la constancia, visión y perseverancia de los mineros nos ha llevado a una serie de triunfos desde el año anterior en materia de organización y afiliación de muchos trabajadores al Sindicato Nacional de Mineros que me honro en presidir, en casos muy sonados como en las empresas mineras El Boleo, de Baja California; el Bastón del Cobre, en Michoacán; Teksid, de Monclova, Coahuila; la mina de Cosalá, en Sinaloa y otras más.

No ha sido fácil conseguir la libertad de los mineros mexicanos como tampoco defender el derecho a la libre asociación para que sean ellos y nadie más quienes decidan a qué organización pertenecer y a qué dirigentes elegir. Anteriormente, y todavía en muchos casos, ha habido una actitud de autoridades ineficientes, cómplices, que actúan con dolo y de manera insegura e hipócrita para favorecer intereses particulares y de grupo.

En las administraciones anteriores el poder político se había entregado, coludido o aliado con el poder económico. La influencia de los más poderosos había crecido enormemente y su dominio a nivel regional o estatal era y ha sido evidente. Como ejemplo, el Grupo Peñoles controla Zacatecas y otras regiones más; Grupo México, en el estado de Sonora, mientras el Grupo Acerero del Norte lo hace con las minas en todo Coahuila. A nivel federal no ha sido menor su control y prácticas de corrupción, tráfico de influencias y uso de la información confidencial.

El gobierno federal tiene razón y lo ha expresado: esa clase de empresarios no son ni serán amigos leales a México ni a los mexicanos porque siempre les ha gustado vivir en la opulencia de unos cuantos frente a la indigencia, desigualdad y marginación de las mayorías.

Muchas veces esos mismos grupos presionan, amenazan y chantajean con no invertir si no se les complace en sus propuestas y rechazarán los cambios, salvo aquellos que no impliquen transformaciones de fondo, muy al estilo del Gatopardo. Frente a esta situación no queda más que aplicar la democracia, la justicia, la libertad y el bienestar, a la vez que promover la inversión y el crecimiento de la mano de la política laboral y social del país impulsada desde el gobierno actual. El crecimiento frío, sin los elementos para satisfacer las necesidades humanas, generalmente termina en crisis y en fracasos.