Enésima mansada, ahora de jaral de peñas
Empresas, ganaderos, autoridades y público se desentienden de la condición de los toros
Jueves 6 de febrero de 2020, p. a38
Para la corrida 16 de la temporada 2019-20 en el coso de Insurgentes y con motivo de su 74 aniversario, la empresa TauroPlaza México ofreció un bien intencionado cartel con el tlaxcalteca Uriel Moreno El Zapata −en sustitución del peruano Andrés Roca Rey, quien de repente se les enfermó
a sus alegres apoderados mexicanos de Casa Toreros−, los españoles Antonio Ferrera y Morante de la Puebla y el queretano Octavio García El Payo, para soportar, más que lidiar, un manso y deslucido encierro.
Ahora fue de Jaral de Peñas, ganadería caracterizada por subuena crianza. Pero el fantasma de la mansedumbre recorre la fiesta de toros en nuestro país, trátese de hierros tradicionalmente desbravados o los caracterizados por su escrupuloso encaste, algo que no preocupa al monopolio taurino ni a ganaderos ni a los que figuran ni al público, mucho menos a las autoridades, desentendidas hace décadas de la suerte que pueda correr este patrimonio cultural inmaterial del pueblo de México.
Si a la falta generalizada de bravura en los hierros contratados por la empresa, añadimos figuras comodinas, predecibles combinaciones, la falta de espíritu competitivo y de sello en los alternantes y la pobre publicidad y mercadotecnia para apoyar el espectáculo taurino, el panorama de esta tradición se vuelve aún más incierto. El manoseado coso registró, sin embargo, una entrada que superó la del lunes anterior, ya que esta vez hubo poco más de la media entrada, habida cuenta que el público siempre ha querido ser parte de la historia, así sea como mero espectador.
A la empresa en turno y a su antecesora les cuesta la vida reconocer que no han hecho bien las cosas, pero la ecuación es muy simple: si el 5 de febrero de 1946, fecha de la inauguración del coso, la capital del país no rebasaba los 3 millones de habitantes y hoy, con más de 20 millones en la zona metropolitana, las entradas apenas rebasan la mitad del aforo –20 mil localidades–, o la competencia de espectáculos de masas supera en atractivo a los toros, o la oferta de las empresas taurinas carece de interés o, como alguna vez vaticinó el filósofo Francis Wolf, los antis ganarán la batalla con la colaboración de todos
.
¿Y la corrida? Ah sí, la corrida. Bueno, lo más emotivo fue la despedida del monosabio Porfirio Sánchez, luego de 60 años de ejercicio ininterrumpido de la profesión, al que con respeto y destocados, excepto Gamucita, colegas, picadores, banderilleros, médicos y matadores abrazaron bajo las enternecedoras notas de Las Golondrinas.
El Zapata, ninguneado tantos años por el criterio exquisito y estrecho de las empresas taurinas capitalinas, dio otra gran tarde, con un pundonor y un gusto por jugarse la piel que ya quisieran la mayoría de los que figuran. Entregado e imaginativo con su lote, perdió con la espada la oreja de su segundo, luego de una de las faenas más comple-tas de muchas temporadas, con imaginativas suertes capoteras, tres pares espectaculares y una garruda faena a su segundo malograda con el acero. Pero como diría el lugar común: ¡qué pedazo de torero es El Zapata!
Lo mismo ocurrió con El Payo ante su segundo, otro astado pasador y voluntarioso al que fue metiendo en la muleta a base de aguante, colocación y corazón, sin cachondearse de la gente ni apelar a las posturitas. Una estocada baja malogró su torero y comprometido desempeño. ¡Cómo le falta competencia a El Payo!
A Ferrera y a Morante les protestaron la orejita y la empresa informó que el festejo estuvo dedicado a la memoria del Ciclón Mexicano Carlos Arruza, en el centenario de su nacimiento. Algo es algo.