Opinión
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El Pepe y Kusturica
¿T

endrían los dolores de la humanidad algo de consuelo de haber nacido Fidel Castro en África, o Nelson Mandela en Estados Unidos? Ucronías. Los pueblos engendran los dirigentes revolucionarios que se les parecen. Imposible de concebir a un Zapata en Argentina, un Ho Chi Minh en Chile, un Mao Tse Tung en México.

En 1959, la revolución cubana sacudió a las izquierdas pasteurizadas, y una generación de jóvenes idealistas creyeron que había llegado la hora del socialismo universal. Cuando lo que sonaba era la del socialismo a la cubana. Que hasta hoy, con singular tenacidad y feroces condicionamientos, se defiende con la identidad nacional y antimperialista que lo sostiene.

La revolución cubana partió transversalmente a todas las organizaciones políticas y movimientos populares del continente. En Uruguay, por ejemplo (¡la Suiza de América!), surgieron los Tupamaros, Movimiento de Liberación Nacional (MLN-T, 1965) que sorprendió al mundo con acciones guerrilleras ­espectaculares.

Ocho años después, la mayoría de sus cuadros habían caído en la lucha, y varios de los jefes (empezando por Raúl Sendic, 1925-89), padecieron largos años de prisión en calidad de rehenes de la dictadura cívico-militar (1973-85). José Mujica (1935), el Pepe, entre ellos.

Tras su liberación, el Pepe se acercó al Frente Amplio (FA, coalición de izquierdas fundada en 1971), y en los co­micios de 2009 fue elegido presidente constitucional, con más de 52 por ciento de los votos. Su propia compañera de luchas, Lucía Topolansky, le tomó juramento en un acto al que asistieron Hugo Chávez, los Kirchner – Néstor y Cristina–, Rafael Correa y otros ­gobernantes.

A partir de allí, el Pepe descubrió que estar a la cabeza del Estado resultaba algo más complicado que ser el primero en asaltar un banco, o soportar, con heroico estoicismo, 13 años de torturas y confinamiento solitario. Y paradójicamente, mientras las burguesías tolerantes idealizaban el pasado del Pepe, las izquierdas puritanas ponían en cuestión su integridad revolucionaria. ¡Claudicación!, vociferaban.

Progresista, reformista de derecha (y otros adjetivos que a ciertas izquierdas produce más diarrea que fascista o pro imperialista), fueron los cargos dispensados. Los anticapitalistas de manual esperaban que la ideología verdadera lo iluminara y los autonomistas renegaban de todos porque la única verdad estaría abajo y a la izquierda.

No fue casual, entonces, que un cineasta de mirada sagaz, oriundo de los Balcanes (allí donde en el siglo pasado corrió sangre en dos ocasiones), depositara su atención en Mujica: el serbio Emir Kusturica (Sarajevo, 1954), nacido en la ex República Federativa Socialista de Yugoslavia (1945-92).

El resultado fue El Pepe: una vida suprema. Filme estrenado en 2018, y que se llevó tres años de realización. Hasta que la plataforma Netflix lo lanzó a finales de diciembre pasado… a 15 días de la derrota electoral del Frente Amplio.

Ágil, musical, el documental empieza tal como fueron las cosas en la chacra del Pepe: en calzoncillos, y calzándose un traje para la investidura presidencial. Y sigue con sus dichos entre mate y mate:

“Nada de lo que hoy te digo sería igual. Todo nació en aquel tiempo, de soledad en la cárcel. No sería quien soy: sería más fútil, más frívolo, más superficial, más exitista, más de corto plazo, más triunfador.

“Vivimos dos utopías: la utopía del amor y la utopía de la militancia.

“Hay que haber tenido algunas derrotas para que a uno le entre a gustar el tango.

“Los presos comunes nuca tuvieron cantores, ni poetas, ni derechos ­humanos.

“La burocracia es peor que la ­burguesía.

“No existe fuente de derecho más creativa que las revoluciones. Las revoluciones siempre desembocan en un nuevo orden jurídico. Lo político termina estando por encima de lo jurídico, y lo jurídico termina siendo la expresión congelada de un tiempo político. No existe cosa más política que una ­revolución.

“Que predomine la solidaridad sobre el egoísmo tiene un costo tremendo.

El banco es el escalón más alto de la delincuencia no sangrienta... Es la gloria del capitalismo: hacer plata no ya con el trabajo, sino con el dinero de otros.

¿Alguien con mayor autoridad que el director de Underground (1995) para meditar con seriedad acerca de las hipocresías, logros, fracasos, mezquindades, oportunismos y necedades de los que presumen de pertenecer a la izquierda anticapitalista, con sus necesidades básicas y herederos más que satisfechos?

Hacer películas nunca me hizo tan feliz como después de haber encontrado a alguien con una biografía humana tan monumental..., expresó Kusturica. Y recuerda que cuando oyó de un presidente que manejaba un tractor, andaba en vocho, y en su chacra cultivaba flores y zapallos sin descuidar las tareas de gobierno, se dijo:

“Este es mi hombre… En el mundo corrupto de hoy, tenemos alguien que no lo es”.