in lugar a dudas el racismo ha constituido la más cruel, la más violenta y la más vergonzosa de las conductas humanas a lo largo de la historia; entre sus consecuencias más dramáticas están los holocaustos perpetrados por los turcos sobre los armenios en el siglo XIX, el de los judíos perpetrado por la Alemania nazi, en los tiempos de Adolfo Hitler, así como el de la población de origen árabe en la antigua Yugoeslavia. Sin embargo en los pasados siglos hubo otros crímenes atroces, menos conocidos y dramáticos, pero igualmente violentos e imperdonables. Uno de ellos ocurrió en el territorio de Estados Unidos, principalmente durante los siglos XVIII y XIX contra los diversos grupos indígenas, con el propósito de quitarles sus tierras y expulsarlos de los territorios reclamados por los colonizadores
provenientes de los países del norte de Europa. Tampoco podemos ignorar el racismo que marcó a Estados Unidos luego de su independencia y hasta las últimas décadas del siglo pasado hacia la población de origen africano, incluidos los regímenes esclavistas que duraron poco menos de un siglo y que aún persisten hasta nuestros días, siendo su actual presidente un ejemplo de ello.
Algo similar ocurrió a lo largo de las colonias conquistadas por los españoles y portugueses durante los siglos XVII y XVIII, en los que los pueblos originarios de lo que hoy es Latinoamérica, fueron esclavizados y diezmados por los conquistadores y después por sus descendientes y las siguientes oleadas de españoles que buscaban hacerse de fortunas en América. En la década de 1950 el gobierno de Estados Unidos presidido por el general Eisenhower y su secretario de Estado, John Foster Dulles, aplicaron una política igualmente racista con los países de Centroamérica, para explotar sus riquezas naturales, sin importarles el daño económico y social que causaban y siguen causando hasta hoy, con las consecuencias de empobrecimiento que constituyen el origen de las actuales migraciones centroamericanas hacia Estados Unidos. En nuestro país hemos condenado el racismo en diversos momentos de nuestra historia. Sin embargo, buena parte de nuestra población y varios gobiernos de la República han asumido conductas, políticas y acciones racistas, similares a las exhibidas por pueblos y gobiernos de otras naciones.
El resultado de estas conductas lo podemos observar viajando por el territorio nacional y constatando que la población indígena vive hoy en las regiones más inhóspitas de nuestro país, como es el caso de las montañas y barrancas de Chihuahua, las selvas y montañas de Chiapas, las zonas áridas de Oaxaca y los desiertos de San Luis Potosí, Zacatecas y Coahuila. ¿A qué se debe esto? ¿Será acaso porque ellos decidieron vivir en esos lugares? Por supuesto que no. Sus ancestros ocuparon y vivieron en todo el territorio nacional aun en los tiempos posteriores a la consumación de la Independencia. Tenemos que aceptar que ellos debieron ser removidos de los lugares que habitaban y trasladados de manera violenta o con engaños a sus ubicaciones actuales por sucesivos gobiernos de la república, destacándose los de Porfirio Díaz en el siglo XIX y de Gustavo Díaz Ordaz, ya en el siglo XX.
En ambos casos la población nacional, mayoritariamente mestiza, nada hizo para defender a los indígenas y mostrar su rechazo a esas injustas medidas gubernamentales. Si nosotros nos preguntáramos ahora por qué sucedieron estos hechos, la única repuesta posible es la cultura racista de amplios sectores de la sociedad. De mi niñez yo recuerdo haber escuchado hablar de las gatas
y de los indios pata rajada
para referirse a la población indígena, conceptualizada como floja, sucia y carente de inteligencia. Consciente seguramente de este problema, el presidente Adolfo López Mateos ordenó la construcción del Museo Nacional de Antropología, con la finalidad de que la población de nuestro país se sintiese orgullosa de su pasado indígena. El impacto positivo que tuvo ese proyecto es innegable. Sin embargo, la conducta de un sector de nuestra sociedad a partir de las migraciones masivas de la población centroamericana que vive hoy una crisis económica y de violencia en sus países, generada por las políticas de dominación ya mencionadas, nos hace ver que el pensamiento racista subsiste en la actualidad en nuestro país, orientado ahora hacia los centroamericanos, como si se tratara de personas totalmente diferentes a nosotros, y similar a la del sector más racista de la sociedad estadunidense, en el que está incluido en primer lugar su presidente Donald Trump.
Ciertamente, el trato de las autoridades mexicanas hacia los migrantes que pretenden entrar a México para dirigirse a Estados Unidos conforma una política contraria a la tradición de hospitalidad que ha caracterizado a nuestro país en tiempos pasados, (especialmente entre 1934 y 1946). El mensaje del gobierno del presidente López Obrador informando que la Guardia Nacional había actuado para proteger a los inmigrantes
de incurrir en riesgos innecesarios (probablemente reales en virtud de los asesinatos de migrantes acaecidos en el pasado), no podía ser más desafortunado en virtud de su similitud con los mensajes de los nazis orientados a encubrir las operaciones de secuestro y traslado de los judíos a sus campos de exterminio. Hoy, sin embargo, el actual gobierno tiene pocas posibilidades de maniobra en virtud de la dependencia económica de Estados Unidos, cuyo gobierno nos tiene amenazados con posibles castigos económicos si nuestro país no detiene a los centroamericanos antes de que éstos lleguen a su frontera, ignorando que son ellos los verdaderos responsables de las causas que los han forzado a huir de sus propios países, siendo este el costo que debemos pagar por la pérdida de soberanía, cuya responsabilidad recae en los gobiernos de Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto.
*Director del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa