afael Alberti, instinto vital, en plena borrachera de poesía, música por alegrías, ritmo flamenco que galopa y galopa, resonó, y fuerte, en el sueño que tuve anoche en el que enloquecía al público que se hacía uno con él en el Palacio de Bellas Artes.
Las personas lo aplaudían, apoteóticamente, como antaño lo aplaudían en las plazas de toros españolas miles de obreros de boina y campesinos con sombrero de ala ancha y su teatro de urgencia, expresión de su política comprometida y su activismo, en la contienda que ensangrentó España…
Me levanto y miro ¡Sangre a la derecha! / a la izquierda, sangre.
Su vena poética lo acompaña durante la guerra:
Mañana dejo mi casa / dejo los bueyes y el pueblo / ¡salud! ¿adónde vas, dime? / voy al quinto regimiento / soy del quintoregimiento /…
Y ya entrado en gastos cantaba por alegrías su famoso ‘‘galope” de musicalidad flamenca, en las que vibró Andalucía:
Las tierras, las tierras, las tierras de España / las grandes, las solas, desiertas llanuras / Galopa caballo cuatralbo / jinete del pueblo / al sol y la luna / galopa, galopa / hasta enterrarlos en la mar / a corazón suenan, resuenan, resuenan / Galopa, jinete del pueblo / caballo cuatralbo, caballo de espuma / Galopa, galopa…
Ritmo, taconeo con redoble de palmas en un constante estribillo:
las tierras, las tierras, las tierras / suenan, suenan, resuenan / galopa, galopa, caballo cuatralbo, / galopa, galopa, que la tierra es tuya. /
Instante ritmo erótico de las estrofas que convergen semánticamente con la expresión imaginativa del sonido del galope in crescendo, como en las grandes faenas de los toreros flamencos: Los Gallos o Rafael de Paula a los toros andaluces, al golpe de las palabras y los bailes de la Argentinita o la Niña de las peines… Galopa, galopa, suena, suena, resuena; anda, venga, niña, galopa, galopa, suenan las palmas…
Alberti el de la deliciosa y alambicada frase que galopa y deja oír pisadas de caballos y bailaoras, toros y toreros, despliega mi memoria y los signos de mi lengua hasta los recovecos inconscientes y silenciosos del deseo andaluz, en una poesía que recoge el deseo español, en su galopar desde Cádiz, por el Puerto de Santa María y Málaga, estremecido hasta la excitación y el vértigo del cálculo gozoso de una sexualidad exuberante que galopa y resuena, belleza blanca y serena.
Canta por alegrías, al revés de Lorca, que canta por seguidillas. Dos cuerdas distintas, dos concepciones diversas de Andalucía y, como consecuencia, del venero de lo flamenco. Lorca es canto tremendista a la Andalucía introvertida, estética, mágica, del duende torero y los demonios. Alberti tiene un canto movedizo, luminoso, de ganas infinitas de vivir para hacer poesía ligera en las madrugadas soleadas de su Cádiz.