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Ver día anteriorMiércoles 22 de enero de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Optimismo y pesimismo
A

yer Donald Trump se dirigió a los inversionistas reunidos en Davos para decirles que no hicieran caso del alarmismo de los ambientalistas: Este no es tiempo para el pesimismo, sino para el optimismo. Eso dijo y luego acusó a quienes nos movilizamos para frenar y revertir el cambio climático de ser profetas del mal, predicadores del apocalipsis, en tanto que él ha presidido a unos Estados Unidos que están gozando de un auge económico mayor que ninguno que haya atestiguado el mundo. El presidente de Estados Unidos equipara la mentira con el optimismo, mientras disminuye la verdad científica hasta confundirla con otra actitud subjetiva, pero inversa, el pesimismo. ¿De qué se trata en realidad toda esta verborrea? Veamos.

Primero, es falso que el crecimiento de Estados Unidos sea el mayor que se haya visto nunca. El año pasado, la economía estadunidense creció cerca de 3 por ciento, mientras China, que se ha venido desacelerando año con año, de todas maneras creció arriba de 6 por ciento. El crecimiento de la economía estadunidense bajo Trump, aunque alto, no consigue marcar un récord ni siquiera para la historia económica reciente de ese país, que creció a más de 7 por ciento en 1984, y a casi el 5 en 1999. Y eso sin empezar a compararlo a las altísimas tasas de crecimiento que hubo en toda América hacia fines del siglo XIX, cuando hasta economías como la mexicana crecían a más de 6 por ciento.

Todo esto lo conocen perfectamente los millonarios de Davos. Ellos ya saben que la economía estadunidense crece, pero que su crecimiento no es ni con mucho el mayor del mundo. Los grandes ricos también saben que el cambio climático es real, y que está siendo causado por las emisiones de carbono. Lo saben porque, a diferencia del vulgo, todos y cada uno de ellos invierte un montón de dinero en investigación científica para resolver problemas técnicos, identificar oportunidades para la inversión y guiar sus decisiones ejecutivas. Los grandes inversionistas no confunden un resultado científico ni con el pesimismo ni tampoco con el optimismo; saben que un análisis científico no tiene nada que ver con la actitud subjetiva de nadie. Un resultado científico siempre será bueno para una persona y malo para otra, y conocer ese resultado producirá optimismo en unos y pesimismo en otros.

El cambio climático, por ejemplo, no está afectando a todos parejo. Habrá quien se beneficie también de él, del mismo modo en que hubo quien ganara mucho dinero durante la Primera Guerra Mundial o en la Segunda, o en Vietnam, o durante la Revolución Mexicana... El calentamiento global será un gran desastre para la mayoría de la humanidad y para las generaciones del futuro, pero a corto plazo habrá también quien salga ganón de aquello. Y esos, los ganones, son a quienes Trump dignifica con el calificativo de optimistas. Los demás somos los pesimistas.

Así, la retórica de Trump colapsa lo real con lo subjetivo, pero no lo hace para ignorar o abolir la realidad, sino para emprender algunas acciones concretas y para evitar que se emprendan otras. Si no fuera así –si a Trump no le interesara la realidad– ¿para qué ir a hablar a Davos? Podría mejor encerrarse en su hotel de Mar-a-Lago a jugar golf, y dejar mejor que el mundo siga su curso, a fin que es optimista. Pero no lo hace, porque Trump quiere evitar que la economía mundial se comprometa con una agenda ambientalista, y que sigamos en un esquema energético de consumo de carbonos y de irresponsabilidad ambiental. Y quiere todo esto no porque el sea optimista, sino porque él está entre los empresarios que se beneficiarán, a corto plazo, al menos, justamente de esas políticas.

El tema subjetivo, el del optimismo versus el pesimismo, tiene en el discurso de Trump una doble función: permite que quienes apoyen su agenda de depredación del medio ambiente se autojustifiquen, llamándoles optimistas en lugar de ecocidas, que es lo que son en realidad; y sirve también de arma ofensiva, para retratar a líderes como Greta Thunberg como criaturas agrias, que salen a protestar en lugar de estarse viendo la tele, o de dedicarse a pedirle a sus papás que le compren unos tenis último modelo. ¡Que los pesimistas le dejen el mundo a los optimistas, para que lo destruyan en paz!

Pero la realidad no es ni optimista ni pesimista. Y la ciencia tampoco es pesimista u optimista. En cambio, la acción política sí beneficia a unos y perjudica a otros. Cuando Donald Trump dice que es tiempo de optimismo, lo que quiere decir que es tiempo de sumarse al proyecto económico que él está abanderando. Y ofrece a quienes lo apoyen un traje bonito, el del optimista, para que con él se defiendan del crimen que están perpetrando en contra de la humanidad.