El genio italiano hubiera cumplido 100 años
Martes 21 de enero de 2020, p. 8
“Todos somos hijos de Ocho y medio. Fellini es uno de los directores que ha influido a todos”, afirmó una vez Woody Allen.
Federico Fellini es más que un amigo, es un hermano. Algunas de sus películas las he visto hasta 10 veces
, comentó Ingmar Bergman. Es, esencialmente, un muchacho provinciano que nunca llegó a Roma. No, todavía está soñando. Y todos deberíamos estarle agradecidos por sus sueños
, aseguró Orson Welles.
A Fellini me liga una admiración enorme, porque posee una capacidad extraordinaria, única, para visualizar los pensamientos e ideas
, calificó Akira Kurosawa. Es un animal cinematográfico, digan lo que digan los mediocres. Cuando uno es grande, es grande
, consideró Luchino Visconti. Sus películas son confesiones fantásticas, como las de un niño
, planteó Jim Jarmusch.
Valga la calificación que hacen maestros del cine sobre uno de los genios de esta expresión cuyo universo marcó al séptimo arte. Los comentarios provienen de las conversaciones que tuvo el periodista Constanzo Constantini, quien, además de compartir amistad con el genio italiano, le hizo muchas entrevistas que se publicaron en el libro Les cuento de mí, que viene a colación porque ayer, Fellini cumpliría 100 años.
La ciudad natal del cineasta, Rímini, celebra desde este lunes el centenario del nacimiento de uno de sus hijos, ganador de cinco Óscares y del León de Oro de la Mostra de Venecia, así como de la Palma de Oro del festival de Cannes.
Fellini revolucionó la cinematografía con sus historias de sueños, de melancolía, de crítica social y de una imaginación ilimitada.
Con 18 años, viajó de su pueblo a Roma para ganarse la vida como dibujante y periodista; poca suerte tuvo en esas áreas. Su destino estaba ligado al celuloide. Aunque dedicó a sus raíces cintas como La strada o Amarcord, ambas galardonadas con el premio Óscar, su primer éxito comercial vino con Los inútiles, película neorrealista en la que un grupo de jóvenes de un pueblo –marcada referencia a Rimini– fantasea, al igual que el director, con la capital italiana, tema que se repetiría en su filmografía.
Fellini retrató a esa ciudad desde una suntuosa fascinación, una continua crisis y desde las más altas y elitistas esferas, pero también desde la crueldad de la capital de Italia hacia los soñadores, reflejada en Las noches de Cabiria, sobre los incansables intentos de sobrevivir de una prostituta romana.
Otras de sus dedicatorias fue Roma, inspirada ensoñación sobre la urbe. Pero quizá su pleitesía más recordada a esa ciudad fue La dolce vita (premiada en Cannes), en la que figuran Marcello Mastroianni y el legendario baño de Anita Ekberg en la Fuente de Trevi.
Tres años después de La dolce vita, dirigió otro de sus filmes más celebrados: Ocho y medio, reflexión metacinematográfica que le valió su tercer premio Óscar a la mejor película de habla no inglesa.
Ninguna de las ensoñaciones del director habría sido posible de no ser por Cinecittá, estudios cinematográficos de la ciudad romana construidos por Benito Mussolini. El director habló de aquellos estudios como su verdadero hogar. Allí rodó la última película en la que dirigiría a su esposa y musa, Giuletta Masina, Ginger y Fred. El realizador llegó incluso a dedicar al estudio un homenaje en su 50 aniversario con Entrevista (1987), su penúltimo filme. Cerró en 1990 con La voz de la Luna. Dos años más tarde, unos meses después de ser galardonado con el premio Óscar a toda su carrera, Federico Fellini falleció el 31 de octubre de 1993.
Por los actores siento el mismo enamoramiento y la misma ternura que el titiritero siente por sus marionetas. El cine cuenta con el primer plano, que es una despiadada radiografía de lo que es por dentro. El milagro consiste en hacer traslucir la autenticidad en la ficción. Mastroianni mostró la maleabilidad más humilde y total, que dio como resultado una interpretación excepcional
, señaló Fellini de su Ocho y medio, una cinta sincera hasta la impudicia, casi irritante
.