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Los tiempos mexicanos de David Ibarra
D

avid Ibarra decidió celebrar sus noventa años con un ensayo-discurso en el que da cuenta de su larga y fructífera caminata por la economía política. La de los conceptos, visiones preanalíticas, que diría Schumpeter, e incesante formulación de trazos de política para la configuración de alternativas de desarrollo, superación de estancamientos, remoción de telarañas que más que ideológicas se han vuelto fideistas, etcétera.

Bienvenida esta renovada incursión del Maestro por los paradigmas que fueron o quisieron ser y, sobre todo, por los vericuetos hostiles de la proposición reflexiva sobre los asuntos cruciales del momento y sus posibles perspectivas y evoluciones. Como nos ha acostumbrado Ibarra, y no dejó de aconsejarlo Víctor Urquidi, salvo en la abstracción de los modelos, la economía es siempre economía política.

A lo largo de su trayectoria, David Ibarra ha sido un practicante ejemplar de ese credo: desde la Cepal aquí o en Santiago; en la Nacional Financiera, cuando todavía presumía ser banca de desarrollo, gracias en buena medida a los oficios y esfuerzos de Ibarra y sus colaboradores; en la Secretaría de Hacienda y luego desde la academia y el ejercicio de una crítica reflexiva y racional que confirmó su calidad como intelectual público y economista redondo. Muchos días de estos para David Ibarra y los suyos.

Hablar de y pensar el desarrollo, de nuestro país y de muchos más en similar situación socioeconómica, se ha vuelto ardua tarea en un medio poco dispuesto a reflexionar. El desarrollo, entendido como una combinación dinámica entre crecimiento económico y (re) distribución social, es un proceso de cambio social y, en nuestro tiempo, de aprendizaje democrático, como dijera Joseph Stiglitz en sus tiempos de economista en jefe y vicepresidente del Banco Mundial.

Democracia y economía; innovación institucional y distribución con criterios de justicia social; vinculación creativa y soberana con el resto de la economía mundial, siempre en transformación: estap

s son algunas de las asignaturas que hemos cursado sin necesariamente haberlo entendido del todo. Más bien, ha dicho Ibarra, caímos presos en redes de creencias e ideologías que, al quererse hegemónicas, nos han conducido a extravíos conceptuales y políticos ominosos que obstruyen la emergencia de nuevos paradigmas capaces de iluminar la política y sustentar las deliberaciones indispensables para arribar a aquella necesaria y deseable conjugación de crecimiento económico, justicia social y democracia incluyente.

Tales serían los componentes maestros de la transformación que requiere México para no zozobrar en los mares de fondo de este mundo bravo y hostil. Una época de cambios, pero, sobre todo, un cambio de época. Una era en que el planeta en su conjunto se propone alcanzar renovadas plataformas de desarrollo sostenible, capaz de proteger a la naturaleza y a sus especies, como lo quisieron los pioneros del desarrollo y la orden cepalina que encabezaran Prebisch y Furtado y en cuyas filas se formaran estelarmente David Ibarra y sus colegas, compañeros y discípulos.

Para cerrar, oigámoslo: Al abrazar el neoliberalismo pusimos enorme confianza en que la libertad de mercado resolvería las encrucijadas de nuestro desarrollo. Pareció aceptable perder algo o mucho de la soberanía de los estados-nación, con alto costo político desmantelamos las estrategias e instituciones proteccionistas, sociales y hasta las del corporativismo, instituciones que poco a poco se habían erigido con finalidades igualitarias o de desarrollo por más que reconocieran errores y exageraciones. Las consecuencias están a la vista, logramos incorporar al país a la integración económica global y reducir un tanto la inflación al costo de abatir en dos tercios la tasa de crecimiento y de permitir desigualdades distributivas enormes. Las deficiencias subsecuentes en materia de representatividad política todavía imprimen tumbos y estorban a nuestra incipiente democracia.

Y remata: En México, no hay vuelta atrás, ni certezas en el ya envejecido camino neoliberal. Eso nos obliga a intentar la construcción de un futuro con menos creencias neocoloniales con nuestro ingenio y trabajo puestos en diseñar una política propia que a la par de democrática resulte más autónoma e igualitaria, aun frente a restricciones externas a veces inescapables (David Ibarra, Espejismos ideológicos y realidades, La Jornada, 16/01/20, p. 15).

Su travesía, qué duda cabe, ha sido una de esperanzas y sinsabores; de encuentros virtuosos y dudas fructíferas y aquí y ahora, de una circunstancia pletórica de posibilidades y exigencias. Reclamos poderosos y nunca pospuestos para (re)imaginar, como propone Ibarra, un nuevo tiempo mexicano.

¡Salud Maestro!