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Pita Amor: entre versos y pinceles
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▲ La poeta Guadalupe Amor, La Undécima Musa, en un retrato proporcionado por la escritora y periodista Elena Poniatowska.Foto Tufek Yazbek
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ircula ya el libro del pintor, dibujante y diseñador de joyas Nacho Ortiz sobre Pita Amor, con el título Diálogo entre poesía y pintura. Editado por Paralelo 21, el libro nos brinda una serie de poemas de Pita (La Undécima Musa) y de mujeres a quienes ella les dedicó un poema: Madame Bovary, María Egipcíaca, Ana Bolena, Lucrecia Borgia, las duquesas de Alba y de Osuna, Lola Clavijo, María Conesa, La Bella Otero, Paulina Bonaparte y otras ilustradas por el pintor Ignacio Ortiz.

De acuerdo con las palabras del cineasta Eduardo Sepúlveda Amor, autor de una película sobre su fabulosa tía: “En la vida de la poeta Pita Amor cohabitaron el talento (…) con el hedonismo, el arrebato místico con los placeres mundanos; la vanidad exultante con las heridas inferidas por las tragedias personales (…) Pita desnudó, a través de su poesía, estas facetas de su agitada existencia”. Sepúlveda Amor rememora la trayectoria de Pita y su constante empeño por que los reflectores la iluminasen en todo momento”.

Ignacio Ortiz fue maestro de artes plásticas en La Esmeralda. De acuerdo con Michelle Sandiel, su viuda, era un hombre con una memoria extraordinaria. Era muy culto, le encantaba leer y hablaba cinco idiomas. Estudió artes plásticas en Monterrey, se mudó a la Ciudad de México y entró a La Esmeralda, donde conoció a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y a Pablo O’Higgins. En Francia tuvo la oportunidad de colaborar con Picasso en su taller de cerámica.

Nacho Ortiz y Pita fueron vecinos; vivieron en el edificio Vizcaya, en la calle de Bucareli, en esos fabulosos departamentos antiguos de techos altos y pisos de madera protegidos por una puerta de hierro forjado de las que ya no hay. En esas casas habitan los afortunados que pueden comprarlos o pagar una renta. En el Vizcaya, Pita forjó una amistad con el pintor Nacho Ortiz y Michelle Sandiel, quien la describe con ternura: Sus manos temblaban, su andar era lento y sus pasos suaves. Era duro verla hacer tremendo esfuerzo para subir y bajar tantos escalones, sabiendo que en su juventud fue una mujer vital y enérgica.

Nacho: Pita capturó mi atención desde la primera vez. Vestía un llamativo faldón lila, blusa color beige y en la cabeza un tocado con un moño de flores artificiales. Lo que más me cautivó fueron sus manos cubiertas de anillos. Como diseñador de joyas, cómo no me iba a llamar la atención.

Pita a Nacho: “Maestro, tú y yo tenemos algo muy importante en nuestras vidas. ¡Somos gente creativa que trasciende…! No somos como las masas sin cerebro. Tú y yo hemos dejado un legado a la humanidad: nuestra creación. Yo escribiendo y tú pintando”.

“Como siempre –asegura su viuda–, Pita nos pedía visitar el estudio de Nacho; le gustaba observar cómo trabajaba. Mientras, se inspiraba para escribir. En una ocasión, Pita le preguntó a Nacho en qué estaba trabajando, y él le contó de su proyecto Musas y mujeres, que yo le inspiré. A Pita le fascinó el tema (…) Propuso integrarse con sonetos inspirados en cada obra de la serie.

“Las visitas no cesaron. Mientras Nacho pintaba Pita escribía, y hacía breves pausas para conversar, tomar su copita…”

Los sonetos parecen canciones; su estribillo regresa y los dibujos son contundentes, reinas de baraja de gruesos labios y ojos sin expresión, rostros partidos y angulares, figuras geométricas y picassianas.

Años antes, Pita Amor empezó a repartir sus poemas en cartoncitos en la Zona Rosa, y cuando la felicitaban advertía: Son 20 pesos o son 40 pesos, según el sapo, la pedrada. Sus sonetos se hicieron célebres como su figura de anteojos y bastón y sus labios muy pintados bajo una enorme flor prendida a su cabeza de cabello corto. Primero fue la reina, después la abuelita de Batman. Figura imprescindible, agarró a bastonazos a Carlos Monsiváis y a quienes no reconocía, entre otros a su propio sobrino Santiago Aspe. Tía, no me pegues, te conozco desde siempre.

Gracias a la bondad de los vecinos comía en los restaurantes del rumbo, y Michael Schuessler vino de Estados Unidos a escribir su biografía. Como era un joven estudiante, toda su beca de la Universidad de California en Los Ángeles se le fue en cumplir los caprichos de Pita: “Michael, let’s have some drinks”, y Michael veía con terror cómo iba descendiendo el pequeño monto de dólares estudiantiles concedidos para escribir la biografía de La Undécima Musa.

Entre los personajes femeninos de los años 50, brilla desde luego Guadalupe Amor al lado de Frida Kahlo, María Félix, Dolores del Río, Lupe Marín, María Asúnsolo –pintada por David Alfaro Siqueiros–, Concha Michel, Leonora Carrington, Remedios Varo, Machila Armida, María Izquierdo y tantas grandes figuras más, sin olvidar a cantantes como Toña La Negra y vedettes como palmeras encabezadas por la inmortal Tongolele y su pasito tun tún, quien honraba las conferencias de Carlos Fuentes con su presencia. Guadalupe Amor hizo décimas a Dios y bailó en una pasarela sólo para ella, escandalizó al decir a San Juan de Dios en televisión con un escote que le llegaba al ombligo y a los 20 años de su muerte sigue dando a hablar de sí misma.

Al publicarse Diálogo entre poesía y pintura, escrito e ilustrado al alimón con el pintor Nacho Ortiz, cuando ambos compartían la vida de los muchos artistas del esplendoroso edificio Vizcaya, en la calle de Bucareli, los lectores tendremos oportunidad de volver a la época de oro en la que poetas y pintores hacían una vida de bohemia que ahora ya no existe en nuestro atribulado país.