18 de enero de 2019 • Número 148 • Suplemento Informativo de La Jornada • Directora General: Carmen Lira Saade • Director Fundador: Carlos Payán Velver

estar Comunicadxs


Tosepan Kalnemachtiloyan "La escuela de todos".

La red de la Tosepan: Un arcoíris de contenidos en el cielo

Blanca Cruz Cárcamo

Por el martes estaba todo muy lluvioso. En Kalnemachtiloyan, proyecto educativo impulsado por la Unión de Cooperativas Tosepan Titataniske, se tenía programado el miércoles para la siembra de maíz. Uno de los días más importantes del año. Papás, mamás, niñas, niños, maestras, orientadores de la milpa y quien se sume llegan a la escuelita para sembrar la semilla en las parcelas que la rodean. Llamé a la maestra temprano y pregunté: “si sigue lloviendo ¿de todos modos se sembrará?”, “sí”, me dijo. Al llegar, todos portaban impermeable o se cubrían con plásticos con la mayor naturalidad. Pero la lluvia cesó, como si hubiera estado alistando la tierra y esperando el momento de la siembra para hacer una pausa. Así, el maíz quedó sembrado en un hermoso día nublado, sereno, en un clima de organización, disciplina, convivencia y alegría.

Actividades como esta eran la antesala de un suceso de mayor magnitud programado para el sábado y esperado en toda la región de la sierra norte de Puebla y Veracruz: la 31ª Asamblea Regional de los Pueblos Masehual, Tutunaku y Mestizo, en la cual se pondría en marcha un acuerdo tomado en asambleas anteriores: caminar hacia la construcción de Planes de Vida.

Pasaban los días y las nubes se despejaban, los preparativos avanzaban. Era jueves cuando en la explanada del centro de formación Kaltaixpetaniloyan no se podía jugar basquetbol como todas las tardes, pues la banda infantil y juvenil del Cecamba (Centro de Capacitación de Música de Bandas) ensayaba el pequeño concierto con el que abriría la asamblea. Se trata de niñas, niños y jóvenes para quienes la música se convierte en el camino que ordena sus pensamientos, emociones y sueños.

El viernes en cambio, en lugar de instrumentos y sillas, la explanada se vestía de tablas, herramientas y tornillos. El grupo de jóvenes en formación en el tema de soberanía energética, alistaba una casita desarmable con bambú que sería su stand informativo en la asamblea. El plan era colocar un sistema autónomo de energía con unos cuantos focos y posibilitar a la gente mirar que no siempre los cables que llegan desde un poste trayendo la energía eléctrica a miles de kilómetros son precisamente necesarios.

Acompañaban la labor las compañeras de La Sandía Digital. Habían llegado esa mañana para completar un video sobre tres experiencias de soberanía energética. Realizar este tipo de trabajos no es una tarea menor. Comunicar lo que acontece en los pueblos es en realidad una de las acciones más importantes en la vida, tanto como lo es compartir los alimentos cuando ya están listos para saborearse. Así son los acontecimientos en los territorios, procesos de preparación de exquisitos guisos como las asambleas regionales o las siembras de maíz. Se vuelve no un derecho, sino una obligación compartirlos con el mundo, hablar de lo que se hace, se construye, se teje.

Se comienza por la propia casa. En otras palabras, la comunicación hacia dentro es prioritaria. Esa misma tarde se habían dado cita jóvenes de la Radio Tosepan Limakxtum y de la Universidad Toltekatoy Yeknemilis, proyectos impulsados por Tosepan. Iniciaban el trabajo en faena, costumbre milenaria de los pueblos originarios donde el trabajo colectivo se enfoca para alcanzar un resultado. Aunque esta faena parecía distinta, pues no tenía que ver con limpiar caminos o arreglar la escuela, sí quería, como todas las faenas, abrir senderos para el buen vivir, en esta ocasión desde la tecnología. La 1ª Faena Tecnológica se proponía instalar una intranet comunitaria para la asamblea. “Despacio que llevamos prisa”. Se comenzaría por alistar una experiencia de navegación virtual básica (como la de los focos en el stand de soberanía energética) que permitiera a quienes se conectaran descargar archivos y llevarlos consigo a sus comunidades sin haber utilizado internet global y sin haber necesitado saldo o “datos”. El grupo repasaba las razones de esta intranet: socializar una iniciativa que en diversas comunidades indígenas y apartadas ya se está llevando a cabo, plantear a la asamblea lo que significa que la tecnología se coloque al servicio de la vida y se convierta en herramienta para construir el Buen Vivir, ese Yeknemilis donde la solidaridad, reciprocidad, respeto, diversidad se reflejan en una experiencia “virtual”.

Ya se había oscurecido cuando los contenidos y textos en lengua nahuat estaban listos, el nombre designado a la red sería Matat, que significa malla o red. Lo que seguía era atender “los fierros”. Nos tocó buscar bambúes en lo oscurito para que sirvieran de mástil de los llamados “Libre Routers” (otra historia de libertad que otro día les contaremos). A eso le siguieron las deliberaciones sobre cómo sostenerlos. Pronto resolvieron con botes rellenos de arena que tomamos prestada a la cooperativa de materiales de construcción. Nos fuimos al atrio de la iglesia de Cuetzalan donde justo se montaba la lona gigante y dejamos colocados nuestros recién diseñados porta-routers.

La alegría en las y los jóvenes era notoria, se percibía a flor de piel. “¿Cómo se sienten?”, les pregunté. “¡Felices! Esto es lo más bonito de todo”, respondió Lorenzo. Horas atrás, Joana me había compartido: “Nunca me imaginé que la tecnología podría servir para unir a mi comunidad”. Los veintes siempre caen más fácil cuando te pones en marcha. El grupo se volvió para sus casas, cuando la noche anunciaba lluvia de estrellas. En casa de Abelina no se podía llegar precisamente a descansar. Otra faena familiar acontecía ahí: la tía Hilda, como integrante de su cooperativa local, alistaba en la cocina los tamales que pararía muy temprano en el fogón para llevarlos a la asamblea. Fueron más de 20. Ella era junto con otras 20 cooperativas anfitrionas de esta asamblea y estaban a cargo de brindar agua y alimentos. Quien recibe, atiende a los invitados.

En Kalta se había quedado otra parte del equipo a resolver detalles técnicos de la plataforma. Había surgido una dificultad: no se lograba que la raspberry-pi (microcomputadora portadora de los contenidos) se enlazara sin problema a los tres libre-routers que se montarían para abarcar toda la explanada. Desde Argentina, Brasil y la India amigues comprometidos con las redes comunitarias brindaban asesoría para resolverlo. Parece que las faenas tecnológicas son así, nos llevan a trascender las fronteras comunes y re-habitar desde la colaboración el más grande territorio: el planeta Tierra. Eran las 3 de la mañana y decidimos mejor dormir un poco. Había preocupación. Si no se solucionaba, la red sólo abarcaría una pequeña esquina de toda la explanada. Salimos a sentir la noche, la fuerza de la luna y en el centro de la misma cancha, miramos una estrella caer.

Por fin el día esperado. Desde el amanecer el sol se presentó pleno y el cielo abierto, la neblina que otras veces inunda la atmósfera se había despejado y este día se mostraba el horizonte. En las siguientes horas, con esa misma claridad, los pueblos también vislumbrarían un horizonte para su territorio.

Las asesorías a distancia seguían llegando. Con toda la confianza de que se resolverían los enlaces, un parte del grupo hacía la instalación de los libre-routers. Interesante que fueran Vivi y Abelina quienes pusieran todo el empeño para montarlos, alinearlos, incluso armaron sus propias extensiones eléctricas. Karlita suele afirmar: la sostenibilidad de las redes comunitarias viene dada en mucho por las mujeres. La faena tecnológica permitió mirarlo. Cuando ellas estaban en esas, el concierto del Cecamba alimentaba el espíritu, alistaba el corazón. El stand de soberanía energética casi listo. Faltaban pocos minutos para que la asamblea iniciara cuando Karlita saltando de gusto anunció “¡ya!”. Nunca la vi tan feliz. Todos los routers estaban enlazados y se podría acceder desde cualquier punto de la explanada.

Una red comunitaria acompañaba la asamblea regional. El anuncio se dio por el micrófono para que entraran a navegar. Era algo sencillo, pero era un guiso propio, una red montada por las mismas jóvenes recién iniciadas en el tema, con tecnologías propias y apropiadas, sin técnicos, con una plataforma de contenidos básica, dos idiomas: nahuat y español.

Un señor preguntó: “Disculpe, ¿necesito tener saldo?”. Cuando algo es nuestro nosotros ponemos los términos del intercambio. Este era un ejercicio de mano vuelta, un tamakepalis de contenidos. Podías descargar y también compartir archivos. Llegaron unas 3 mil personas. Muchas pudieron participar y vivir la experiencia de la intranet, con sus satisfacciones y también sus frustraciones, como todo, pero ahora asumido desde adentro, para resolverlo y hacerlo crecer en los tiempos venideros.

La asamblea trató temas esenciales, comenzando por el agua y la relación que estamos sosteniendo con ella. Un ritual de agua permitió conectarnos a todas y todos. No precisamente a la red Matat sino a la Red de la Vida. Desde la música y el agua nos llenamos de inspiración y la palabra del corazón también fluía por el aire: hablar de planes de vida comunitarios significa retornar a los sueños, a lo que queremos. Eso implica la responsabilidad de asumirlo todo: el proceso, las herramientas, los resultados. Implica hacer las cosas a nuestra manera, bajo los principios de la vida. Significa alejarnos del plano de las quejas y dificultades para pasar al plano de las acciones, de las faenas, de las redes que se entretejen, del “nosotros podemos”. Eso es autonomía.

Ahí es cuando más conveniente resulta llamar a la tecnología para que venga y nos colabore, nosotros le decimos cómo puede contribuir al Buen Vivir. Caminamos así hacia un nuevo tiempo, el de las faenas por ríos de agua limpia en la tierra y un arcoíris de contenidos en el cielo. •