18 de enero de 2019
• Número 148
• Suplemento Informativo de La Jornada
• Directora General: Carmen Lira Saade
• Director Fundador: Carlos Payán Velver
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estar Comunicadxs
Luna Marán
Durante los pasados nueve años nos dedicamos a aprender haciendo cine comunitario. El principio ha sido la idea de que otras maneras de hacer cine son posibles: ¿cuáles son?, ¿cuáles nos interesan? Nos interesan las formas de creación cinematográfica que no replican las formas de violencia laboral y económica que tiene la “industria”.
¿Cómo hacer cine desde otras formas de trabajo? Las respuestas las hemos ido encontrando poco a poco; hemos apostado por aprender a escuchar cómo se organizan en las comunidades indígenas, principalmente en las comunidades zapotecas de la Sierra Norte del estado de Oaxaca, donde, desde la década de 1980 se ha construido el concepto de “comunalidad”.
El cine es un arte de creación colectiva, si bien habrá quienes se aventuren en la soledad de la creación audiovisual, su espíritu y complejidad permite que muchas voces creativas construyan y moldeen la película.
¿Cómo se hace? ¿Cómo se organizan los pueblos indígenas?
En la “comunalidad”, la asamblea, autoridad máxima, puede delimitar lo que se quiere contar y puede determinar el por qué se quiere contar. A la energía que mueve a todo un equipo humano para contar una historia, lo hemos llamado “el corazón de la película”.
La asamblea determina acciones concretas que son delegadas por cargos (alcalde, topil, regidores, presidente, mayores, etc); estos cargos serán rotativos, si bien un topil (auxiliar municipal), no cumple las mismas funciones que un alcalde, ambas personas pueden desempeñar ambos cargos en diferentes períodos, teniendo como resultado que un alcalde puede ser luego topil y un topil luego ser un alcalde.
La rotación es uno de los elementos más ricos de la comunalidad, nadie sabe de todo porque entre todos vamos reuniendo los conocimientos para el hacer. Este principio se aplica en el cine comunitario. La creación colectiva parte de un acuerdo sobre qué historia se quiere contar y por qué; pero los detalles operativos y estéticos se pueden delegar, según el cargo asignado y éste puede ser rotativo por proyecto, temporada, semana, o día, según la misma asamblea acuerde.
Del ejercicio asambleario también hemos aprendido “la escucha atenta” y “el respeto”. Aprender a escuchar lo que cada quién quiere imprimir al proyecto. Estas intenciones se pueden unir y mezclar para definir lo que queremos contar y el por qué.
Sin duda, el gran reto es aprender a escuchar las opiniones diversas o distintas, porque la escucha es la herramienta más poderosa de cualquier organización. El respeto a la opinión colectiva y a los acuerdos llegados en la asamblea, son ejes que permiten el caminar de un proceso de creación colectiva. No tenemos que ser amigos, ni tampoco tenemos que caernos bien, pero sí es imprescindible el respeto a los acuerdos de la asamblea.
Las asambleas se pueden equivocar, son cuerpos vivos que cometen errores, errores colectivos, y de ellos también podemos aprender. Asumirse como parte del todo y respetar el paso y ritmo que decida la propia asamblea, no es tarea fácil. Pero como decía Cantinflás, ahí está el detalle.
La apuesta por el cine comunitario es un apuesta por un proceso de creación que honra el espíritu propio de la creación cinematográfica, la colectividad.
¿Dónde queda el cine de autor?
El cine de autor, como muchos otros movimientos artísticos, es parte de una época y un sistema de pensamiento. El cine de autor es un concepto europeo forjado en la década los 60, que afianza la idea de un cine creado por una sola persona, lo cual a la “industria” le ha funcionado a la perfección para crear autores-marca y no visibilizar la colectividad que existe en el proceso creativo cinematográfico.
El cine comunitario es un concepto actual que responde a la necesidad de aprender a organizarnos y visibilizar las habilidades que tenemos para ello. Además, parte de lo intrínsecamente colectivo que es el arte cinematográfico. Construir formas de producción que no repliquen las violencias de género, de clase y económicas que “la industria” tiene, es otra de las premisas del cine comunitario.
El gran reto en este proceso es cómo honramos esa creación colectiva, para que desde el inicio hasta décadas después, podamos reconocer a las colectividades que las crearon y no solo al autor-marca, actriz-marca de la película.
Nos quedan muchos retos para continuar aprendiendo y construyendo otros cines posibles; desde lo lúdico, desde la alegría y desde la fiesta, que también lo hemos aprendido de nuestro pueblo. Sin fiesta no hay cine, sin fiesta no hay pueblo. •
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