ocos países como México han dado tantos bandazos en su formación. Pocos como el nuestro: Estados Unidos ha sido estable aún con su Guerra de Secesión. Argentina sólo una república, aunque con múltiples dictaduras. Francia fue reino, república, imperio, república, imperio y más repúblicas con denominaciones diferentes. España fue reino, imperio, dos repúblicas y regresó al reino.
México es tres siglos de colonialismo, guerras independentistas, imperio, dos constituciones, repúblicas, conservadurismo, invasiones y pérdida territorial, liberalismo, otra constitución y otra república, nuevo imperio, la república restaurada, otra dictadura, revoluciones, otra constitución, más intervenciones, cacicazgos, cuasi socialismo, corporativismo, dictadura perfecta, populismo, neoliberalismo y…nada.
Un país admirable en sus patrimonios. Cinco siglos, ensayos de todo y como resultado un país injusto. Injusto con sí mismo. La consecuencia es que México se convirtió en un país remoto, quedado atrás del sitio que tenía reservado en la justicia, la democracia y el desarrollo. Todo para terminar siendo una patria injusta, de poderes imperiales y feudalizada, con la autoestima disminuida.
Ante el mundo, tuvimos plazos luminosos, mas esos se han extinguido. Estamos aislados en la solventación propia y con un deterioro de imagen no visto en décadas. Perdimos el aprecio y respeto histórico que merecimos al mundo.
Ante la perturbación resultante, a ciertas personas les ha cabido la idea aspiracional de empezar de nuevo. Bajo qué paraguas cabría la idea de un nuevo país. Con qué materia, con qué límites, con quiénes como actores y con cuáles autores.
La única aproximación que se ocurre es plantearlo bajo el auspicio de la idea de justicia. Aunque no quepa en ningún papel el profundizar en el concepto, ni se intentaría, pero sí asumir en el sentido más llano la idea de justicia que lo anhelado es dar a cada quien lo suyo.
La justicia anhelada es en un modo lo legal, lo prescrito formalmente. Es también el respeto a la igualdad. Es aquello que impide sostener lo indefendible ante un derecho primario. Esta es una precisión elemental, pero por ello es inatacable. No se desea más pero no se acepta menos. La justicia es el principio y fin de la existencia del Estado.
Hace veinte años la derecha que nunca anticipó su triunfo llegó al poder desarmada de hombres, ideas renovadas y sin programa político para asumir lo que no vio como máximo deber: la transformación histórica de país, la erradicación del vicioso pasado. El resultado fue 12 años de gobierno de mente aldeana y retrógrada. Luego la recaptura del gobierno por un grupo de príncipes intoxicados por el poder.
Y este año de 4T, como es propio de todas, ha traído anticipos de vigorosas reformas a la vida nacional, mas no ha expresado aún sus intenciones de finalidad de manera clara que hombre común la haga suya. Aceptemos que es pronto.
Todavía hay falta de claridad, entre otras cosas por la peculiar forma de comunicar del gobierno que informa mucho, pero explica poco. Sí hay damnificados y beneficiados, violentos enemigos e inertes defensores. En el debate debe reconocerse que no hay nada que no sea compatible dentro de una revolución civilizada.
Por mil razones la 4T debiera aceptarse como una oportunidad de rencuentro del país real con el país deseado. Una aproximación no utópica pero sí inspiradora. ¿Quién desecha la posibilidad de ser de manera más próxima a lo que fue deseado?
Habría más de una forma de expresarlo y una de ella sería consolidar al país, hacerlo fuerte, vigoroso, fiel a sí mismo. Basta ya de bandazos, de subidas y bajadas, de correcciones y nuevas intensiones. No se llama al inmovilismo, se llama a la estabilidad estructural trascendente y a la renovación de las formas. ¿Por qué habríamos de ser tan borrascosos, eternamente mutantes y en el fondo tan inmaduros?
Mas lo enérgico de la reflexión necesariamente cae en la pregunta ¿Por qué no creamos un país para siempre?, o bien, ¿lo estaremos creando ya?
“S i algo aprendimos en esta era de dictadores y profetas, carniceros y mesías, es que la verdad no existe; fue aniquilada en medio de promesas y palabras”
Jorge Volpi