as luchas populares contra un neoliberalismo resurgente y las agresiones de la ultraderecha que han tomado por asalto a América Latina (AL) presentan a la izquierda global una paradoja peculiar: suceden en un momento en que la izquierda institucional y partidaria ha perdido la hegemonía que había conquistado y ahora se encuentra desgastada.
El capitalismo global enfrenta una crisis orgánica que es tanto estructural como política. Estructuralmente enfrenta una crisis de la sobreacumulación y ha volcado hacia una nueva ronda de expansión violenta en el mundo en busca oportunidades para descargar el excedente de capital acumulado y prevenir el estancamiento. Políticamente el sistema enfrenta una descomposición de la hegemonía capitalista y una crisis de la legitimidad del Estado.
Esta crisis dual se vislumbra en AL. El golpe de Estado en Bolivia y la tenaz resistencia a la toma fascista; el alzamiento en Ecuador contra la restauración neoliberal; las rebeliones en Haití, Chile y Colombia; el regreso al poder de los peronistas en Argentina, seguido por la destitución electoral del Frente Ampio en Uruguay, entre otros acontecimientos recientes, apuntan todos hacia una temporada de gran flujo e incertidumbre en la región.
En las últimas décadas las élites trasnacionalmente orientadas en AL condujeron a la región hacia la nueva época global, caracterizada por la acumulacion como planta de estufa
, la especulación financiera, la calificación crediticia, la Internet, las comunidades cerradas, las ubicuas cadenas de la comida chatarra y los malls y supertiendas que dominan los mercados locales. Estas élites forjaron una hegemonía neoliberal en la década de 1990.
Los gobiernos izquierdistas llegaron al poder en los primeros años del nuevo siglo impulsados por la rebelión de masas contra el monstruo de la globalización capitalista. El giro a la izquierda suscitó grandes expectativas e inspiró las luchas populares alrededor del mundo. Sin embargo, los esfuerzos de los estados por llevar a cabo las transformaciones tropezaron con el poder estructural del capital trasnacional.
Con excepción de Venezuela durante el auge de la Revolución Bolivariana, se destacó la ausencia de cualquier cambio a fondo en las relaciones clasistas y de propiedad, no obstante los cambios producidos en los bloques de poder político, un discurso en favor de las clases populares y una expansión de los programas de bienestar social financiados por impuestos sobre las industrias extractivistas corporativas. La extensión de la minería y la agroindustria trasnacional corporativa resultó en una mayor concentración de las tierras y el capital y reforzó el poder estructural de los mercados globales sobre los estados izquierdistas.
Las masas populares reclamaban transformaciones más sustanciales. En su afán por atraer la inversión corporativa transnacional y expandir la acumulación extractivista, los estados izquierdistas suprimieron las demandas para mayores transformaciones. Desactivaron los movimientos sociales, absorbiendo sus dirigentes al Estado capitalista y supeditaron los movimientos de masas al electoralismo de los partidos de izquierda. Dada la ausencia de mayores transformaciones estructurales que pudieron haber respondido a las causas profundas de la pobreza, los programas sociales se vieron sujetos a los vaivenes de los mercados globales sobre los cuales los estados izquierdistas no ejercían control.
En cuanto estalló la crisis financiera mundial a partir de 2008, estos estados tropezaron con los límites de una reforma redistributiva enmarcada en la lógica del capitalismo global. Experimentaron altos niveles de crecimiento, mientras la economía global siguió su ritmo de expansión y en tanto los precios de los commodities permanecieron altos gracias al apetito voraz de China por las materias primas. La crisis socavó la capacidad de los gobiernos de sostener los programas sociales, llevándolos a negociar concesiones y austeridad con las élites financieras y las agencias multilaterales, como sucedió en Brasil, Argentina, Ecuador y Nicaragua. Las tensiones resultantes avivaron las protestas y abrieron espacio para el resurgimiento de la derecha.
En cuanto la crisis económica y los trastornos políticos abrieron espacio de maniobra para la derecha, ésta pasó a la ofensiva, a menudo violentamente, intentando recuperar el poder político directo. El viraje a la derecha ha entrañado una escalada de represión en toda la región y una movilización de los partidos y las cámaras empresariales de la ultraderecha, culminando más recientemente con el golpe de Estado en Bolivia, en tanto la región parece volver a la época de las dictaduras y los regímenes autoritarios. La derecha acude al racismo, el autoritarismo y el militarismo en su empeño por expandir el poder corporativo trasnacional. La derecha se desempeña ahora en utilizar el poder político directo que ha recuperado para imponer violentamente una plena restauración del neoliberalismo. La chispa que hizo estallar las más recientes protestas de masas fue una nueva ronda de medidas neoliberales.
Las crisis estructurales del capitalismo mundial históricamente constituyen momentos en que se producen prolongados trastornos sociales y políticos. A escala mundial, la crisis en espiral de la hegemonía parece estar activando una crisis general de la dominación capitalista. El capitalismo global entra en un prolongado estancamiento. El crecimiento de la economía global en años recientes ha sido basado en un consumo insostenible impulsado por el endeudamiento, la frenética especulación financiera en el casino global y la militarización impulsada por el Estado, en tanto el mundo entra a una economía global de guerra y se intensifican las tensiones internacionales.
La clase capitalista transnacional en América Latina intenta trasladar la carga de la crisis a los sectores populares por medio de una renovada austeridad neoliberal en su afán por restaurar la rentabilidad capitalista. Pero es poco probable que la derecha tenga éxito. La incapacidad de ésta de estabilizar su proyecto se da cuando la izquierda institucional/partidaria ha perdido la mayor parte del poder y la influencia que había alcanzado. Por tanto, surge un abismo entre las sociedades civil y política. Hay un pronunciado desfase en AL –sintomático de un fenómeno de la izquierda a escala mundial– entre los movimientos sociales de masa que están pujantes en la actualidad y una izquierda partidaria que ha perdido la capacidad de mediar entre las masas y el Estado con un proyecto propio viable. El escenario más probable es un empate momentáneo mientras se reúnen los nubarrones.
* Profesor de sociología, Universidad de California en Santa Bárbara