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¿La fiesta en paz?

2019: renuencia a dar servicio, escasa bravura y nula competencia

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▲ Hace casi tres décadas las empresas de la Plaza México se desentendieron de satisfacer las percepciones y necesidades del público, que optó por abandonar los tendidos.Foto Archivo
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ntender y satisfacer las percepciones y necesidades del cliente, del usuario o del público, determina el éxito de una empresa. Si el nivel de servicio y productos proporcionados queda por debajo de las expectativas del cliente, su lealtad a la empresa o al producto empieza a desvanecerse, habida cuenta de que encuentra pocas o nulas satisfacciones a cambio de lo que paga o de lo prometido.

Traducido al negocio taurino, si una empresa, con todos los recursos financieros imaginables, se conforma con una asistencia semanal de poco más de 10 por ciento del aforo total de su plaza, una de dos: o no le importa hacer el ridículo como organización mediocre, o no le interesan las necesidades y esperanzas del público. En ambos casos carece de estándares profesionales para desempeñarse como empresa de servicio y su concepto de autorregulación queda por los suelos. Pero la convicción de una empresa comprometida con la calidad, nace en la cima o no nace.

Sin ninguna posibilidad de que sus intereses sean protegidos por una autoridad, una normativa o un organismo –la alcaldía Benito Juárez ha sido cómplice de las empresas por lo menos hace 25 años, el reglamento taurino es letra muerta y la Comisión Taurina de la Ciudad de México como órgano de consulta del gobierno, no ha servido para nada–, aficionados y público recurren a la única opción que le dejan estos elementos decorativos ante el abuso sistemático de los autorregulados: dejar de asistir a la Plaza México ante su pobre oferta de espectáculo.

Cansados de pagar sin obtener nada a cambio, como no sea soportar una sucesión de reses mansas y de toreros convencionales sin verdadero propósito de competir, los públicos no saben, pero sienten que algo no anda bien y se ausentan del tendido, por más que los publicronistas insistan en que hay que asistir a la plaza para apoyar a la fiesta, como si una voluntariosa y monótona versión de ésta fuera realmente la fiesta de los toros.

Quizá la desaprensiva empresa del coso de Insurgentes entiende por filosofía de servicio y atención al usuario llenar de bares los pasillos de la plaza junto a algunas tiendas para que no quede convertida totalmente en cantina, o permitir estacionarse dentro del coso a los poseedores de tarjeta de derecho de apartado, habida cuenta de que el socavón de enfrente cobra 300 pesos por vehículo, o aumentar 20 por ciento del precio de la localidad si la corrida es de ocho toros o si torean algunos toreros-marca importados. Vaya manera de procurar la lealtad del público.

¿Qué decir del año taurino 2019? Rumbosas ferias estatales donde prevalece el novillón manso y el predecible desfile de cartuchos quemados de importación, algunas empresas satélites disputándose a los mismos toreros y ganaderías –el nefasto neofeudalismo taurino sin sentido de competencia– y la alternativa de ocho jóvenes a los que les deseo toda la suerte del mundo, proporcional a la paciencia de que deberán echar mano, pues el criterio de las empresas es el amiguismo, no valorar el potencial torero de los nuevos y menos renovar la baraja.

La Plaza México, o lo que de ella va quedando, se entusiasmó con la actuación de Calita y dos recias faenas a ranchosecos, el 6 de enero, y el 27 de ese mes se extasió con otra histriónica faena de Antonio Ferrera a uno de Villa Carmela, pero ambos diestros ya no pudieron asegundar esta temporada. Y si no es por la reveladora-relegada tauromaquia de José Mauricio en las recientes dos corridas, estaríamos hablando de otro fracaso empresarial de muy altos vuelos.