Parásitos, película del director coreano, ganadora en el festival de Cannes
Domingo 29 de diciembre de 2019, p. 4
Ricos y pobres, todos comparten ante todo la condición humana, y en esto no hay distancia que pueda separarlos.
Pongamos de ejemplo a una familia cuyas normas de sobrevivencia resultan bastante laxas para el paradigma de la sociedad occidental. Los miramos capaces de aguantar la humareda de un fumigador callejero de gasolina, para no tener que emplear insecticidas en el sótano que alquilan por su bajo precio. Su hija recibe un miserable sueldo por (mal) armar cajas para una ínfima pizzería. Rastrean el techo con sus teléfonos celulares para hallar una señal alternativa de Internet cuando los vecinos cambian la clave. En fin, su unión se basa más en desarrollar las artes del embuste y del chantaje que en cualquier intento vano por ascender en la escala social.
En el otro extremo encontramos a una familia de clase alta que habita una amplia residencia computarizada, cuyos mayores conflictos son los frecuentes berrinches del pequeño vástago que no hace sino dibujar rayones incomprensibles o los pequeños dramas hogareños de una madre que se desentiende de la familia merced a un ama de llaves semiesclavizada que le resuelve todas sus exigencias y fue heredada por el afamado arquitecto que trazó el edificio y posteriormente se mudó de ahí; de una hija enamoradiza, cuyo mayor anhelo es ennoviar con su joven profesor privado de inglés; de un alto ejecutivo que desea despegarse de las tensiones laborales una vez que aborda su automóvil de lujo y su chofer lo conduce al aparente orden y perfecta sincronía de su hogar.
Tal es la puesta dramática que observamos en Parásitos (Gi-saeng-chung, Corea del Sur, 2019), octavo largometraje de ficción del realizador en inatacable ascenso Bong Joon-ho sobre una idea original y un guion desarrollados junto con Jim Won-han, quien fue su asistente de director en la fábula ecológica-antigenómica Okja (Corea del Sur-Estados Unidos, 2017), en una sátira de humor negro en la que estudia ya no la lucha de clases, sino la colisión y el encontronazo entre ricos y pobres, pero no a causa de su nivel económico, sino de su propia humanidad frágil y contradictoria.
Es el propio director coreano quien nos explica toda la crudeza posible expuesta en su película: A pesar del capitalismo y de las diferencias económicas y sociales que dividen a la gente en clases, entre ricos y pobres, al final todos son el mismo humano. Lo que quería mostrar en la película es que todos ellos, sea como sea, siempre van a encontrarse uno con el otro y a permanecer muy cerca. Esto ocurre así seas el chofer del rico, el ama de casa o el sirviente o el tutor de sus hijos, por ejemplo. Se produce tal grado de acercamiento que incluso se huelen. Lo que quería proponer en esta película es que, a pesar de todas las diferencias, los humanos son humanos
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En cartelera
La película, ganadora en mayo pasado de la Palma de Oro del 72 Festival Internacional de Cine de Cannes, además de un Premio Especial de la American Film Institute y estando nominada a tres Globos de Oro –director, guion y película–, es la candidata más firme y comentada para ganar el Óscar a mejor película internacional –el nuevo nombre de la categoría que hasta este 2019 se llamó película en lengua no inglesa–, al aparecer en el Short List de la Academia Cinematográfica de Estados Unidos.
Tras su estreno en México durante la edición 17 del Festival Internacional de Cine de Morelia, la cinta ha llegado esta semana a la cartelera mexicana con la empresa Cinépolis Distribución, en una estrategia que implica programarla en el circuito de las salas de arte de la cadena homónima.
Así que esta temporada vacacional, también implica la posibilidad de mirar en el cine la obra de uno de los cineastas asiáticos más relevantes de la actualidad, en uno de sus temas más recurrentes: la no tan firme estatura ética de nuestras convicciones, como ocurre en Madre (Madeo, Corea del Sur, 2009), una disección sobre el amor de madre y la fuerza de voluntad imparable que las posee cuando el empeño trata de defender a sus vástagos, en este caso uno que sufre cierto retraso mental y que es acusado de un asesinato.
“Todos somos los criminales, pero también todos somos buenas personas. Todos somos buenos y malos, esa es la razón por la que en Parásitos y en otras de mis obras no muestro claramente quién es el villano ni quién el héroe. Porque así es nuestra sociedad, no se divide en blanco y negro, tajantemente”, explica el autor cuyas cintas han sido seleccionadas cuatro ocasiones en Cannes.
Al contrario de Okja, que fue la última producción de Netflix en llegar a Cannes –al año siguiente no aceptarían Roma, de Alfonso Cuarón–, la producción de Parásitos fue realizada por las compañías coreanas Barunson E&A y distribuida internacionalmente por cj Entertainment, lo que les permitió estrenar a finales de mayo en la cartelera coreana y convertirse en fenómeno inusual de taquilla al superar 10 millones de espectadores, lo cual sorprendió a su propio autor, quien esperaba enojo o temor en el público de la cartelera comercial.
Al final, haberse basado en sus propios vecinos, así como en experiencias muy personales, pudo haber sido la clave del éxito: “Normalmente, las películas tratan sobre las personas; nos permiten observarlas y analizarlas, y siempre me inspiro a través del cine de los grandes directores, también en algunas caricaturas y animaciones, pero sobre todo, lo más importante es que yo observo a mis amigos, a mis vecinos, a las personas más cercanas; ellos son la fuente de las que extraigo muchos temas, así que mi mayor influencia y la más importante es la experiencia personal. Todas mis películas, incluida Parásitos, están basadas en experiencias personales”, finaliza.