Sábado 28 de diciembre de 2019, p. a12
2019 fue el año de Clara Wieck. O Clara Schumann, como gusten.
El hecho es que en el año de su bicentenario, al fin ha sido reconocida mundialmente como una de las más importantes compositoras de la historia.
El patriarcado tiembla.
A lo largo de los recientes 12 meses ocurrieron conciertos, recitales, discursos, textos y muchas grabaciones discográficas, entre las cuales el Disquero recomienda hoy el álbum de cuatro discos compactos que reúne el total de su obra para piano:
Clara Schumann 1819-1896 Piano Works / Klavierwerke, es el título del disco.
Y, por supuesto, es una mujer, Susanne Grützmann, quien interpreta 18 partituras escritas por Clara Josephine Wieck.
Vamos de gane. Hasta hace poco, la batalla iniciaba con el nombre. La compositora se llama Clara Wieck, pero el sistema dominante la ubica como ‘‘Clara Schumann, esposa del compositor Robert Schumann” y desde luego que a él no le dicen ‘‘el esposo de Clara Wieck”. Pero bueno, no importa que si uno pone en Google Clara Wieck, nos remita a Clara Schumann. Esa batalla ya la ganamos porque la obra de ella ya está en las salas de conciertos y en las grabaciones discográficas como la que hoy nos ocupa.
Cuando uno escucha a Clara Wieck piensa de inmediato en Chopin y en Liszt. Eso se llama estilo de época. Así era la redacción, la lógica de pensamiento, el ordenamiento de las notas. Al llegar a México, ese tipo de música fue recibida con el nombre de ‘‘música de salón” pues tal era el destino original de los valses, minuetos, sonatinas, caprichos, nocturnos, souvenirs, scherzi, romanzas, temas y variaciones de esos temas.
Sí, uno piensa de inmediato en Chopin (por cierto, una duda genuina: ¿si a Chopín le dice Chopán, por qué a Agustín no le dicen Agustán?) y en Liszt, pero en Clara Wieck el estilo se llama elegancia, bouquet, buen gusto, refinamiento, donosura.
Los formatos musicales enlistados hace dos párrafos suelen arrinconarse por los musicólogos en el estante estanco de ‘‘géneros menores”, carentes de ambición.
Si algo tenía Clara Wieck era ambición artística. El total de las piezas contenidas en los cuatro discos del álbum que hoy recomendamos, obedecen a aquellos formatos ‘‘menores” pero en realidad esplenden por su muy elevada calidad. El arte de Clara Wieck los convierte en géneros mayores.
Ah, y hablando de géneros mayores, el Concierto para piano y orquesta de Clara Wieck es más hermoso, intenso, interesante, potente, demoledor que todos los conciertos para piano y orquesta de Chopin y Liszt y por supuesto de su marido, Robert Schumann.
En Spotify, en Apple Music y en otras aplicaciones puede apreciarse ese gran concierto para piano de Clara Wieck y por supuesto también el disco que hoy nos mantiene suspendidos en la gracia de la música más bella posible.
¿Dijimos Robert Schumann? Sí, el gran Robert Schumann. En Disqueros anteriores nos hemos ocupado de él para hablar de Clara Wieck y ya dijimos que ella dedicó su vida entera (se conocieron siendo adolescentes) a hacer lucir el trabajo de su marido.
Ella sacrificó su actividad creativa para procurar ambientes agradables, tranquilidad para que su cónyuge pudiera sentarse a escribir.
¿Sentarse a escribir? Clara Wieck escribió un número considerable de partituras, el suficiente como para pasar a la historia como una de las compositoras más interesantes y lo hizo en condiciones increíbles:
Realizó giras extenuantes de conciertos. Era el equivalente hoy a una rock star: la policía tenía que intervenir para controlar a las masas. En Viena, por ejemplo, la capital mundial de la música, inventaron un pastel con su nombre: la Torte á la Wieck (allá su esposo era su mero acompañante de viaje, allá sí era Clara Wieck).
Su numeralia: 139 conciertos y 10 embarazos en 14 años de matrimonio, dos pianos y seis hijos sobrevivientes (abortos y muertes prematuras de hijos a muy temprana edad).
Siempre que se sentaba a escribir, a su lado había un bebé llorando que requería atención. Interrumpía su actividad creativa, de la misma manera como in-terrumpió sus giras de conciertos cuando su marido requirió atención completa al caer enfermo.
Robert Schumann intentó siempre estar a la altura de Clara Wieck. Finalmente, la cultura dominante terminó por hacer a un lado la carrera de compositora de Clara, lo que ella más deseaba: ‘‘nada es comparable al placer de la actividad creativa, aunque sólo sea por esas horas en las que uno se olvida de sí misma y espera a solas en el reino de los sonidos”.
Lo tenía muy claro al ser pianista concertista de rotundo éxito: ‘‘tal vez no sea una artista creativa, pero recreo la obra de otros”. Y para crear, necesitaba una habitación propia. Al lado de su mesa de trabajo, siempre había un bebé.
Franz Liszt, uno de los autores a quienes ella recreaba en sus conciertos tumultuosos, la retrataba así: ‘‘Al brillo húmedo y juvenil de sus ojos le ha sucedido una mirada fija y angustiada. La corona de flores que antaño trenzaba con holgura sus cabellos apenas logra ocultar ahora las candentes cicatrices que la sagrada diadema ha impreso tan profundamente en su frente.”
A juicio de otros, escribe Anna Beer en su libro Armonías y suaves cantos, las mujeres olvidadas de la música clásica, su rostro siempre había reflejado tristeza. ‘‘Jamás tuvo infancia. Su padre estaba determinado a convertirla en una virtuosa del piano, y ella nunca conoció las delicias de la juventud. Incluso entonces su semblante translucía su pesar secreto”.
Con Fanny Hensel (otro caso del patriarcado: al casarse, el mundo la conoció con ese apellido y dejaron de lado el original: Mendelssohn; sí, el famoso es un hombre, su hermano, Felix Mendelssohn) Clara Wieck estableció el canon de la composición. Ellas dos se colocan hoy, a la distancia, como dos autoras de relevancia monumental.
En los cuatro discos del álbum que recomendamos hoy al despedir el Año Clara Wieck, está toda su imaginería, su sentido del humor, sus títulos a lo Satie: Quatre pieces caractéristiques, opus 15; Quatre pieces fugitives, opus 11, Trois Romances.
Despidamos 2019, el Año Clara Wieck, para recibir 2020, el Año Beethoven, con alegría.
Escuchemos la música de la gran Clara Wieck.
Feliz Año Nuevo, hermosa lectora, amable lector.