os signos se obstinan en llevarnos a escenarios ominosos, irrumpa o no la recesión por todos tan temida. La declaración del secretario general de la ONU, António Guterres, en la frustrada reunión de Madrid de la COP25, de que las señales y amenazas del cambio climático ya no están en el horizonte sino a nuestra vista, resume la galaxia de calamidades con las que la comunidad internacional organizada no ha podido lidiar. Ni, al parecer, quiere hacerlo.
Estas asechanzas se acumulan para formar unos escenarios oscuros para lo inmediato, para mañana y desde luego para el año que implacable se abre paso.
No habrá proyecciones o diseño de expectativas nacionales, por parte de los gobiernos o de las organizaciones sociales y políticas, que puedan desprenderse de estas visiones calamitosas que para no pocos portan escenarios punto menos que apocalípticos. Todo depende de todo: de aquí la necesidad de pensar globalmente la política, la economía, el medio ambiente, aunque se tenga que, al mismo tiempo, actuar local o regionalmente. Sin asumir esta obligada y dura sintonía no se podrán trazar estrategias de alcance nacional y lo que solíamos llamar el resto del mundo nos impondrá sin clemencia ni consideración su agenda cargada de exigencias, sesgos, improvisaciones y distorsiones configuradas desde el o los poderes de hecho y sin derecho.
Así lo tuvimos que experimentar en estos infaustos días de efímera celebración por la renovada firma del T-MEC. El principio de interdependencia intensa y en tiempo y real, se nos impuso nada menos que por lo que solía verse como el coto de caza por excelencia del poder corporativo, burocrático empresarial: el mundo laboral ahora de nuevo proletarizado por la nueva industrialización vinculada al comercio internacional y en especial al libre comercio. Con tratado o sin él.
Desde Washington se dejó sentir, sin mediaciones, el afán de republicanos y demócratas, paradójicamente encabezados por Trump, por dejar labrada su impronta en el nuevo tratado. Como lo ha hecho el presidente Trump y han buscado hacerlo los demócratas encabezados por Nancy Pelosi con sus adendas laborales de última hora.
Expresión del oportunismo y el pragmatismo característicos de la política estadunidense, sus reclamos y prevenciones no dejaron, sin embargo, de apuntar a varios de los hoyos negros que la estrategia de desarrollo y comercio internacional de México desde finales del siglo pasado soslayó y pretendió poner bajo la alfombra hasta el final de los días.
Como ocurrió con el TLCAN y sus acuerdos paralelos, en esta nueva jornada nuestros saldos en los temas laboral y ambiental son negativos y advierten de incumplimientos recurrentes que, para muchos, en realidad formaban parte de la estrategia misma adoptada para la globalización económica de México. La competitividad epidérmica
contra las que no advertía Fernando Fajnzyl-ver y que tanto daño ha provocado en esos espacios estratégicos para el mundo bravo de la globalización del siglo XXI.
Nuestras fortalezas se tornan debilidades cuando no se reconoce la necesidad ineludible de contar con mecanismos institucionales, desde luego políticos, dispuestos expresamente para propiciar y encausar la adaptación de las fuerzas productivas a circunstancias nuevas y mutantes. Así nos ocurrió cuando empezaron los shocks petroleros, se impuso la stagflation y el neoliberalismo se abrió pasó y decretó el fin del Estado social y conductor de la economía. Y así ha sido el caso, por lo menos, desde el fin de la bipolaridad y el arribo de la globalización y su impetuosa cauda de innovación tecnológica y conmoción política a todo lo largo del planeta.
Visto con esta perspectiva, la audaz decisión de hacer un tratado de libre comercio con Estados Unidos no tuvo la continuidad necesaria, sino una incongruente refutación al decretarse que la mejor política industrial era la que no había. Y así empezamos a navegar a golpe de remo y al amparo de corrientes de fondo y superficie que se volvieron una especie de tsunami en 2008. El nuevo tratado tiene que inscribirse en un contexto de política y estrategia dirigido a crear o recrear energía y potencialidades indispensables para traducir el libre tránsito en consistente progreso productivo y social. Lo que el anterior convenio no prohijó, pero más que nada porque desde dentro, desde el poder y el capital, se creyó que con la magia del mercado de la que hablaba Ronald Reagan nos bastaría.
Ya vimos que no y que la empresa del desarrollo supone proezas y destrezas mayores que no se compran en el mercado libre.