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Las protestas tienen su soundtrack

Arte y cultura toman las calles en Chile

Los pintores crean murales, las bailarinas danzan frente a las barricadas, las escultoras ojos llorando, los cineastas organizan proyecciones en edificios públicos

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▲ La música (foto superior) que ha recuperado canciones como El derecho de vivir en paz, de Víctor Jara, así como la danza y la pintura (fotos inferiores), son parte de las expresiones artísticas que en las actuales protestas chilenas ocupan un espacio preponderante para la denuncia y la acción, lo mismo en los barrios populares de las poblaciones de la periferia que en las colonias de clase media del centro de la capital.Foto Gerardo Magallón
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 21 de diciembre de 2019, p. 20

Santiago de Chile., En medio de los gases lacrimógenos, las municiones y los chorros de agua con químicos, y mientras los manifestantes corren, gritan y torean a los carabineros en el centro de Santiago, surge de entre la multitud, alumbrada por el fuego de una barricada, la silueta de un saxofonista entonando El derecho de vivir en paz, de Víctor Jara. Más adelante, una violinista se aleja despacio sin dejar de tocar, mientras grupos de jóvenes tapizan las calles con diseños multicolores de la protesta. Entre la corredera, el ruido de las sirenas, las cacerolas y los silbatos, se dispara la música, la poesía, la danza, el diseño, la pintura que expresa y acompaña la protesta.

La rebelión chilena tiene su soundtrack. Las miles de guitarras reunidas frente a la Biblioteca Nacional, el sonido de los músicos solidarios, la solidaridad hecha batucada. Al Bella ciao en sus múltiples interpretaciones, El baile de los que sobran, El derecho de vivir en paz y El cacerolazo, se suma Un violador en tu camino, nacido en Valparaíso y convertido en himno feminista con inesperadas réplicas en los cinco continentes.

En seis semanas de rebelión popular, sin propuestas de la clase política que convenzan a los millones de chilenos excluidos, y con el incremento y sofisticación de la represión ordenada por el presidente Sebastián Piñera, las expresiones artísticas ocupan un espacio preponderante para la denuncia y la acción, lo mismo en los barrios populares de las poblaciones de la periferia que en las colonias de clase media del centro de la capital.

A las 16 horas, convocadas por Claudia Münzenmayer, se dan cita en el parque frente al Metro Salvador decenas de mujeres y hombres vestidos de negro. Se colocan una gasa o pañuelo blanco en un ojo y empiezan a ensayar la coreografía que montarán durante las multitudinarias marchas que se organizan rumbo a la Plaza de la Dignidad, antes Plaza Italia. La mayoría no se conocen entre sí, fueron llamados por las redes sociales y están listos para la marcha.

Al menos 300 manifestantes sufrieron heridas oculares durante las primeras siete semanas de las protestas en Chile, debido a los impactos con balas de goma y perdigones disparados por la policía antidisturbios. El ojo parchado es símbolo de solidaridad y denuncia. Y el performance, explica Claudia Münzenmayer, es una acción política de danza llevada a cabo por artistas y por personas no necesariamente relacionadas con el arte. Se trata, indica, de transmitir desde la danza contestataria lo que estamos viviendo, la represión y, sobre todo, el caso de los daños oculares, que son ya más de 300, y cuando empezamos esta acción, el pasado primero de noviembre, eran 146 casos.

La acción política de danza consta de siete movimientos que representan nuestros sentires, desde el despertar de Chile, sin todavía violentar, sin que todavía nos saquen los ojos, hasta nuestro objetivo de denunciar y exigir justicia. Y eso nosotros lo decimos con el cuerpo y con el alma, explica Claudia.

En otro lado de la ciudad, en el barrio de Ñuñoa, en el patio de una casa se reúnen vecinos e invitados para armar mosaicos de colores con la forma de un ojo con una lágrima. Más tarde los colocarán en las paredes del parque. Norma Ramírez y Claudia Soto son escultoras y enseñan al resto a armar cada pieza.

Como artistas visuales estamos interpelando al gobierno, al poder. Somos artistas visuales, necesitamos los ojos para ver y estamos absolutamente conscientes de que todo el mundo necesita sus ojos. Perder un ojo es perder la mitad de la vida, es demasiado violento para una persona. La tridimensión se vuelve plana, y esta violencia no ha sido reconocida desde el poder, no han ofrecido disculpas, por lo que exigimos una postura distinta a la que se está teniendo. Necesitamos llenar las calles de ojos llorando, de ojos con sangre, porque todos nosotros estamos sangrando con lo que está sucediendo en nuestro país, explica Soto.

Complicidad entre público y músicos

Norma Ramírez, promotora de la acción, añade que el ojo en mosaico no sólo es por las heridas oculares, sino también es el ojo en las manifestaciones, el ojo del Chile que despertó. Se interpela al Estado, explica, y a todas las personas que caminen por la calle y se encuentren con esto. Para la escultora, el artista tiene la responsabilidad de manifestarse y, aparte de acudir a las marchas, entregar algo que va a quedarse en la ciudad, como el mosaico que dura bastante, y será la memoria de lo que está ocurriendo.

Fue Roberto Márquez, del legendario grupo de música andina Illapu, uno de los convocantes al multitudinario canto de El derecho de vivir en paz –canción creada en 1969 por Víctor Jara para protestar contra la guerra de Vietnam– frente a la Biblioteca Nacional, donde se reunieron miles de guitarras. Otro de los cantos que ha regresado en estos días a las calles es El pueblo unido jamás será vencido, de Sergio Ortega y Quilapayún.

Lo primero que se hizo, cuenta Roberto Márquez, fue un colectivo que empezó a tocar en poblaciones como Renca, Cerro Navia, Quilicura. Y después se hizo el acto grande en el Parque O’Higgins y otro en Caupolicán, donde se rindió homenaje a todos los voluntarios de la salud que están en las manifestaciones socorriendo a los heridos, poniendo la valentía y el pecho a la represión. Han sido actos muy fuertes, con una energía muy grande, donde cada canción adquiere una dimensión y una emoción increíbles, una relación de complicidad entre el público y los músicos”.

Sin duda el performance Un violador en tu camino ha sido la acción con mayor visibilidad y réplicas en el mundo. Concebido por el colectivo Lastesis –conformado por cuatro mujeres de Valparaíso, ciudad donde se estrenó– tuvo el 25 de noviembre, en el marco del Día Internacional contra la Violencia de Género, sus primeras presentaciones en distintos puntos de Santiago. Estamos interpelando a los policías en Chile, ellos han cometido abusos, y al igual que los militares y el gobierno, no están reconociendo los resultados de las violaciones a los derechos humanos de Amnistía Internacional. Por eso nosotras consideramos que hay un abuso sistemático y eso debe ser, por lo menos, denunciado en la calle. Por eso hacemos esto, señaló una de las organizadoras.

Estamos peleando por lo mismo que lucha el pueblo y nuestra forma de expresarnos es tocando, dice por su lado Daniel Zeleya, violinista de la Orquesta Sinfónica Nacional. Por eso los diseñadores hacen carteles con los que tapizan las calles, los pintores crean murales, las bailarinas danzan frente a las barricadas, las escultoras crean ojos llorando, los cineastas organizan proyecciones en edificios públicos. Es el arte y la cultura tomando las calles.