21 de diciembre de 2019 • Número 147 • Suplemento Informativo de La Jornada • Directora General: Carmen Lira Saade • Director Fundador: Carlos Payán Velver

Editorial


Arnoldo Martínez Verdugo, nuevo nombre en el Muro de Honor del Legislativo en Sinaloa.

Los viajes ilustran

Como balance de un año muy movido, van dos notas de viaje quizá aleccionadoras

Los culichis y el narco

La mañana del 5 de noviembre en sesión solemne los diputados locales de Sinaloa acordaron por unanimidad poner en letras doradas el nombre del comunista Arnoldo Martínez Verdugo, nativo de Pericos, en el local legislativo. Después del acto protocolario me tocó dar una conferencia sobre los retos de la izquierda en el siglo XXI. En los dos eventos ondearon banderas rojas con la hoz y el martillo y se exaltó el heroísmo de los luchadores comunistas. No cabe duda de que los tiempos están cambiando… Aunque no tanto, pues el día anterior se fracturó en dos la bancada de Morena, impulsora del reconocimiento al líder. Ya estaría de Dios.

Hace calor en Culiacán y al atardecer algunos diputados y diputadas me invitan a tomar cerveza en las calles céntricas que los fines de semana se vuelven peatonales. Entre tarros helados, pizzas crujientes y estridente música en vivo hablamos de la 4T, de la crisis de Morena, de las movilizaciones populares en Chile y Ecuador… De pronto, una diputada sigue con la mirada a un grupo de jóvenes que parecen buscar mesa y me dice: “Esos plebes que vienen pasando son narcos, ¿cómo ves?”.

Y es que en la capital sinaloense cruzarse con los narcos es normal y todos tienen algún pariente o conocido que anda en la movida. No es que les guste, pero así es.

Sinaloa es un estado donde desde siempre se asienta el narcotráfico, pero en el que paradójicamente la violencia ha venido disminuyendo. Quizá porque el cártel que encabeza El Mayo Zambada se dedica a lo suyo, el tráfico de drogas, y no al robo, el secuestro, el cobro piso y otros delitos asociados que agreden directamente a la población.

Por eso la frustrada detención el 17 de octubre de Ovidio Guzmán, poco relevante en la nomenclatura del cartel y sin orden de aprehensión en México, pero hijo de El Chapo, resultó de una torpeza inaudita.

No porque haya estado mal preparada, que lo estuvo, sino porque golpea innecesariamente un avispero delincuencial que se mantenía con bajo perfil. Los culichis del común saben que el narco está ahí y no les gusta. Menos les gustó patentizar su capacidad de fuego el jueves negro. Quisieran, como todos, librarse del narco, pero entienden que no se logrará con golpes espectaculares a los presuntos jefes, acciones que solo alborotan a las avispas y estresan a la población.

Los delitos de alto impacto deben ser combatidos directamente y con la fuerza pública, para eso está la Guardia Nacional, distribuida en cuadrantes. El negocio global del narcotráfico, en cambio, tiene que desmantelarse de otra manera. El pendejo que creyó que se podía parar el cuello ofreciéndole a los gringos la cabeza de un Guzmán, es un irresponsable y debe ser sancionado.

Hay que enderezar el entuerto culiacanense, pero dejando claro que la política de seguridad de la 4T es muy distinta. Lo han dicho una y otra vez López Obrador y Alfonso Durazo: la nueva política consiste en enfriarle el agua a los carteles con programas de inclusión social dirigidas sobre todo a los jóvenes, a darle seguridad a la población mediante una fuerza pública territorializada y a trabajar en el desmantelamiento del narcotráfico no mediante la prohibición sino yendo a sus raíces: la ilegalidad que hace crecer el negocio y la simbiosis entre los capitales legítimos y los ilegítimos.


Ovidio Guzmán.

En cambio, la derecha pide sangre. Los panistas y priistas que desataron la matazón ahora tan difícil de parar, quieren que se reanuden los combates. Expertos, periodistas y políticos como Edgardo Buscagglia, Ricardo Rabelo y Agustín Basave proclaman que se trata de una guerra y que como tal hay que afrontarla. La mayor parte de la prensa clama por balazos y no abrazos. Los culichis, en cambio, dicen que eso ya lo vieron y que no sirve.

“Los que piden guerra es porque no les han tocado los balazos en su calle o frente a la escuela de los niños -comentan mientras me llevan al hotel-. El narco es un cáncer, pero hay que buscarle de otro modo”.

En eso estamos.

Partidos y quebrados

Hace un tiempo estuve en Ecuador y el tema de las pláticas con los amigos era siempre la política y en particular el volteón del presidente Lenin Moreno, que habiendo llegado al cargo porque supuestamente garantizaba la continuidad de la política antineoliberal de Rafael Correa, ahora traicionaba sus compromisos y pactaba con el Fondo Monetario Internacional medidas antipopulares y antinacionales.

”¿Cómo fue posible un giro tan drástico?” -preguntaba yo- “Lo que pasa es que aquí no hay partidos, sino personas -me decían-. Alianza País respondía a Correa cuando estaba Correa, pero en cuanto Moreno agarró otro camino el partido se plegó, mientras que los correístas fieles se escindieron y ahora están en la oposición con su `Revolución Ciudadana´”.

Y desde hace unas semanas no solo están en la oposición, sino a salto de mata o refugiados en las embajadas, porque espantado por el alzamiento popular de septiembre, el hombre que llevaron al gobierno los persigue con saña.

La explicación, o cuando menos una parte de ella, la encontré en una entrevista a Correa publicada recientemente en la revista Proceso: “Alianza País nació y creció con el poder -dice el expresidente, hoy en el exilio-. En abril de 2006 creamos el partido y en enero de 2007 llegamos al poder. En este contexto fue inevitable tener mucha gente que no era leal a una visión o un proyecto político, sino al poder”.

Meses después, en Brasil donde impartía un seminario sobre movimientos campesinos en la Florestán Fernándes, escuela de cuadros del Movimiento de los Sin Tierra (MST), pude platicar con algunos dirigentes. A la pregunta de cómo era posible que un fascista del talante de Jair Bolsonaro hubiera ganado la elección presidencial, disertaban sobre la volubilidad de las clases medias, pero también sobre la debilidad del Partido de los Trabajadores (PT).

“El problema -me decían- es que dependemos demasiado del carisma de Lula, que ahora está la cárcel. El PT es histórico, sí, pero cuando llegamos al gobierno se empezó a desdibujar y algunos dirigentes de plano se corrompieron”.

Poco antes de las elecciones que este año se celebraron en Bolivia, me invitaron a la FIL de La Paz y pude escuchar opiniones calificadas sobre los posibles resultados de la inminente votación.

Mientras me mostraba sus oficinas -y las de Evo- en la nueva torre anexa al Palacio de El Quemado, el vicepresidente Álvaro García Linera me decía que podían ganar en la primera vuelta, aunque más ajustadamente que en elecciones pasadas. Y lo mismo pensaba Juan Carlos Pinto, director general de Fortalecimiento Ciudadano de la vicepresidencia.

Pero Juan Carlos también me regaló un libro suyo de reciente publicación: ¿Qué está cambiando en Bolivia?, donde descubrí algunas explicaciones del desgaste del proyecto revolucionario. Debilidad que sin duda facilitó el cruento golpe de Estado que el imperio y la derecha darían meses después. Esto encontré en el libro:

“El Movimiento al Socialismo como identidad política victoriosa se convirtió en freno del desarrollo político de la transformación revolucionaria cuando confundió el horizonte estratégico de trasformación con el pueblo movilizado, con la participación personal de los militantes en el Estado y el cumplimiento de las demandas sectoriales. Por eso es comprensible que haya más èvismo´ que `masismo´, configurándose un contexto político en que el liderazgo representa la principal potencia, pero también la mayor debilidad”.

La concentración del 16 de noviembre en Caracas, en apoyo al gobierno de Maduro y contra el golpe de Estado en Bolivia, era bulliciosa como corresponde a un país caribeño y también multitudinaria: quizá cuarenta mil personas, contra las cuatrocientas que había podido acabalar el cada vez más desdibujado Juan Guaidó.

Y el ambiente era festivo. Si me quedaba alguna duda, la movilización la borró: aún son legión los venezolanos del común que a pesar de los pesares apoyan a la Revolución Bolivariana.

“La derecha tiene fuerza electoral y bases sociales en las clases medias, además de que el gobierno ha cometido errores -me decía una internacionalista española que ya se avecindó en Venezuela- Pero la gente del común apoya el proceso y aunque el imperialismo nos tenga en la mira en estas tierras el cambio va”.

Sin embargo, el hecho es que los márgenes con que en 2012 Hugo Chávez ganó su última elección y en 2013 Nicolás Maduro triunfó en sus primeros comicios, fueron más estrechos que los de años anteriores. Y en 2015 el chavismo perdió en las urnas la mayoría que antes tenía en la Asamblea Nacional.

El soez bloqueo implementado por los Estados Unidos, las marrullerías de la derecha golpista y algunas torpezas en la conducción del proceso explican el desgaste. Pero también intervienen las debilidades de una organización social de base que, si bien es extensa e intensa, tiene el problema de que su impulso proviene más del gobierno que del Partido Socialista Unido de Venezuela; instituto político que, además, fue creado por iniciativa del presidente Chávez.

En un libro titulado El protagonismo popular en la historia de Venezuela, Roberto López Sánchez apunta una explicación tentativa: “La creación del PSUV, a partir de 2007, no ha logrado resolver el problema de la dirección revolucionaria del proceso bolivariano, deficiencia que se ha mostrado con fuerza a partir de la muerte del presidente Chávez, en marzo de 2013. Un partido organizado básicamente como fuerza electoral, que no elabora política ni de carácter general ni hacia los espacios particulares de intervención social”.

Alianza País, el Partido de los Trabajadores, el Movimiento al Socialismo, el Partido Socialista Unido de Venezuela…, organismos políticos que debiendo conducir en sus respectivos países el curso emancipatorio nuestramericano se desdibujan, fracturan y corrompen facilitando así los golpes de la derecha. No es inevitable que esto suceda, pero sin duda el fenómeno es generalizado y hay que analizarlo.

¿Y Morena, qué?

Armando Bartra •