21 de diciembre de 2019
• Número 147
• Suplemento Informativo de La Jornada
• Directora General: Carmen Lira Saade
• Director Fundador: Carlos Payán Velver
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Mujeres y hombres del jornal
José Eduardo Calvario Parra Profesor-investigador cátedras Conacyt, comisionado en El Colegio de Sonora y pertenece a la Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas
Ante el abanico de dificultades y complicaciones que experimentan quienes trabajan en el campo, especialmente en el noroeste de México, la exposición a las altas temperaturas es, frecuentemente pasado por alto. De 1998 a 2016, Sonora ocupó el primer lugar a nivel nacional de muertes por causas relacionadas a las altas temperaturas con 344, representando el 34% del total nacional (1012 casos). El termómetro en tierras sonorense llega a marcar alrededor de los 50° C.
Aunque los sistemas de trabajo agrícola guardan similitudes con otras regiones del país, la actividad agroexportadora exige ciertas condiciones en las cuales muy a menudo el clima no juega a favor de los/as trabajadores/as. El ciclo agrícola de ciertos productos coincide con el agresivo verano sonorense que no respeta género, edad, etnia o cualquier otra distinción social. El ejemplo de la vid de mesa (hace algunos años igual valía para la desaparecida uva industrial, utilizada para la producción de vino) nos demuestra que la fuerza de trabajo está expuesta directamente a las inclemencias del tiempo. Si bien la vid de mesa abarca ambas estaciones, invierno y verano, en esta última es cuando se da la mayor carga de trabajo, y por ende, se requiere más fuerza laboral. La cosecha se da en los meses de mayo y junio, cuando los rayos solares arrecian sin piedad, más cuando la exposición se da con poca preparación y prevención ante distintas daños, molestias y enfermedades originadas por el calor natural excesivo. Tanto los mandos medios como altos también participan y se exponen al sol, pero son los y las peones agrícolas, principalmente eventuales, quienes viven condiciones de mayor vulnerabilidad.
En un diagnóstico realizado a nivel nacional sobre las personas jornaleras en México durante 2009 por la entonces Secretaria de Desarrollo Social, se identificó que el 83% de la población entrevistada se exponían a temperaturas extremas y lluvias durante el trabajo agrícola. En el caso de las regiones de Sonora, dicha situación se entiende mejor considerando que las temperaturas son extremas. Algunas personas que se enganchan hacia los campos agrícolas de Sonora están enteradas de la dificultad del clima y, aun así, deciden enfilarse en la aventura migratoria. Otras personas, en cambio, señalan que no tenían conocimiento del tipo de clima y a menudo deciden regresarse a sus lugares de origen al no soportar las temperaturas cercanas a los 50 grados centígrados. Ambos grupos coinciden en los problemas que les acarrea el trabajo agrícola en dichas condiciones: la deshidratación, los mareos, los desmayos, la comezón en la piel. En cierto sentido, en el imaginario social se gesta ideas asociadas al grado de daño que produce el calor. Por ejemplo Tiburcio, jornalero de la Costa de Hermosillo oriundo de Ocosingo, Chiapas, con 37 años, relata la negativa de su esposa cuando, vía telefónica, le invita a visitarlo: “no dice, hay mucho calor, no será que me voy a morir”.
En verano, los y las trabajadoras agrícolas pueden sufrir algún accidente o experimentar molestias agudas derivadas por la exposición al calor, situación que provoca la necesidad de hacer traslados hacia algún servicio de salud público o privado. Lo anterior se conjunta con otras situaciones, explica la médica del Centro de Salud de Miguel Alemán (zona agrícola) en Sonora: “[…] porque salen a trabajar desde las 4, 5 de la mañana y regresan hasta las 6, 7, 8 de la noche y a veces no se alimentan bien, están también con las temperaturas extremas, no toman los líquidos en temporadas de calor, en temporada de invierno no se cubren, a parte que viajan en carros muy hacinados y hay contaminación” (2016). Muy a menudo el discurso médico moderno tiende a culpabilizar al paciente, en este caso, la médica externa las conductas inadecuadas de quienes trabajan en el agro, como el alimentarse bien, no tomar líquidos o cubrirse del frío, pero muy a menudo se omite, o se le resta valor a las condiciones de vulnerabilidad social que permiten que la alimentación no sea la adecuada, así como el acceso al agua potable o fría cuando se trata de temperaturas por arriba de los 40°C. Aun así, en el relato se reconoce que la jornada de trabajo, desde que amanece hasta que oscurece, es un condicionante para la salud de jornaleros y jornaleras. Beto, de 44 años, oriundo del estado de Oaxaca, sin titubeo identifica las altas temperaturas como un problema para su salud: “me afecta en tiempo de calor, mucho calor, pues, a veces se deshidrata uno muy feo, se siente muy fuerte”.
En 2018, de los 71 casos atendidos por daños a la salud relacionados con las altas temperaturas en la localidad agrícola Miguel Alemán, en Sonora, el 72% correspondió a deshidrataciones, el 24% a insolación, y el resto a golpes de calor; más del 90% eran jornaleros. Lo anterior nos muestra que son las personas dedicadas al trabajo asalariado las que más sufren las molestias por el calor, por lo menos en unas de las zonas agrícolas más grande de Sonora, la llamada Costa de Hermosillo.
A pesar de que desde hace años se implementa por parte de la Secretaria de Salud del gobierno federal lo que se conoce como temporada de calor con campañas de promoción y prevención, en los campos agrícolas prácticamente no existe. Considerando que las proyecciones climáticas para las siguientes décadas son de aumento de la temperatura, el actual gobierno debe de tomar más en serio el problema del cambio climático global y sobre todo, los efectos en los grupos en condiciones de vulnerabilidad social como las personas jornaleras. La deuda histórica del Estado mexicano con los trabajadores y trabajadoras agrícolas es amplia, diversa y compleja. •
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