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Nosotros ya no somos los mismos

Los grandes fifís trafican con su progenie // Los afanes independentistas tenían diferentes y hasta encontrados objetivos

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▲ Pedro Aspe dijo que la miseria del mexicano era un mito genial.Foto Yazmín Ortega Cortés
A

lguien, que al tiempo que se afirma lector asiduo de la columneta y expresa una opinión digna de consideración, me pide que guarde secrecía sobre su nombre y datos personales al contestarle. Respeto su deseo y me concreto a comentarle, hasta donde me sea posible, la inquietud que dice le provocó mi osada opinión sobre que la unidad nacional es un supuesto que no sólo está sobrevalorado, sino que en el vasto horizonte de nuestra historia no ha encontrado que una manifestación de ese comportamiento colectivo logre definir el rumbo de la nación. Veamos y luego platiquemos.

La 1a.T no fue, precisamente, un monumento a la unidad nacional. Primero porque ésta, la nación, no existía. Segundo, porque los diversos grupos que afanosamente buscaban la independencia (de la Nueva España frente a la vieja España), no coincidían en lo que este concepto significaba, ni menos aún compartían intereses y motivaciones. Si por muchos lados se oían vivas y vítores en defensa de Fernando Vll, era porque este monarca, indigno y servil, les significaba a los fifís, peninsulares y criollos, la preservación de fueros y privilegios. Comparto con la multitud un dato no muy conocido: en una comunicación del soberano español al emperador Napoleón, le hace entrega no únicamente de la soberanía de su patria, sino que – ¡Oh vergüenza nobiliaria y hemofílica!– le ruega lo acepte como hijo adoptivo. No hay duda: los grandes fifís trafican con su progenie y carecen de progenitora.

Pues todo lo que sucedía en la península repicaba en ultramar. Aquí, de igual manera, los afanes independentistas tenían muy diversos motivos e intereses y, por supuesto, diferentes y hasta encontrados objetivos. La división en el clero, desde los inicios fue evidente: los curas de parroquias en que predominaban mestizos, indígenas y aún criollos de poca fortuna fueron no sólo apoyadores de la causa insurgente, sino divulgadores y proselitistas de las ideas libertarias y de justicia que se esmeraban en fundamentar en los principios del cristianismo que predicaban. La alta jerarquía, obviamente, era rabiosamente defensora del statu quo. La consigna de Religión y fueros (surgida durante el levantamiento conservador encabezado por Ignacio Escalada en 1833), regurgitaba ya en militares como Agustín de Iturbide y en príncipes de la Iglesia como el asturiano obispo de Michoacán Manuel Abad y Queipo. Datos curiosos: Hidalgo, Morelos y Mariano Matamoros llevaron a cabo su labor pastoral en Michoacán. Hasta allí llegó, proveniente de Asturias, Manuel Abad y Queipo, para hacerse cargo de la diócesis asentada en Valladolid, hoy Morelia. Tanto de Hidalgo como de Abad y Queipo se sabe que eran hombres ilustrados y que compartían su admiración y respeto por los hombres de la Enciclopedia. ¿Qué, entonces, sucedió para que en breve tiempo uno se volviera el verdugo y el otro, por mérito indiscutible, a escasos dos siglos sea considerado el padre de una nación? La respuesta la dio hace muchos años otro padre de la Iglesia: Quien no vive como piensa, corre el peligro de pensar como vive. De existir el Ser Supremo en el que ambos creían, no me cabe duda en qué territorio, de los descritos por los libros sagrados, habitarían cada uno de estos dos padres de la Iglesia.

De Michoacán eran también el cura militar Mariano Matamoros y el militar y ambicioso político Agustín de Iturbide. El primero llegó a ser el lugarteniente más apreciado de Morelos, tanto que cuando Matamoros cae prisionero de las fuerzas de Iturbide aquel le ofrece intercambiar su libertad por la de 200 prisioneros del ejército realista. Iturbide (mala entraña, diría una de mis reciclables abuelas), prefiere, a cualquier costo, el discutible galardón de haber capturado al peligroso guerrillero, que lucha por lo que considera el bien de su patria, que la libertad de dos centenares de sus fieles seguidores.

Como siempre, se agotaron tiempo y espacio. Más adelante agregaré otros datos que demuestren que la unidad nacional es, como dijo aquel oráculo del salinismo, el doctor Aspe Armella, sobre la miseria del pueblo mexicano, tan sólo un mito genial.

Seguramente ni el señor general Gay­tán se acuerda de lo que estamos hablando, pese a ser él, precisamente, el inspirador de este alegato que, ofrezco, no durará más allá del próximo verano. Perdonen ustedes, pero es una obsesión personal, si no por la dialéctica, sí por la gana de confrontar la dura realidad, a ver qué sale.

Twitter: @ortiztejeda