Lunes 16 de diciembre de 2019, p. a35
No valió el coro de sirenitos a las órdenes de la empresa y la octava corrida de la temporada resintió no sólo la mansada de Begoña del pasado jueves, sino la acumulación de encierros descastados en las siete tardes previas, por lo que los tendidos lucieron más vacíos que de costumbre, habida cuen-ta que la gente paga por emocionarse con la bravura no por aburrirse con basura.
Partieron plaza el granadino David Fandila El Fandi (38 años, 19 de alternativa, 33 corridas este año y ya mil 600 en su carrera), el potosino Fermín Rivera (31 años, 14 de matador y 11 tardes) y el capitalino José Mauricio (35, 14 y 21 corridas), que, no obstante la calidad de su tauromaquia, llevaba años relegado por la miopía y malinchismo que caracterizan a las empresas me-xicanas. Enfrentaron, esa es la palabra, un fuerte, muy bien armado y exigente encierro de la ganadería queretana de Barralva, de la línea Atanasio Fernández, encaste español Parladé-Conde de la Corte, que contrastó notablemente con el desfile de bureles pasadores sin fondo que han prevalecido a lo largo de la temporada, recargó en el puyazo y puso a prueba la actitud anímica y técnica de los alternantes.
Fue evidente la respuesta del escaso público luego de tantos abusos y decepciones a cargo de la empresa, pues no tiene otra forma de protestar que dejando de asistir al enorme coso, lo que los pedigüeños publicronistas no quieren entender. No se asiste a las plazas para apoyar a la fiesta
, son las ofertas atractivas, las combinaciones emocionantes y competitivas de toros y toreros, las que generan la asistencia de los públicos a las plazas.
El arte
Hacía muchos años que un torero no impactaba al tendido en la forma que lo hizo José Mauricio, ¡qué desperdicio! Cierto, le tocó el mejor toro del encierro, Clavellino, largo, hondo y con recorrido, pero la calidad enorme de su tauromaquia fue refrendada con elocuente expresión en sucesivas, casi insoportables escenas, tanto por la belleza como por la naturalidad que imprimió a cada suerte, en la que, rítmico y gracioso, el olvidado juego de brazos volvió a surgir en un cadencioso toreo de capa, que en su aroma parecía reclamar: ¿qué han estado aplaudiendo en tardes anteriores?
Varias medias verónicas compendiaron la mejor herencia capotera, chicuelinas templando de verdad, no aprovechando al paso, y una armoniosa faena por ambos lados bellamente rematada con mando y tersura a la vez, pues Mauricio toreaba con el corazón, no sólo con los brazos. Malogró con la espada aquella sinfonía, pero la vuelta al ruedo que demandó el público, valió por docenas de orejas. Este magnífico torero, ¿tardó en llegar o fue ignorado?
Con su segundo, Malagueñito, castaño cornipaso, José Mauri-cio demostró que en él hay una figura en cierne, no de las del torito de la ilusión, sino de técnica y firmeza ante cualquier embestida. El toro ya había apretado en banderillas con notable y descompuesta bravura. Tras terminantes doblones rodilla en tierra vinieron derechazos y naturales de gran aguante y mando.Dispuesto a no fallar en la suerte suprema, se fue tras la espada para dejar un estoconazo en lo alto, ser cogido y, ya en la arena, recibir varios derrotes con celo, salir tundido y obtener las dos orejas, que recibió con el rostro bañado en lágrimas.
Frío y soseando con su primero, Fermín Rivera reaccionó con su segundo, con más transmisión, al que hizo enjundiosa y mandona faena coronada con una entera, por la que obtuvo merecida oreja. El Fandi apenas dijo con las banderillas; los Ureña no se dan en maceta.