16 de noviembre de 2019 • Número 146 • Suplemento Informativo de La Jornada • Directora General: Carmen Lira Saade • Director Fundador: Carlos Payán Velver

Editorial


Protestas en Chile.

México 2018 y el inicio de la segunda oleada emancipatoria de Nuestra América

Para Álvaro, que ya llegó

Nuestra América va. Si en el tránsito del siglo XX al XXI los movimientos sociales contestatarios y los triunfos electorales de las izquierdas, daban el banderazo de salida a la primera oleada del curso emancipatorio latinoamericano, tres lustros más tarde otras insurgencias populares y otros éxitos electorales anuncian el inicio de una segunda oleada libertaria. Si en 1998 el despegue simbólico fue la elección de Hugo Chávez, en 2018 ha sido la de López Obrador.

Y Nuestra América va. En México, el arrollador triunfo electoral de Morena; en Argentina la contundente derrota en las urnas del neoliberal Mauricio Macri a manos de Alberto Fernández y Cristina Fernández; en la diferencia de más de diez puntos con que el progresista Daniel Martínez aventaja al conservador Luis Lacalle, con quién se medirá en segunda vuelta en Uruguay; en Colombia el golpe al uribismo y al presidente Duque que representan los triunfos de la izquierda en los comicios seccionales, incluyendo Medellín y la capital Bogotá.

Extendidos avances electorales a los que se suma en Venezuela el fracaso del imperio y la derecha en su intento de golpe de Estado contra Nicolás Maduro; en Brasil el creciente descrédito del neofascista Jair Bolsonaro, pero sobre todo las multitudinarias insurgencias con que los pueblos de Chile y Ecuador se confrontan con el neoliberalismo de Sebastián Piñeira y Lenin Moreno, y las airadas protestas de los nicaragüenses contra el autoritarismo represivo de Daniel Ortega.

Sin olvidar la “marea verde”: las movilizaciones y debates con que las mujeres del subcontinente están defendiendo sus derechos y en particular el de abortos legales, seguros y gratuitos. Inédita insurgencia que augura que ésta segunda oleada emancipatoria tendrá rostro de mujer.

Y para que el regreso de los pueblos estuviera completo, el 8 de noviembre, después de 19 meses preso, Lula recuperó la libertad.

Sin embargo, dos días después, el golpe de Estado en Bolivia -donde Evo ganó en primera vuelta, aunque ante las dudas había aceptado reponer la votación- es un doloroso retroceso para los bolivianos y un sacudón para el progresismo. Pero, junto con la frustrada intentona venezolana de Guaidó, el golpe del fascista Camacho debe verse también como un intento de cambiar las reglas de juego, clausurando de una vez por todas la lid democrática como escenario válido para dirimir los diferentes proyectos sociales. Intentona que está cambiando los alineamientos, pues si antes la confrontación era entre progresismo y conservadurismo hoy debe ser también entre golpistas y demócratas. Y me queda claro que los pacíficos somos más que los violentos. Los que queremos la fiesta en paz conformamos una abrumadora mayoría, ciertamente cruzada por posturas discrepantes que, sin embargo, podemos resolver pacíficamente. La izquierda del nuevo milenio que le apostó a la combinación de movilizaciones sociales y triunfos electorales está avanzando, véase sino el caso de México y Argentina. No a la barbarie, aislemos al golpismo.

Durante dos décadas Nuestra América ha sido laboratorio del buen cambio social. Mientras que en Europa y Estados Unidos el hartazgo provocado por el neoliberalismo alimentaba nacionalismos supremacistas, proteccionismos de gran potencia y avances políticos de la ultraderecha… que en el fondo no contravenían el paradigma neoliberal; entre nosotros el descontento de los pueblos maltratados por el capitalismo canalla del último tercio del siglo XX se orientó hacia la izquierda en busca de salidas democráticas, justicieras y libertarias al mercantilismo absoluto.

Lance inédito en el que algo se logró, pues donde había gobiernos llamados “progresistas” se recuperaba la soberanía, se desobedecían las instrucciones del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, se reducía dramáticamente la pobreza y en algunos casos como Venezuela, Bolivia y Ecuador se refundaban las instituciones, entre ellas la Constitución.

Es verdad que con la recesión global de 2008 y el fin de la bonanza económica que hizo posibles las que he llamado “revoluciones del bienestar”, cayeron Brasil y Argentina, entró en crisis Venezuela, se desvió Ecuador y ahora cae a la mala Bolivia. Pero después del cortísimo invierno neoliberal, en Nuestramérica las izquierdas están de regreso, mientras que los europeos siguen lidiando con el neo nazismo y el brexit, y en Estados Unidos soportan las patanerías de Trump.


Cultura viva. Danielle Pereira

El arco emancipatorio nuestramericano es un curso prolongado en que se busca primero limar los filos del capitalismo crudo y desmecatado al que llamamos neoliberal, pero en la perspectiva de ir desmontando progresivamente los engranajes del propio capitalismo; sistema del cual el rentismo especulativo y predador de las pasadas décadas no es más que una modalidad histórica excepcionalmente virulenta.

Contra la idea de que la globalización, las trasnacionales y los organismos multilaterales dejaban sin materia a los estados-nación y por tanto a la política y los partidos que luchan por acceder al gobierno, en Nuestramérica el nuevo milenio arrancó con enérgicos movimientos que propiciaron los triunfos electorales, después de los cuales se fueron diluyendo y dejando paso al protagonismo de los gobiernos reformadores que ellos mismos habían encumbrado. “Ya los pusimos ahí, pues ahora hagan lo que tienen que hacer”, era el discurso implícito.

Reflujo de los movimientos, al que acompañó la marginación o descomposición de casi todos los partidos de izquierda: en Brasil las corruptelas minan al Partido de los Trabajadores; en Bolivia el Movimiento al Socialismo se ahueca; en Ecuador Alianza País se derechiza; en Argentina el peronismo de izquierda se desdibuja… Los retrocesos de la izquierda en Brasil, Argentina, Ecuador y Bolivia tienen su origen en el fin el ciclo económico global favorable y en la ofensiva del imperio y las burguesías locales, pero también en la debilidad de los partidos y de los movimientos, que en algunos casos incluso cambian de signo y son utilizados por las derechas.

Fue duro y doloroso, pero después del cortísimo invierno de la restauración neoliberal -un conservadurismo tan sin futuro que apenas instalado en unos cuantos gobiernos comenzó a desfondarse- estamos de regreso. Y volvemos otra vez montados sobre los movimientos.

Al grito de “¡No son 30 pesos, son 30 años!” los chilenos transforman una protesta estudiantil contra el alza de los pasajes en una insurgencia que el 25 de octubre moviliza a un millón doscientos mil personas en todo el país, mientras que el presidente Piñeira, que había declarado la guerra y enviado veinte mil soldados a la calle, tiene que ceder y sacrificar a todo su gabinete, sin que por ello amaine el movimiento.

En Ecuador el pueblo se alza contra los acuerdos que el presidente Moreno ha firmado con el Fondo Monetario Internacional; movilización en la que destaca la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador, cuyo anticorreísmo la había vuelto morenista, hasta que a principios de este año se distancia del presidente… a quien sin embargo le abre una puesta al sentarse a negociar con él, cuando el movimiento -en parte correísta- comenzaba a pedir su renuncia.

Aunque también la derecha se envalentona. En Bolivia la oligarquía -los “barones de la media luna”- viene de regreso apoyándose en sectores de la clase media a los que disgustan los indios empoderados y, paradójicamente, en grupos ambientalistas y feministas de derechas. El Comité Cívico Cruceño del fascista Camacho y sus semejantes, nunca buscaron enmendar las presuntas fallas de la elección sino derrocar al gobierno.

Aun así, todo indica que dio inicio la segunda oleada del ciclo emancipatorio nuestramericano. Nueva etapa que en lo económico no tendrá viento de cola -como lo tuvo la primera- sino en contra y con turbulencias, pues lo que algunos llaman estancamiento secular llegó para quedarse; y en lo político, salvo nosotros, el mundo se mueve a la derecha. Por esto y porque ya se emplearon y desgastaron, no podemos repetir en esta fase las fórmulas que se aplicaron en los tres primeros lustros del siglo.

Lo que sí se repite es que, donde persiste el neoliberalismo o donde éste había vuelto, habrá que recoger los platos rotos y limpiar el tiradero. En Argentina salir del entrampamiento con el Fondo Monetario Internacional en que la metió Macri, en México recuperar al Estado como agente del desarrollo erradicando la corrupción y el dispendio que habían hecho de él un “elefante reumático”.

En un mundo de pobres, la redistribución del ingreso sigue siendo el mandato mayor y la prioridad. Pero recuperar para la nación los recursos naturales -o sus rentas- y palanquear el crecimiento de la economía en la exportación de bienes primarios, ya no es posible ni pertinente; porque es destructiva, porque son recursos escasos y porque temporalmente sus precios cayeron.

Financiar el combate a la pobreza en la puesta en valor de los recursos naturales no es un pecado, pero es insostenible. Y en México, por ejemplo, simplemente imposible porque no somos primario-exportadores (“extractivistas” que dicen algunos) sino principalmente exportadores de manufacturas que incorporan insumos importados, lo que nos hace industrializados pero maquiladores. Nuestra economía se finca en la explotación de mano de obra barata, lo que es injusto y también insostenible cuando Trump se empeña en recuperar empleos.

Reconociendo las diferencias nacionales, la segunda fase del ciclo emancipatorio nuestramericano tendrá que buscar nuevos caminos. En lo económico habrá que crecer, porque ciertamente no puede haber redistribución sin crecimiento. Pero una cosa es crecer, como crecen las plantas, los animales y las personas, y otra cosa es la expansión a toda costa propia de la modernidad urbano industrial.

Para empezar, el crecimiento que necesitamos es el de la economía real y productiva que tiene su palanca en el trabajo y no tanto de la rentista que lucra con la disponibilidad de recursos naturales.

Una producción incluyente que vaya erradicando la pobreza no mediante los subsidios sino gracias a la justa retribución del trabajo y la equitativa satisfacción de las necesidades. Inserción productiva de los más, que además es condición de una economía auto centrada que, sin darle la espalda a los mercados globales, también se apoye en el mercado interno.

Una economía atenta a las ventajas comparativas y competitivas, que, sin embargo, priorice los sectores estratégicos: soberanía alimentaria para asegurar que nadie se quede sin comer, soberanía energética que sustente la marcha de nuestra producción y consumo, soberanía laboral que garantice a todos empleos o trabajos dignos y remuneradores.

Una economía respetuosa de las personas y de las cosas. Una producción que en vez de descomponer y polarizar a las comunidades humanas fortalezca la justicia y la cohesión social. Una producción que en vez de erosionar y degradar a los ecosistemas se desarrolle en armonía con la naturaleza. Es decir, una economía social y ambientalmente solidaria…

Un modelo económico que no cancela al mercado ni excluye al capital pero que los acota mediante la acción conjunta de la sociedad y del Estado.

Un nuevo orden que habremos de edificar entre todos y que, después de la solidaridad inmediata y urgente con los agredidos, es el asunto más importante de la agenda nuestramericana. •