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El estante de lo insólito

Pancho Villa: el espíritu de la batalla

Villa es la revolución.

John Reed.

Nombre de prócer

D

oroteo Arango escogió ser Francisco Villa, para cambiar su pasado y no ser identificado por crímenes, y olvidar que su hermano se dio de balazos con el fin de evitar que violaran a su madre (el vergonzoso derecho de pernada por el que los hacendados copulaban con todas las mujeres que laboraban en su propiedad), para tener el apellido del abuelo, un orgullo familiar y, sin pensarlo, se quedó con el nombre de Francisco, como el hombre que sería su mentor de ideales. Villa lloró ante la tumba de Madero en el Panteón Francés (existe una invaluable filmación del hecho que es parte del Archivo Casasola) y siempre defendió su ideario democrático y justo, si bien no sus métodos de guerra. Villa rebautizó la calle Plateros para ponerle el nombre de Madero, como el máximo homenaje al hombre que quiso transformar al país.

Se tiene certificado que Villa era ladrón (desde mínimas cosas hasta bandidajes mayúsculos, con todo y tiroteos e incendio de locales) durante 19 años. Conoció en Chihuahua a Francisco I. Madero, líder del antireleccionismo que se diseminaba por el país. Madero escuchó el desahogo del bandido, que parecía querer abrazar una causa que le brindara sustento existencial. Madero decía comprenderlo, lo perdona (en un sentido moral, ya que no podía ser legal), y lo orientó para pelear por lo que valía la pena. Surgió entonces una de las más grandes leyendas del mundo.

Narrar a Villa

Hay muchos acercamientos de ficción sobre el mito de Francisco Villa, “hombre cuya epopeya encarna una zona profunda del alma mexicana, su más oscuro y vengativo coraje… Francisco Villa”, en palabras del historiador Enrique Krauze en el documental (basado en su propio ensayo Biografía del poder) del Centauro del Norte.

Pero la historia del héroe no puede ser superada por trama fílmica alguna. Sucintamente, el recuento de su ascenso histórico pasó así: Pancho Villa lideró tropa al mando de Victoriano Huerta en plena Revolución, se rebeló, fue sentenciado a muerte por insubordinación, se salvó (lo ayudó el coronel Guillermo Rubio Navarrete), pero fue enviado a prisión en Santiago Tlatelolco, donde Bernardo Reyes, padre del gran intelectual Alfonso Reyes, le dio clases de instrucción cívica e historia patria; fue uno de los acercamientos de Villa con la gente de letras, donde hasta el escritor Martín Luis Guzmán –autor de la novela La Sombra del caudillo– fue su secretario; después se fugó y acabó en Tucson y, con nueve hombres, regresó a México para vengar la muerte de Francisco I. Madero (tramada, entre otros, por el mismo Bernardo Reyes, quien murió acribillado en ataque suicida frente a Palacio Nacional). De la nada, Villa rearmó a su ejército, es decir, la División del Norte.

El caudillo revolucionario tomó Torreón, robó trenes para mover a la tropa y luego hizo una estrategia formidable para su gran victoria: dividió a su ejército para distraer a las fuerzas de Chihuahua con una fracción, y con su flanco más fuerte asaltó trenes. Además dio falsos informes usando a los telegrafistas, lanzó una legión a caballo que también sorprendió y tomó Ciudad Juárez. Pancho Villa dominó una importantísima ciudad de frontera con Estados Unidos. Épica a la que le faltan aplausos.

Escribe Martín Luis Guzmán en uno de sus relatos, parte ficción, parte experiencia propia en territorios revolucionarios, contenidos en El águila y la serpiente (Editorial El Universal): “Aquella batalla, fecunda en todo, había terminado dejando en manos de Villa no menos de 500 prisioneros. Villa mandó separarlos en dos grupos: de una parte, los voluntarios orozquistas a quienes llamaba colorados; de la otra, los federales. Y como se sentía ya bastante fuerte para actos de grandeza, resolvió hacer un escarmiento con los prisioneros del primer grupo, mientras se mostraba generoso con los del segundo. A los colorados se les pasaría por las armas antes de que oscureciera; a los federales se les daría a elegir entre unirse a las tropas revolucionarias o bien irse a su casa mediante la promesa de no volver a hacer armas contra la causa constitucionalista”.

Estrella del cinematógrafo

El líder rebelde se convirtió en figura de seguimiento mundial. Ganó todo lo ganable, aniquiló ejércitos enemigos, cofiscó bienes, creó pensiones para soldados, viudas y niños, fundó un banco, redujo precios de productos de canasta básica… pero no tembló para fusilar a quien fuera necesario para sostener la causa. Puso todo el empeño en la educación, distribuyó tierras, aunque empoderó a su séquito inmediato.

Además de todo, Villa hizo un contrato cinematográfico con la compañía estadunidense Mutual Film Corporation para que se filmaran los despliegues de su ejército. La exclusividad excluyó a prensa ajena a la compañía fílmica, cambió horarios de ejecuciones para que la luz le viniera bien a la exposición fotográfica, y en retribución (aparte de 25 mil dólares), la compañía aprovisionó de víveres, uniformes y, se asegura, hasta de una partida para compra de municiones. Otra versión dice que cada toma de Villa (no de sus tropas) costaba una caja de balas, por lo que el líder revolucionario solía echar a andar demasiado rápido, se ponía intencionadamente a contraluz para cegar el lente de la Mutual (entre los que testimoniaron eso estuvo el propio Raoul Walsh, quien estuvo en las filmaciones), etcétera. Más tomas, más cajas de balas. El resultado fue el gran estreno en Nueva York (9 de mayo de 1914) de las andanzas de la División del Norte (con más planos perfectos que acción, ya que no había combates reales). El público se asombraba, sin distinguir la actuación en planos hechos al gusto cinematográfico (el héroe frente a cámara o algunas cabalgatas y acercamientos de tropa) y el andar auténtico en Ojinaga, donde se filmó la mayoría.

Foto
▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

La cinta terminaba poniendo a Villa como Presidente de México. El padre de Madero acudió a ver el filme en la Gran Manzana, como consigna Paco Ignacio Taibo II en Pancho Villa. Una biografía narrativa (Editorial Planeta).

“En el estreno de la película en Nueva York se encontraba el padre de Francisco I. Madero, quien descubrió en la película a su hijo Raúl. No sabía que estaba combatiendo. El viejo tuvo que salir de la sala y su otro hijo, Alfonso, fue a calmarlo”.

El destino que no fue

Pancho Villa se sentaría, como una broma infausta, en la propia Silla del Águila, es decir, la silla presidencial, cuando compartió dominio momentáneo sobre la capital del país con Emiliano Zapata. Villa cayó contra Álvaro Obregón en la batalla de Celaya en 1915 (donde Obregón perdió el brazo para convertirse en El Manco de Celaya), y eso significó su retorno a tierra norteña. Además, el gobierno de Estados Unidos, que lo había contemplado como su futuro aliado, lo desconoció para admitir que Venustiano Carranza es el líder único tras su frontera sur. Pancho Villa, derrotado en México, hizo una proeza que es a la vez un despropósito: en represalia por el desconocimiento de los vecinos del norte, tomó la ciudad de Columbus, de donde salió con provisiones y armas, dejando una estela de sangre, muertos y abusos múltiples (perdió además demasiados hombres). Con ese hecho, Estados Unidos sufrió la única invasión de su historia (leer la novela de Ignacio Solares, Columbus, que también desmitifica los elementos heroicos de la batalla). La expedición punitiva al mando del general Pershing se adentró en México y pasó al desespero y la deshidratación, sin que nunca dieran con el paradero del Centauro. Algunos críticos señalan que coincide la insistencia en los villanos mexicanos del western de Hollywood, como algo posterior a la incursión del Centauro en tierra estadunidense. Un modelo del criminal que pretendía encontrar en cada asesino con sombrero de charro a todos los modelos del Pancho Villa invasor.

La grafía del héroe

Durante mucho tiempo se sostuvo que Villa era analfabeta y que aprendió a leer y escribir cuando huía de la Expedición punitiva. Sin embargo, está probado no sólo que sabía leer y escribir, sino que procuraba lecturas con frecuencia (esencialmente periódicos) y tenía buena expresión formal en su escritura. Existe un documento fundamental: la carta que envió a Francisco I. Madero cuando estuvo en la cárcel de Santiago Tlatelolco en 1912. Firmaba con una floritura mayor en la parte inferior de su nombre, signando siempre como Francisco Villa, nunca Pancho. No hubo tiempo para memorias, pero las crónicas de sus epopeyas son una bitácora muy completa de sus acciones legendarias.

Siempre Villa

Subiendo y bajando en el ánimo, la salud y las fuerzas fieles fusil en mano, Villa fue asesinado el 20 de julio de 1923.

El cine mexicano ha rendido tributo al hombre de las mayores contradicciones de la Revolución. Generoso hasta excesos que lo hacen vulnerable, implacable hasta convertir en crueldad el aniquilamiento del enemigo, comprensivo de las causas de la gente, intransigente en negociaciones elementales. El héroe estelariza, a través de sus múltiples intérpretes (desde el modelo de Domingo Soler en el clásico de 1935 de Fernando de Fuentes, ¡Vámonos con Pancho Villa !), aventuras, romances, dramas complejos o comedias ensombreradas. Es el gran personaje que pasa del campo de combate, a los estudios históricos de especialistas y a la pantalla de cine. Ningún otro personaje de la historia patria (ni siquiera Zapata) ha sido motivo de producciones fílmicas tan numerosas y variadas como Pancho Villa.

A este revolucionario único le quitaron la cabeza tras llenarlo de plomo. Hay especulaciones de todo tipo sobre su paradero, aunque muchas afirmaciones, como la que sostiene la tremendista cinta Cuando ¡viva Villa… ! es la muerte (Ismael Rodríguez, 1960), de que está fuera de México. Entraña y esencia del levantamiento revolucionario, Pancho Villa sigue siendo, con todos sus defectos, imagen del pueblo que busca lo suyo, lo que le deben, lo que le corresponde, lo que le han quitado.