n España, este otoño torero sin sangre, el sol lumbre irreal y dorado, color naranja atoronjada, se cachondea sobre sus montañas verdeadas y remata detrás de las caderas de sus mujeres en las playas y piscinas, al vivirse una época electoral convulsionada, libertad sexual y búsqueda de placer, mientras las plazas de toros, templos del toreo y religión ligada a la lengua católica son figuras de museo propias para turistas.
Entre catalanes y vascos separatistas y varios partidos políticos buscando el poder, el Partido Socialista Obrero Español lo tendrá algo más que complicado. Ha aparecido Vox, partido neofascista que adquiere simpatías día a día.
El fantasma de Francisco Franco, el dictador de España ligado a Vox en el espacio. Un visitante intempestivo que coloca el acento en la búsqueda del regreso de la ideología del general fascista.
Es para pensarse si Vox es la vertiente moderna del franquismo. Desde el traslado de sus restos en el Valle de los Caídos con su cripta particular ha agitado el sentir de muchos españoles.
Jacques Derrida, filósofo francés, aconsejaba aprender a vivir con los muertos, con los fantasmas, porque son esos otros los visitantes intempestivos del pasado e incluso los que todavía no han llegado y se aproximan. La existencia de los fantasmas se da en un tiempo out of joint en el sentido hamletiano del tiempo fuera de sus goznes, semejante a lo que acontece con los sueños que no corren paralelos al tiempo lineal. Parte de nuestra existencia cotidiana, en el sueño, correría out of joint, acogería a cuanto fantasma acudiese al encuentro del sueño.
Ese out of joint del tiempo nos compete, nos pertenece, nos atraviesa en tanto seres para la muerte. No se puede seguir negando la ‘‘presencia en ausencia” de los fantasmas después de discursos como los de Sigmund Freud y Derrida. El tiempo es también ese otro tiempo. El tiempo out of joint convoca al espectro.
Pero, ¿cuál es en realidad el legado de los fantasmas? Pareciera que el legado atraviesa por ese discurso inconsciente desde donde el fantasma retorna una y otra vez.
El calor de España en este noviembre es nostalgia de otros otoños sangrientos que eran gemidos que iban de la sombra tempranera al sol de la tarde, translúcidos de muslos rojos y sollozos amarillos, penas verdes y pieles temblorosas, donde el amor en revelación, subterráneo tacto de lamentos y murmullos impregnados de idealidad que hablaban de muertes. El fantasma de la Guerra Civil, traumática como ninguna. Que seguirá dividiendo a los nuevos españoles.