ay ocasiones que se debe remirar asuntos que lastiman. Sólo así se puede erigir una hipóteis sustentada sobre hechos que hoy hieren. Seguir lamentando estáticamente los sucesos de cada día no conducirá sino a un amargo ritornelo. Una reflexión metódica puede darnos más luz que las simples lamentaciones.
Culiacán y el increíble caso de la familia LeBaron coincidieron por horas. Uno es doloroso por demostrar mil insuficiencias, otro por lo sanguinario del asalto a inocentes. Justamente se inflamaron las pasiones, se desbordó la indignación, se propuso despellejar al que fuera, se exigió un cambio de estrategia y después… nada. Ya con cierta resignación esperamos el golpe siguiente. Este camino de la justa insatisfacción popular es natural, propio, inevitable, pero no conduce a mucho.
Algo más pasa al país, algo que no hemos logrado descifrar. Algo que se origina y obra sobre las estructuras de la ley y la justicia, del sentido del orden y del respeto que tan escasos nos son como sociedad en un ambiente en el que la democracia y justicia social están ausentes.
Han pasado décadas de evolución del delito y de estancamiento de las instituciones, entonces ni siquiera había una apreciación nacional del problema. Era la Ciudad de México el bien a cuidar y desde entonces el Ejército actuaba como malla ordenadora que daba arreglo al resto.
Pero aún la Ciudad de México se fiaba en nombrar un general de confianza, comprar patrullas, descansar en la reserva de fuerza que eran los granaderos y ¡ya! La cosa llegó a lo peor cuando surgieron movimientos guerrilleros en Nuevo León, Chihuahua y Guerrero y brotes en el propio DF y todo se confió a la capacidad asesina de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), tutelar de la Brigada Blanca.
La Ciudad de México empezó a experimentar daños por actores y formas no conocidos: 17 narcotraficantes colombianos fueron torturados, asesinados y lanzados al drenaje profundo por las propias autoridades y nada pasó. Eran los tiempos de Arturo El Negro Durazo.
Miguel de la Madrid desde su secretaría registró todo eso con azoro y ya en la Presidencia montó un programa de desaparición de policías inconstitucionales como las de Turismo, Pesca, Forestal y de manera preminente del Servicio Secreto de la PGJ del DF y lo más duro, desapareció a la DFS, e inició un proyecto sustituidor de las funciones legalmente permitidas. Es el único registro de un intento transformador.
En abril de 1989 se presentó al gabinete de seguridad nacional el perfil de un plan maestro para crear una policía nacional o el nombre que procediera. Todo lo que se solicitaba era un plazo de seis meses para su diseño y presentarlo al gabinete. Comprendería legislación, misiones, facultades, organización, recursos humanos, tecnología, infraestructura, programación y presupuesto y medidas de control.
Los secretarios de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, y de Comunicaciones, Andrés Caso Lombardo, se opusieron terminantemente a una idea tan racional y confiable. El primero arguyó que no podría conducir juntos política y seguridad, él que fue policía toda su vida y el segundo porque perdería su
Policía de Caminos. Estuvo presente Ernesto Zedillo, entonces secretario de Programación y Presupuesto.
En ese mismo sexenio se crearon Cisen hoy desaparecido por la 4T, el Cendro, que demostró su eficacia al capturar en coordinación con El Salvador y Guatemala a El Chapo Guzmán en sólo dos semanas, después del asesinato del cardenal Posadas y se formó también el Instituto Nacional para el Combate a las Drogas. Los dos últimos, de-saparecidos por el presidente Ernesto Zedillo sin argumentación.
A finales de su sexenio Zedillo creó la Policía Nacional Preventiva, producto de tres parches: Ejercito, Marina y Policía Federal, no funcionó. En junio de 2004 Fox anunció, desde Sinaloa, que lanzaría la madre de todas las batallas
contra el narco. Nada pasó.
Además de lanzar su Invasión de Normandía, Calderón estableció la Secretaria de Seguridad Pública, que Peña Nieto desapareció para inventar una coordinación en el seno de la SG. Ahora vamos de nuevo, se ha revivido la secretaría, nacida de una incomprensible Guardia Nacional y la situación de violencia va al alza.
Han sido responsables de esas organizaciones almirantes, médicos, internacionalistas, ingenieros, doctores en varias disciplinas, policías, abogados, generales. Por décadas se han aplicado fórmulas distintas, disipado enormes presupuestos, pero no se ha sabido comprometer a las autoridades locales, alarma la ausencia de inteligencia, de tecnología y se registra una muy deficiente formación de personal.
No pocas personas claman por que renuncien las autoridades, que se cambie de estrategia, pero no se ha escuchado una propuesta sobre los nuevos titulares mágicos ni cuál sería la pericia tan deseada.
La reflexión final es que estamos ante una incógnita que está modificando el modelo del país deseado. Vamos para donde no quisimos. Corregir el rumbo es tarea de todos.