omo en su nombre, como en su espíritu, como en sus tradiciones, como en sus reclamos, todo es singular en la Barcelona que acarician las olas del mar Mediterráneo.
Uno de esos reclamos es el que de nuevo cimbra a los catalanes. Los disturbios en varias ciudades, la misma Barcelona, Girona, Lleida, Sabadell y Tarragona se sucedieron en la segunda jornada de movilizaciones contra la sentencia del Tribunal Supremo que condenó a nueve líderes independentistas por sedición.
En el olvido que guarda las luchas fratricidas durante la Guerra Civil española en que la caída de la ciudad Condal fue el inicio de la victoria del general Franco.
En la misma forma en Barcelona se sucedió la triste historia de Don Quijote de la Mancha. Ahí fue vencido por el Caballero de la Blanca Luna. Hízose éste el encontradizo, le buscó quimera por procedencia de hermosura de sus respectivas damas, le derribó y le pidió confesase las condiciones del desafío. Y el gran Don Quijote –dice don Miguel Unamuno– ‘‘El inquebrantable caballero de la fe, el heroico loco, molido y aturdido y como si hablara dentro de una tumba con voz debilitada y enfermiza dijo: ‘Dulcinea del Toboso es la mujer más hermosa del mundo y yo el caballero más desdichado de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad; aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra’”.
Ved aquí, dice don Miguel, cómo cuando es vencido el invicto caballero de la fe es el amor lo que en él vence. Esas sublimes palabras del vencimiento de Don Quijote son el grito sublime de la victoria del amor.
Él se había entregado a Dulcinea sin pretender que por eso se le entregase Dulcinea y así su derrota en nada empañaba la hermosura de la dama. Él había hecho en pura fe, creada con el fuego de su pasión; pero una vez creada, ella era ella y de ella recibía su vida.
Nada menos que en la grande y florida ciudad de Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos, y correspondencia grata de firmes amistades y en sitio y belleza única fue derrotado nuestro admirado Don Quijote.
En esta Barcelona, dice don Miguel, al rayar el día aposentó Don Quijote su vista en el mar, pareciéndole espaciosa y larga, vio las galeras y se halló de fiesta.
Antes de que llegara la burda ciudadana de los catalanes que rodeándolo al son de chirimías y atabales lo llevaron al centro de la ciudad, donde los mozos lo derribaron de Rocinante poniéndole aliagas bajo el rabo. Sí. Don Quijote de hazmerreír de la ciudad y juguete de los mozos. Esa humillación que han sufrido en muchas ocasiones los grupos separatistas en la Barcelona singular.