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Miguel León-Portilla, su formación de jesuita y su legado a México
E

l país entero se ha conmovido con la muerte de este gran hombre, humanista, historiador, filósofo, maestro. Un elemento para entenderlo mejor es conocer algo de su vida de jesuita y su propuesta esencial para el futuro de México.

Ingresó a la Compañía de Jesús en 1942. Durante varios años tuvo la formación clásica de esta orden religiosa centenaria. Durante los dos primeros años, en el noviciado, recibió una formación espiritual cuya núcleo es la práctica de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola: un mes de meditación y oración en total silencio, sobre el sentido de la vida, el conocimiento de sí mismo para eliminar cualquier obstáculo y lograr la máxima libertad interior, con el fin de poder en todo amar y servir a Dios y al prójimo. Esta orientación la conservó durante toda su vida.

La etapa de las humanidades incluyó el español –empezando por lo más básico como aprender a leer y escribir correctamente–, el latín y el griego, los grandes clásicos del pensamiento grecolatino, la literatura española y universal, la historia de México antiguo y moderno, así como una formación científica básica.

Siguieron cuatro años de filosofía: historia del pensamiento filosófico, los primeros principios, epistemología, lógica, metafísica, teodicea, sicología, pedagogía, ética. La filosofía continuó siendo de su mayor interés toda la vida. Durante la etapa de magisterio se formó en una de las actividades más propias de los jesuitas, la educación. Le faltaban las dos últimas etapas, teología y tercera probación, que incluían la ordenación sacerdotal, cuando en 1951 dejó la Compañía; pero no la formación espiritual, humanista, filosófica y magisterial recibida –si bien, con cierto agnosticismo, no conservó toda la doctrina religiosa tradicional, sí en cambio el buen humor, el gozo de vivir y el compañerismo–.

Con estas bases, se convirtió luego en alumno distinguido del gran nahuatlato, el P. Ángel María Garibay, quien lo introdujo y lo instruyó en lo que sería la especialidad y pasión de toda su vida: los pueblos originarios de México. Profundizó en su filosofía/religión, su visión como vencidos, su extensa literatura, sus valores y su larga historia. Sus escritos esclarecieron la realidad ancestral de México. Nos dio a conocer la riqueza humana de esos pueblos, sin caer en un indigenismo barato; continuó valorando la herencia española y la cultura grecorromana. Mostró su capacidad de integración es su libro Tonanzin Guadalupe.

Le dolían la situación actual del país, la desigualdad y la pobreza, la opresión y el despojo extractivista y depredador de esos pueblos originales –desde siglos, pero especialmente en las pasadas décadas–, que ha provocado enormes problemas para todo el país. Un análisis serio hace ver que, efectivamente, el deterioro de las comunidades rurales, campesinas y de los pueblos originarios, en gran medida es causa de la inseguridad, el auge de la delincuencia y la pobreza generalizada que agobian a la nación. El doctor León-Portilla nos dejó como legado el deber y la conveniencia para todos de conocer, apreciar, respetar a los pueblos originarios –y apoyarlos en sus luchas por superar la opresión y el despojo, y por ocupar un lugar justo y digno en nuestra sociedad–. Sólo así podrá salir adelante México.

* Doctor en Sociología por la Universidad de Harvard, especialista en macrosociología y sociología rural