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Niños, jóvenes y drogas en Chihuahua
I

nscrito en el contexto de un incidente producido ayer en Chihuahua mientras reporteros de la publicación National Geographic realizaban una entrevista banquetera a un narcomenudista, el nuevo episodio de violencia acaecido en la capital de ese estado engrosa las alarmantes cifras que registra la violencia ligada al narcotráfico. Pero también obliga a alertar sobre un problema que se está volviendo apremiante: el progresivo y constante aumento en los índices de consumo de drogas en esa entidad norteña.

Chihuahua es, en efecto, un estado donde el número de usuarios de sustancias prohibidas crece sin pausa. La cantidad de personas que admiten haber consumido alguna droga de ese tipo (mariguana, cocaína, cristal o heroína, en ese orden) registra un alza periódica casi constante, el porcentaje de jóvenes mujeres de secundaria y preparatoria que consumen regularmente crece a un ritmo de 10 por ciento anual, y algo parecido ocurre en la franja de edad que va de 12 a 17 años, que agrupa al mayor número de consumidores. Pero hay todavía un dato más preocupante: el segundo grupo está compuesto por niños menores de 11 años. Eso es lo que se desprende de informes difundidos por la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco, así como por el Centro de Integración Juvenil local, que registra regularmente los patrones de consumo en el estado.

Tiende a bajar, también de manera consistente, la edad mínima en que niños y adolescentes se inician en el consumo de drogas: mientras que hace un lustro era de 13 años, actualmente ha descendido a 12. Además, los estudios disponibles indican que los jóvenes ya iniciados no consumen una sola droga: a la mariguana (que por su costo y disponibilidad es la más accesible) no tardan en sumarle benzodiacepinas –distintos fármacos que trabajan sobre el sistema nervioso central– y posteriormente cristal , que se caracteriza por generar una rápida adicción.

Coinciden los estudiosos en señalar que el número de personas adictas en la capital estatal ronda los 120 mil, lo que habida cuenta del número de habitantes que tiene, representa ocho veces más que el promedio nacional. Y en cuanto al consumo de heroína, la proporción es de seis a uno.

No es éste el lugar para documentar de manera exhaustiva el hecho de que en Chihuahua las tasas de crecimiento en el consumo de estupefacientes supera con creces a las del resto de la República; tampoco se pretende discernir los orígenes del fenómeno (lo que exige un trabajo complejo y de largo alcance) y mucho menos estigmatizar una ciudad y una entidad donde más de 3 millones y medio de compatriotas viven y aportan esforzadamente al desarrollo propio y al del país.

Se trata de enfatizar el hecho de que las drogas no se producen ni se distribuyen mágicamente sin que las autoridades correspondientes estén enteradas de ambos procesos y en consecuencia no sean capaces de actuar. A este respecto, el gobierno chihuahuense no se ha distinguido por su diligencia para hacer frente al grave problema. De hecho, la administración encabezada por Javier Corral Jurado tiene una innegable deuda con su propia ciudadanía (incluidos, naturalmente, quienes no viven en las ciudades), consistente en ajustar los mecanismos para desalentar la producción y distribución de las drogas, así como su consumo, especialmente en el vulnerable sector que involucra a la niñez y a la juventud.