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Provocación moralmente imposible
L

a discusión puede ser interminable: quiénes son, qué quieren, cómo surgen y a qué intereses o programa responden. En México han estado actuando desde hace años y su presencia en las movilizaciones sociales se intensificó –incluso habría que decir: se sistematizó– desde el primer día del peñato. Tal vez sea imposible encontrar una respuesta inequívoca, o al menos una caracterización única, de las motivaciones y propósitos de estos grupos que aprovechan reiteradamente las manifestaciones para buscar confrontaciones espectaculares con la policía, los escaparates de las tiendas y hasta los viandantes sin vela en el entierro.

Algunos se limitan a hacer pintas, otros perpetran destrozos de consideración mayor y hay los que salen a la caza de una oportunidad para meterle fuego a un agente policial. Desde algunos medios se les llama genéricamente anarquistas (es razonable pensar que algunos lo son, sin comillas), vándalos, provocadores o infiltrados. Y es posible que haya confluencias entre dos o más de esas filiaciones. A fin de cuentas, las prácticas de atacar bienes materiales y/o formaciones policiales son una táctica no exclusiva de una ideología en particular. Han recurrido a ellas movimientos de izquierda radical, organizaciones altermundistas, ambientalistas (destacadamente, movimientos antinucleares), feministas, nacionalistas y antifas, pero también grupos neonazis como los autónomos nacionalistas y de extrema derecha como los nacional anarquistas de Alemania, Gran Bretaña y Holanda que incluso adoptan sin reparos camisetas del Che Guevara y kefiyes palestinos como parte de su simbología.

La táctica denominada bloque negro puede albergar, pues, cualquier postura política que acepte como legítima la violencia en algún grado. Algunos protagonistas de disturbios que fueron apresados en el peñato reivindicaron motivaciones políticas. Por otra parte, hay datos de que grupos de bloque negro han sido infiltrados por la policía en Canadá e Italia y algunos videos sugieren que en el sexenio pasado en México agentes policiales federales o capitalinos pudieron participar, disfrazados, en algunos actos violentos. En cuanto a la sospecha de que estas expresiones son financiadas a trasmano por grupos de interés político-económico, no hay hasta ahora pruebas concretas que pudieran darle cuerpo.

En ausencia de una motivación única demostrable, lo que caracteriza a los promotores de la violencia dispuestos a pegarse a cualquier movilización social significativa es el objetivo inmediato de causar confrontaciones. En este sentido, el término provocadores no conlleva carga despectiva sino que es meramente descriptivo de comportamientos inequívocamente orientados por el propósito de generar violencia. Por regla general, la mayoría de las víctimas han sido manifestantes inocentes, efectivos policiales rasos, comerciantes y transeúntes no involucrados de manera alguna.

Hasta el sexenio pasado estaba bien establecido el programa de la provocación: entre los contingentes pacíficos aparecían de súbito pequeños grupos de bloque negro, hacían destrozos, los medios registraban obsesivamente los hechos, los autores de los desmanes se retiraban y a renglón seguido los cuerpos represivos cargaban contra medio mundo, le rompían la cabeza a algunos y otros acababan en la cárcel por el simple hecho de participar en una manifestación pacífica o de estar en el lugar y en el momento equivocados.

A partir de diciembre del año pasado lesas dinámicas descarrilaron porque el nuevo gobierno no recurre a prácticas represivas y la nueva autoridad capitalina disolvió el Cuerpo de Granaderos. Así, sin más enemigos que las vitrinas, los edificios históricos y los anuncios luminosos, los provocadores quedaron bruscamente fuera de lugar. En la marcha conmemorativa de la atrocidad de Iguala, el 26 de septiembre, sus desmanes cayeron en el vacío. En la del 2 de octubre se pasó a una táctica activa para contrarrestarlos: el establecimiento por parte de las autoridades de cinturones de paz que habrían de encargarse de separar (sin violencia, por supuesto) a los violentos de los manifestantes pacíficos y que, en términos generales, funcionaron bien.

Al mismo tiempo, la irritación social ha cedido perceptiblemente con respecto a la que imperó durante todo el sexenio anterior y ello ha contribuido a aislar y a dejar a los provocadores, sean del signo que sean, sin justificación. El fenómeno del bloque negro será mundial, pero en México su margen de acción es cada vez más pequeño. Si en algún momento aspiró a generar un relato épico, el creciente rechazo social lo ha ido dejando como actor de un guion ridículo.

Habría que decir, en clave juarista, que el triunfo de la provocación se está volviendo moralmente imposible.

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