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Mujeres Comcaac, la batalla Irene Ragazzini y Andrea Calderón García Estudiantes del Doctorado en Desarrollo Rural UAM-X
En la época prehispánica, el pueblo Comcaac (gente), nombrado por otros como seris (gente de arena), habitaba un territorio muy vasto que se extendía entre las cadenas montañosas, el desierto de Encinas y el Golfo de California, recorriendo a través de vida nómada, un área que corresponde a catorce municipios actuales de Sonora. Divididos en bandas y clanes, organizaban su vida y sus movimientos de acuerdo con los ciclos de reproducción de la vegetación y los animales del desierto, la montaña y el mar, siendo la recolección y la caza las actividades principales de su sustento. Por estas características, fue imposible para los españoles, primero, y para los mexicanos, después, colonizarlos, evangelizarlos e integrarlos forzadamente al servicio de la sociedad colonial: los comcaac siempre regresaron a la vida del desierto, oponiéndose aguerridamente a todos los intentos de despojo, por lo que fueron considerados un grupo belicoso que había que exterminar. Esta política está viva en la memoria de los habitantes comcaac hasta hoy; primero como una guerra en la que combatieron contra los españoles y luego contra el Estado Mexicano, quien emprendió genocidio que los diezmó hasta reducirlos al número de 200 personas en 1920, y que, aunque no los eliminó por completo, los confinó a una parte reducida de su territorio. Una vez debilitados de esta manera, se vieron empujados a un proceso de sedentarización e integración al mercado que se fue consolidando entre los años 30 y 70. En estas décadas se fue afianzando la moderna conformación del pueblo Comcaac, que actualmente vive en dos poblados (Punta Chueca y Desemboque), y que hoy llega a los 2000 habitantes. Su territorio, con una superficie total de 211,000 hectáreas, permite considerar a los Comcaac como uno de los pueblos indígenas con mayor posesión de tierras en el país. Sin embargo, su sustento principal lo obtienen actualmente de la pesca: en 1975 el Estado mexicano declaró el Estrecho del Infiernillo (70 km de mar localizados entre la costa de Sonora y la Isla Tiburón) como zona de pesca exclusiva Comcaac y les otorgó simbólicamente la posesión comunal de la isla. Actualmente los comcaac enfrentan fuertes retos, resistencias y una reconfiguración de sus estructuras y prácticas sociales a fin de seguir existiendo ante los embates de la sociedad capitalista y patriarcal que les ha ido confrontando y penetrando. Su fuerte conexión con sus ancestros guerreros, una memoria colectiva de una organización social no jerárquica, la importancia del papel de las mujeres en su cultura, no sólo como garantes de la reproducción social sino también como guerreras, sabias y parte fundamental de la toma de decisiones, y su estrecha conexión con la naturaleza, que siguen expresando a través de sus cantos, son el repertorio cultural al que recurren hoy para seguir resistiendo y reinventándose. La enésima batalla: defender el territorio de la minería a cielo abierto La enésima batalla para los comcaac es la defensa de su territorio de la explotación minera a cielo abierto. Como relata Gabriela Molina, mujer comcaac de Desemboque, en 2014 llegó la empresa “La Peineta Minera S.A de C.V.” al territorio sagrado comcaac y, utilizando las típicas recetas que se implementan para imponer proyectos extractivistas a los pueblos, empezó a explorar primero y luego a explotar el territorio comcaac sin permiso del pueblo ni del gobierno local. Primero, la empresa llegó al pueblo de Punta Chueca con promesas de desarrollo y beneficio económico, recogiendo credenciales para abrir cuentas en el banco, decían, a donde iban a empezar a llegar los beneficios. Luego crearon divisiones, primero haciendo acuerdos con algunas familias en Punta Chueca, dejando fuera por completo de las negociaciones al poblado de Desemboque. Fueron las mujeres de Desemboque y algunos jóvenes que habían salido a estudiar y regresado quienes empezaron a pedir explicaciones e investigar la situación de su territorio: descubrieron así que existían otras 8 concesiones mineras además de “La Peineta” y que todas estaban a nombre de un pequeño grupo de empresarios sonorenses aliados con el Grupo México y la canadiense Silvercorp. En 2015, buscando oro, plata y cobre, de la mina La Peineta se extrajeron sin permiso alrededor de 300 toneladas de tierra y devastaron 31 kilómetros de la reserva indígena, causando daños a la salud humana y al ambiente, entre ellos la afectación de diversas especies como el venado bura y el borrego cimarrón. Las mujeres y jóvenes comcaac empezaron a hacer pública esta situación, tanto al interior de los dos pueblos, confrontando a las autoridades ejidales vendidas y a la empresa, como en las redes sociales, llegando a articularse con redes de defensa del territorio, como la Rema (Red Mexicana de Afectados por la Minería), para demostrar la ilegalidad de la mina y parar la explotación. Ganar esta batalla implicó sufrir persecución y amenazas de muerte, así como adquirir la conciencia de que las amenazas siguen latentes y no asumen solo la cara de la minería a cielo abierto, sino que también hay proyectos de hoteles en el litoral y de una planta de desalinización y producción de energía. Así mismo, la Marina está presente en Isla Tiburón, y lejos de respetar la soberanía del territorio de pesca Comcaac, les impone vedas mientras protege la devastación en manos de los barcos de arrastre que destruyen a su paso el ecosistema marino y por lo tanto la pesca de subsistencia. La defensa del territorio Comcaac no sólo implica las acciones de información, difusión y denuncia de los embates de la minería y megaproyectos, sino que también es un trabajo que realiza la guardia armada Comcaac, con acciones de patrullaje cotidiano para resguardar el mar como fuente de vida. Mujeres en la defensa del territorio En este proceso de vigilancia y cuidado del territorio las mujeres han tenido un papel protagónico a un alto costo personal. Fueron ellas quienes en 2014 decidieron tomar cartas en el asunto ante la notificación de algunos hombres del pueblo sobre las explosiones con que estaban dinamitando los cerros y, con la ayuda de quienes tenían manejo de las redes sociales y posibilidades de contactar gente vinculada a procesos organizativos, empezaron a investigar lo que estaba sucediendo. “Abandonando maridos e hijos”, a decir de una de ellas, se pusieron en movimiento para difundir la información dentro de sus comunidades, enfrentando gritos y amenazas por parte de quienes estaban “fascinadas con la llegada del desarrollo”. Al no detener su movilización con sobornos, fueron perseguidas y amedrentadas.
Las mujeres comcaac ponen el cuerpo en los trabajos reproductivos para mantener el movimiento y en la confrontación directa con empresarios y maquinaria. Es una resistencia encabezada por mujeres que han tenido que enfrentar las cargas extras que el ser mujer impone. “Yo no quise esto que hago, no es por gusto y es difícil. Estás sacrificando muchas cosas de tu vida personal y en otros aspectos. Es una labor social que una está haciendo para la gente, para el territorio, pero sí te ven mal. Como mujer debes de quedarte en tu casa, tener hijos y mantenerte como ama de casa”, comenta Gabriela Molina, líder del movimiento. Tanto ella como su familia han recibido críticas y ataques por no cumplir con las normas sociales en cuanto a género. A pesar de ello, el apoyo de su padre, gobernador Comcaac, le ha dado aliento para continuar. No todas las mujeres que han querido sumarse a la lucha cuentan con el mismo apoyo de sus familias. Las mujeres solteras que forman parte del Colectivo “Defensores del territorio” tienen mayor participación y responsabilidad que las mujeres casadas, pues estas últimas no tienen posibilidad de salir de su comunidad. La carga de trabajo procreativo, reproductivo y productivo que implica el ser mujer dificulta enormemente su participación política a pesar de su voluntad.
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