Vivir en la guerra y en la paz
na de las circunstancias más afortunadas de mi generación fue nacer cuando la paz inició su reinado después de la guerra civil, pudimos crecer y madurar en la prosperidad que provoca la paz. México creció a un ritmo de 6 por ciento anual entre 1932 y 1982. Este crecimiento económico (de los más grandes del mundo) no se puede explicar sin la paz que permitió al Estado mexicano fortalecerse. Por desgracia este amplio periodo de tranquilidad no fue aprovechado para dar el salto a la modernidad. La desigualdad social se mantuvo e incluso, en los años posteriores a 1985 se incrementó y no avanzó la democracia.
El crecimiento económico se detuvo a partir de 1985 e inició la turbulencia política. A pesar de las provocaciones de los procesos electorales de 1988 y 2006 la respuesta del pueblo y de la oposición se dio dentro de los cauces legales. Los gobiernos desafiaron a la suerte y no hubo insurrección como a principios del siglo XX. Sin embargo, la corrupción de los cuerpos de seguridad, el aumento de consumo de drogas en Estados Unidos y la importación masiva de armas generaron un fenómeno de violencia, como no se había visto desde la Revolución Mexicana. Aunque este problema es gravísimo, el saldo ha sido de 250 mil muertos y 30 mil desaparecidos. A los que piensan que la violencia puede ser tan grande como la de la Revolución, les puedo responder que no hay punto de comparación entre los dos fenómenos. Según los expertos (Mc Caa y Garciadiego) en la Revolución murieron 1.4 millones de personas, no sólo en la guerra sino víctimas de hambrunas y epidemias. Siendo que en la época la población era de aproximadamente 15 millones, es decir, casi una décima parte, la mortandad abarcó 20 años.
Es posible que la descomposición del gobierno hubiera provocado una insurrección en caso de haber robado las pasadas elecciones. Por fortuna no fue así y la lucha política no desbordó en violencia. Por primera vez en la historia política de México hubo un cambio de régimen sin que mediara una ruptura sangrienta. Aunque en algunas regiones reine el crimen organizado, no estamos en guerra civil y la paz es un valor supremo.
Colaboró Meredith González