a prolífica colaboración de la Cineteca Nacional con la Fundación Japón ha permitido desde hace dos décadas descubrir anualmente retrospectivas de cine japonés clásico, como el memorable ciclo de Kenji Mizoguchi presentado en 2005 o las revisiones puntuales de las obras de realizadores tan notables como Shohei Imamura, Nagisa Oshima, Yazujiro Ozu y Kon Ichikawa, entre otros. Esa atención constante al patrimonio fílmico japonés y a su revaloración por parte de la cinefilia mexicana sigue siendo un estupendo modelo para organizar retrospectivas similares de cine clásico europeo, latinoamericano y, en particular, mexicano, en la formación de nuevas audiencias. Huelga señalar que esta es la función primordial de la Cineteca Nacional, que hasta ahora ha sabido aprovechar la respuesta muy entusiasta de un público joven.
No sorprende entonces la buena fortuna que ha tenido la propuesta de proyectar durante este mes una retrospectiva de 12 largometrajes de Yasuzo Masumura (1924-1986), uno de los realizadores japoneses menos conocidos en nuestro país, ahora revalorado en Europa y Estados Unidos. En su indispensable estudio crítico Cien años de cine japonés (2001), el historiador Donald Richie destaca ya la originalidad del cineasta. Además de su creatividad prolífica (más de 50 largometrajes en 30 años de carrera, algo que apenas sorprende si se considera que en un periodo parecido Mizoguchi realizó 85 cintas), Masumura consiguió revitalizar un cine japonés de lirismo contemplativo o muy deudor del neorrealismo italiano, con su peculiar mezcla de cine de acción y su aguda disección de la conducta moral de sus personajes, en particular de la mujer japonesa, portentosamente caracterizada por esa actriz fetiche suya en más de 20 largometrajes que fue Ayako Wakao.
Al evocar el ritmo rápido de las películas de Masumura y la claridad narrativa con que solía abordar prácticamente los géneros fílmicos, de la comedia al melodrama, de las intrigas de yakuzas al cine de corte bélico, sin olvidar su maestría en el drama intimista de cintas tan deliciosas como La joven de azul (1957), Donald Richie cuenta cómo un joven Nagisa Oshima advertía en él la poderosa e irresistible fuerza que había llegado al cine japonés
de los años 50.
Y aunque el acento suele colocarse en esa vitalidad creativa que contrasta con la factura clásica de maestros como Ozu o Mizoguchi, la revisión de algunas cintas en la presente retrospectiva permite ver algo más trascendental y de actualidad sorprendente: el modo en que la mujer rompe de forma tajante con las convenciones impuestas por la sociedad patriarcal japonesa. En dos cintas clave: Confesiones de una esposa (1961) y Tatuaje (1966), consideradas sus obras más emblemáticas, el realizador ofrece, desde estrategias narrativas contrastantes, el retrato de una mujer (siempre Ayako Wakao) que impone su voluntad a los hombres que la rodean, lo mismo a sus pretendientes amorosos que a quienes temen los estragos de su acción calculadora o perversa.
Con guión del también cineasta Kaneto Shindo e inspirándose en un relato de Jun’ichiro Tanikazi, Tatuaje refiere el mecanismo de venganza de la joven Otsuya, secuestrada y vendida en un lupanar, a quien un artista le tatúa en la espalda una araña que pronto se convertirá en símbolo de destrucción para la nueva mujer fatal que habrá de doblegar a los hombres que imprudentemente se crucen por su camino.
Lo notable es que la cinta no deriva en un relato de horror revanchista, sino en la progresiva manifestación de una personalidad seductora e independiente que hace de la sexualidad femenina una expresión sensual, despojada de un cometido social y libre de toda culpa. En Confesiones de una esposa, curiosa variación de una cinta anterior, El precipicio (1958), la heroína es acusada de la muerte de su esposo y compañero de alpinismo. Lo que comienza como un drama de tribunales pronto se vuelve la crónica de una insatisfacción conyugal y del delirio amoroso de la protagonista por el joven que habiéndola cortejado primero asiste ahora perplejo a un torrente de emociones y apetitos por parte de la viuda que siempre lo avasallan. Tres años después de esta cinta, Masumura propone en Esvástica (1964), otro relato de obsesión sexual, centrado ahora en una relación lésbica, con guión de Shindo y basado en Arenas movedizas, novela de Tanikazi. Masumura, antiguo asistente de Mizoguchi, quien justificó con creces, al igual que su maestro, la reputación de ser en Japón un perspicaz retratista del deseo femenino.
Esvástica se exhibe hoy a las 18:30 en la Cineteca Nacional y Tatuaje el miércoles 11 a las 20:45.
Twitter: CarlosBonfil1