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El circo: papalotes como signos de nuestro tiempo
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xplicaba Toledo: Hay una costumbre del sur: cuando llega el Día de Muertos, se vuelan papalotes porque se cree que las almas bajan por el hilo y llegan a tierra para comer las ofrendas; luego, al terminar la fiesta, vuelven a volar. Como a los estudiantes de Ayotzinapa los habían buscado ya bajo tierra y en el agua, enviamos los papalotes a buscarlos al cielo (citado por Darinka Rodríguez, El País, 6 de septiembre). Promotor de museos, protestas, papalotes, homenajes a seres fantásticos, de solidaridad con los 43, de defensa del maíz, voz de Oaxaca y de México. Su muerte, pero sobre todo su vida, me permite establecer un puente con los signos de nuestro tiempo.

Así como proliferan personajes autoritarios, impresentables, que hacen daño en sus países y en el mundo, existe un contexto que hace posible una proliferación de movilizaciones en el mundo, a la manera en que la ola de rebeldía juvenil se expandió hace 50 años desde la Polonia comunista, la Francia republicana y el México autoritario. Unos son síndromes de males que convergen del pasado reciente; otros, síntomas de un futuro borroso, cargado de amenazas, pero también de esperanzas.

Tres son factores claves. El maltrato a los jóvenes, sujetos a las más altas tasas de desempleo, a la violencia y a una expectativa sumamente pesimista de progreso y movilidad social. Una insultante desigualdad entre un puñado de muy ricos y amplias masas en condiciones graves de pobreza. La revolución de las telecomunicaciones –tanto en televisión, cine y radio, como en redes sociales– ha generado varias rupturas en términos de distancias geográficas, tiempo real y acceso a la información.

La interacción de esos tres factores es evidente. Jóvenes de todas partes del mundo descubren que su condición de falta de oportunidades existe lo mismo en países desarrollados que en vías de desarrollo, tanto con gobiernos autoritarios como con regímenes democráticos, en Occidente y en Oriente. Hay, desde luego, factores aceleradores, como el desempleo estructural, la mediocridad y la corrupción de las clases políticas. Pero, sobre todo, están presentes los itinerarios específicos de las movilizaciones populares en cada país, en cada sociedad.

Las condiciones de miseria y opresión explican sólo parcialmente las movilizaciones en Hong Kong, Rusia, Argentina o México. Hay gran cantidad de pequeños movimientos, actos de protesta, represiones en pequeña escala y muchos atropellos a los ciudadanos, particularmente a los jóvenes. Dada la escala de esos acontecimientos, rara vez logran ser noticia en tanto no se convierten en movimientos masivos. Es imposible entender las presentes insurgencias sin la ruta de los agravios marcada en ese mapa oculto –a los ojos de gobernantes– que también significa, de manera destacada, el proceso de aprendizaje social de la gente para defender sus derechos.

Carlos Monsiváis decía que quienes se movilizaban habrían de vencer tres obstáculos. El obstáculo de la apatía, la principal barrera entre el ciudadano agraviado, pero indispuesto a actuar contra esa situación. El segundo es el miedo al ridículo, al qué dirán. El tercero es el miedo frente a las medidas que el régimen puede y ha tomado contra disidentes.

En 2011, cuando comenzó este prolongado ciclo de movilizaciones sociales, la revista Time eligió como persona del año a la figura del Indignado por ser capaz de capturar y enfatizar el sentido global de una promesa incumplida, por haber inquietado a gobiernos y al sentido común, por combinar las más antiguas de las técnicas con las más modernas de las tecnologías para iluminar la dignidad humana y, finalmente, por canalizar al planeta hacia un curso más democrático, aunque también más peligroso, para el siglo XXI, el Indignado es la persona del año. Sigue siendo válido. Quizás un signo frente a las ominosas señales del racismo y el autoritarismo.

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